6. Cielo atormentado.
Dulce mira por la ventana hasta que anochece. Espera que regrese Cielo, pero no parece que vaya a pasar. Desearía poder haber ido con ella, como lo tenía pensado.
Doña Luz la encuentra.
—¿Qué hace mi niña? No se quede ahí, le va a pasar el frío a los pulmones.
Dulce se retira y se vuelve a los libros. En el suelo encuentra la revista que Cielo leía. Lo hojea hasta hallar la página en la que sale Kevin Costner.
Se lleva esa revista hacia la cama.
—¿Cuándo vuelve mi papá?
Doña Luz que aún está ahí responde:
—No ha llamado aún, supongo que mañana.
—¿Y mi mamá?
—Sabes que se ha marchado a Londres, mi niña…
—¿Y sabes por qué ninguno de ellos me ha llevado?
—Será porque no quieren que se perjudique con sus materias, mi niña.
Dulce sabe que eso no es del todo verdad, lo que siente y sin saberlo expresar con palabras es que se siente como si fuera un peso para ambos. Siempre ha sido la vida de esa forma, y no conoce otra.
—¿A qué hora vuelve Cielo?
Doña Luz no tiene respuestas para eso, y desearía que no tuviera que haberla traído con ella pero ya no podía dejar que se quedara sola en el cuarto que tiene alquilado cerca de la Garita, que Cielo anda en malos pasos y teme que un día vuelva embarazada, y que la gente la mire con mala cara y hable mal de ella, pero no se lo va a decir a Dulce que es muy chica y no tiene ni idea de lo que está ocurriendo.
—No lo sé, mi niña pero no debe pensar en nada de eso…
—¿Hasta cuándo va a llover, Luz?
—No lo sé, mi niña, no he visto el informativo.
—Igual siempre fallan.
El año pasado todas las radios aseguraban que sería una semana agradable y con calor, Amanda le había planeado una fiesta para sus quince, con payasos y todo, pero ese día se mandó a largar una de esas tormentas que arruinan los techos. Dulce se quedó sin fiesta y Amanda con una deuda millonaria porque los payasos y todos los personajes que había contratado se resfriaron debido a que tenían que cumplir con el contrato.
Y cuando su papá le ofreció pasar el verano en Miami, ni bien bajaron del avión una alarma de tornado hizo que nadie saliera de sus casas y tuvieron que quedarse dentro del hotel por al menos cinco días. Al pasar el tornado, no les quedó más que regresar a La Paz, ya que su padre tenía que cumplir con unos contratos. Ese año habían contratado a doña Luz para que ellos no se privaran de sus salidas románticas, pero por uno u otro motivo siempre terminaban en medio de un pleito.
—En definitiva, me pasa algo con las tormentas…
—Ya está listo el almuerzo.
—No tengo apetito hoy.
—Debe alimentarse mi niña, está bien delgadita.
Dulce se preguntaba si no saltándose el almuerzo le crecerían las bubis y decidió que por si acaso iba a comerse hasta el postre.
De manera que almuerza, una sopa de quinua, y pollo al Spiedo de segundo, de postre una compota de pera.
Luego de lavarse los dientes decide volver a su dormitorio, mientras que doña Luz está ocupada con los asuntos de la cocina.
Decide llamar a su papá.
En la tercera vez que suena, su papá le contesta.
—¿Quién es?
—Soy la princesa.
—Mi princesa, ¿cómo va tu sábado?
—Algo aburrido…
—¿Qué me dices de la hija de doña Luz?
Claro que no iba a contarle que le había visto completamente desnuda y que se había largado por la ventana del dormitorio.
—Es agradable, papá. ¿Sabes que se llama Cielo? Es la primera vez que conozco a una Cielo. ¿Tu conoces a alguien con ese nombre?
—No, es la primera vez que escucho ese nombre.
—¡Igual para mí!
—Tengo que colgar, mi princesa.
—¿Dónde estás?
—En una reunión de mi trabajo.
Dulce asiente aunque su papá no puede verla.
—¿Me traerás algo?
—Ya veré qué.
—Genial. Te quiero papi.
Cuelga.
Siempre le hace bien hablar con él, aunque sabe que no está en una reunión de trabajo, lo sabe por los ruidos y las risas de mujeres que había de fondo.
Dulce pasa toda la tarde esperando que regrese Cielo, y se queda dormida con la revista en las manos.
Sueña que está en el jardín y que hace un día hermoso, sueña que de fondo se escucha una balada de esas que pone doña Luz mientras limpia la casa. Cielo y ella, sentadas sobre un mantel en un picnic.
A eso de la media noche, despierta escuchando un alarido. La lluvia no ha cesado y baja a ver si Cielo ha regresado. Va hasta el dormitorio de doña Luz. Tiene la puerta entre abierta y se acerca para mirar adentro.
Doña Luz tiene en la mano un cinturón grueso de cuero con lo que golpea a Cielo en la espalda.
—¡Eres una malcriada y una malagradecida! —balbucea con la voz entrecortada—. Lo único que tenías que hacer era quedarte quieta… ¡Quieta!
Cielo se hace un ovillo mientras doña Luz la golpea. Dulce quiere meterse y hacer que pare pero no puede.
—Nunca debí tenerte, me arrepiento, me arrepiento…
Golpea una vez más a Cielo, y suelta un alarido de dolor que Dulce sabe que si no hace algo, quizás termine matándola.
Entra y se pone al medio. Un fuerte olor a alcohol y a cigarro predomina en el ambiente.
—No la golpees más –le dice. Doña Luz se da cuenta de lo que ha pasado.
—Mi niña... no vayas a contarle de esto a nadie… —se pone a llorar, cubriéndose los ojos con las manos, siente vergüenza porque le ha descubierto. Dulce le pasa una mano por los hombros.
—No te preocupes, no lo voy a hacer –le asegura. Nunca le ha visto de esa forma, pero sabe que es buena persona.
—Debiste dejar que me mate de una puta vez… —suelta Cielo, desde el suelo—. Así me libraba de ella…
—No digas esas sandeces… —se suaviza doña Luz sobretodo porque ahí está la niña.
—¿Por qué no puedo decir lo que pienso? ¿Por qué es la hija de tu patrona?
“O porque habrías deseado que fuera ella tu hija y no yo” dice en su mente pero no lo va a decir con su boca. Desde la esquina del cuarto, Cielo se incorpora, y evita mirarle a la cara y con el orgullo dañado se va a cubrir con las frazadas.
—Váyanse a la mierda las dos… —suelta y se cubre la cara, en un evidente llanto silencioso.
—Perdónale nomás, mi niña —suplica doña Luz—, es una malcriada nada más…
Dulce no le gusta verla en ese estado y cree que no es para tanto.
—No hay por qué perdonarle nada… —dice pero luego aclara—, digo, yo sé que es buena…
Doña Luz le agradece en exceso, y ruega que no vaya a cambiar de opinión. Le ha cuidado desde hace años y sabe que es buena chica.