Dos - Parte 2

1046 Palabras
Desde esa jodida noche todo se arruinó. No tengo casa, ni trabajo, ni amigos —aunque eso último nunca lo he tenido, excepto a Laura—. Lo bueno es que tampoco cargo con deudas económicas, así que supongo que algo positivo salió de todo esto. Llevo quince días de entrevista en entrevista y no logro ocupar ningún cargo, todos dicen lo mismo: "Te estaremos llamando", pero nada pasa. El manchón en mi nombre dentro de la ciudad es enorme y no sé si pueda luchar contra eso. Laura ya tiene empleo, es recepcionista en un pequeño motel, y Nader consiguió que el terreno no se vendiera, así que su local sigue en el mismo lugar. Imagino que el señor Franchesko tuvo que ver con eso, y le agradezco. Yo en cambio soy un caso perdido. Y ahora una carga para mi novio que me tiene viviendo a mí y a Zoila con él y sus padres. Demasiado estrés para mí asimilar todo. Doy pasos por las aceras de la avenida del norte, la carpeta que sostengo está llena de curriculums con toda mi experiencia laboral. Ando en modo cacería de empleo con las esperanzas de lograrlo al tope, el semáforo se pinta de rojo y los automóviles se detienen para que los transeúntes podamos pasar por el rayado. Una costosa limusina se detiene frente a un café exclusivo de la zona y veo a Massimiliano bajarse de allí con un tipo siguiéndolo y llevando carpetas para él. Reconozco al sujeto, fue quien estuvo en el negocio de Nader para pedirle la desocupación del local. Lo que transmite el italiano me pone los vellos de punta. Es serio e imponente, muy al contrario de su sirviente que se muestra como un intermediario e incluso hasta consejero del animal que me dejó sin nada. No sé lo que pienso cuando entro al café, en la entrada me colocan gel antibacterial y paso, fingiendo que no sé quién se encuentra en el local. La chica detrás de la barra me sonríe, a mi derecha hay un pequeño pasillo que lleva a otra locación con divisiones de cristal que permiten la vista a cada mesa. —¿Están buscando empleados? —Le pregunto a la uniformada. —Estás de suerte, acaba de salir una vacante. Déjame buscar al encargado. Y se da la vuelta. La chispa de la felicidad se enciende en mi estómago y me apoyo de la mesa, dejando a un lado la carpeta para empezar a buscar en mi mente las palabras adecuadas que diré una vez que me presenten al supervisor inmediato. A mi izquierda están los baños, hay una pared con luces que indica el camino a cada cubículo. El ambiente es lujoso e imagino que la paga debe ser decente, hasta fantaseo con la idea de llevar un uniforme como el de la chica que entró hace unos segundos. Imagino que es la necesidad de obtener nuevamente un ingreso para volver a independizarme, no quiero seguir de arrimada en casa de Nader. Es incómodo para mí. A los cinco minutos la rubia con gorra roja vuelve, un joven lampiño viene detrás de ella. Se detiene frente a mí. —Hola, feliz día. Disculpe la molestia, mi nombre es... —Biana. Me giro por la sombra que se posa a mi lado, Massimiliano deja un fajo de billetes sobre la mesa, justo al lado de mi carpeta, la cual coje y rompe en mis narices. —Se llama Biana, y no, no le vas a dar el trabajo ¿Captas? El muchacho se acojona, asintiendo de inmediato. La chica del uniforme se corta y sale de nuestra vista tan rápido como sus piernas se lo permiten, con su jefe detrás. Me congelo con lo que acaba de pasar. Massimiliano me saca muchos centímetros de diferencia en estatura, por lo que quedo muy por debajo de sus hombros. Aun así no le aparto la mirada porque no soy una miedosa y tampoco soy menos que él, me observa con las cejas alzadas, burlón. —Creo que esto es tuyo. Me agarra las manos, dejando sobre ellas los papeles rotos. —Date por vencida, mientras yo esté en Villa Esperanza tú no vas a ser la de antes. —Eres un... Me callo cuando arruga el ceño, esperando un insulto que no llega porque no me voy a rebajar a ser una grosera por su culpa. —Abusivo. —Culmino. Asiente, lento. Achicando los ojos y lamiéndose los labios, el gesto no me pasa por alto y tengo que darme golpes mentales para dejar de fijarme en lo que no debo. Trato de irme, pero atrapa mi hombro, devolviéndome al lugar. No dice nada, sólo me ve a los ojos, logrando ponerme nerviosa y haciéndome voltear la cara en todas las direcciones posibles, pidiendo ayuda con la mirada. —Tengo una manera de perdonarte que hayas sido una bruta. Mira que todavía me debes un celular. No respondo. Ni moverme o respirar puedo con este sujeto tan atractivo e intimidante apretando mi hombro. —¿Te comió la lengua el ratón, Biana? —¿Qué quieres? —Trabaja para mí. Debe ser un jodido chiste. —¿Me ves cara de payasa o qué? —De payasa no, de necesitada sí. Y ya fue suficiente jueguito, me aburrió ser el Dios que te tranca las puertas. —Y ahora quieres jugar a abrirlas ¿Cierto? Quieres engañarme porque para ti sólo soy una pobre criolla, qué divertido humillar a los oriundos de Villa Esperanza. Tienes demasiado ego y pocos valores. Da dos pasos, ladeando la cara. Paso saliva con su cercanía, me llega el olor de su perfume costoso y fuerte. —Quiero jugar a abrir mucho más que puertas. Y la cachetada que le doy no le voltea la cara, al contrario, ni lo mueve. Creo que he cruzado más rayas de lo normal y me asusta la expresión que veo a continuación. —¡Cross! —Llama al sujeto que lo acompañaba al llegar, el hombre aparece enseguida— Llévala al Ikton. Entro en estado de alarma. —Massi, no creo que... Y la cara que le pone su jefe lo hace asentir sin decir más. —Sí, señor. Ay Dios, estoy en problemas.
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