Eran las 12 del mediodía, y los dos sirvientes más fieles de la condesa Gertrudis y Reginald, se encontraban almorzando en el hotel de lujo de esa comunidad de nobles, Windsor, ya que era obvio que no eran bienvenidos en la mansión por la familia Wallas, principalmente por Pippa, Phillipe y las trillizas que hasta ahora no tenían lugar a donde ir. Ambos se encontraban muy deprimidos porque la condesa fue parte de sus vidas por más de 40 años, por lo tanto, a pesar de que ella les dejó herencia, se sentían muy vacíos porque su presencia les hacía mucha falta.
—¡Gertrudis tus ojeras cada vez están más grandes. ¿Aun no puedes dormir bien?!
—No —suspiró muy nostálgica —, la verdad es que estoy muy triste. Extraño mucho a nuestra señora.
—Igual… me hace falta su risa y sus chistes sarcástico
