Sael, a pesar de ser solo un niño de 9 años, siempre disfrutaba de asistir a la escuela. Sin embargo, en el último mes, su entusiasmo había comenzado a desvanecerse. Dafne, su madre, lo había notado. Aquella mañana, decidió que era momento de hacer algo especial para él. Se vistió con ropa cómoda y, al preparar a su hijo de la misma manera, él la observó confundido, sin entender qué estaba pasando. Dafne se acercó a él, acariciándole ambas mejillas con cariño. —Hoy tendremos un día de madre e hijo, cariño —le dijo con una sonrisa cálida. — No te llevaré a la escuela. Al escuchar esto, el semblante de Sael cambió de uno deprimido a uno feliz. Sus ojos se iluminaron, y Dafne sintió un alivio inmediato al ver cómo la expresión de su hijo revelaba un pequeño rayo de esperanza. Sabía que Sael

