La conversación con Gema había sido más intensa de lo que esperaba y le agotó más de la cuenta. Ya en la calle, revisó la dirección que Pamela Massimo le entregó, era hora de enfrentar la realidad que había estado evitando durante tanto tiempo. Se encaminó hasta su auto e inmediatamente ingreso la dirección en el GPS, estaba bastante alejado de la zona donde Dafne vivía con Sael y de pronto se sintió bastante nervioso. Tratando de ignorar esas emociones, puso en marcha el auto con rumbo al departamento de Dafne.
A medida que avanzaba en su recorrido, se alejaba cada vez más de la zona VIP de la ciudad, atravesando la zona industrial para finalmente adentrarse en un barrio precario y de extrema pobreza. Quizás su perspectiva podía ser un poco exagerada, pero acostumbrado al lujo y opulencia que el dinero le entregaba, este sitio le resultaba como un verdadero vertedero. Sin lugar a dudas, era una zona marcada por la pobreza y el caos. Las calles estaban abarrotadas de personas que iban y venían, las veredas tapadas por puestos de comerciantes ambulantes y a pesar del bullicio esas personas carecían de vida. Cada uno de ellos se movían de manera mecánica y sus rostros denotaban agotamiento.
En cada esquina, hombres de diversas edades se reunían en grupos, fumaban porros y bebían alcohol mientras reían y hablaban de manera estridente. James no pudo evitar sentir un escalofrío recorrer su espalda de solo pensar que su hijo se había criado en un ambiente como ese. No pudo evitar el sentimiento de importancia que se acentuaba en su pecho. Su hijo, sangre de su sangre, expuesto a tales peligros.
Cuando llegó a la dirección que Pamela le dió, se encontró con un viejo edificio, de solo mirarlo daba la impresión de estar abandonado. La puerta de entrada era de metal, el cual estaba corroído y oxidado. Tan destartalado que daba la impresión de que se caería en cualquier momento. Estacionó su auto en la vereda, sintiendo desconfianza por la zona, después de todo su auto era bastante costoso. Un hombre de apariencia sucia y algo bebido se acercó a él, ofreciendo a cuidar el automóvil por unas monedas, con cierta desconfianza James aceptó.
—Si cuidas de mi automóvil y nada malo le pasa, te prometo que cuando salga de aquí te daré una muy generosa paga. —James le dedicó una sonrisa torcida y el hombre aceptó más que encantado.
James adentro en el edificio, la puerta de metal rechinó cuando la empujó. Dentro todo era gris, los escalones eran de metal pintados de un n***o descolorido. A medida que subía los escalones el lugar le resultaba aún más desolador que desde el exterior. Las paredes color cemento estaban llenas de manchas de humedad y hongos. Pensar que su hijo vivía en ese sitio provocó que se le revolviera el estómago. ¿Por qué demonios Dafne vivía un sitio como ese? La familia Malraux era una familia bastante rica y por lo que sabía, en la actualidad seguía siendo igual de rica que hace 10 años atrás.
Al llegar al quinto piso se detuvo abruptamente frente a la puerta número 53, los números estaban pintados de dorado y el número estaba chueco. Sacó la llave de su bolsillo y la introdujo en la cerradura, al adentrarse en el departamento quedó completamente paralizado.
Cerró la puerta tras él con suavidad y observó todo a su alrededor. El departamento era pequeño, demasiado pequeño para el gusto de cualquier persona. Apenas había una mesa de madera, un poco picada en la superficie, una cocina de dos platos en una esquina, una cama de dos plazos en el extremo opuesto y nada más. Las paredes estaban llenas de recortes de revistas donde él era el protagonista y muchos dibujos hechos por Sael. A pesar de la extrema pobreza de la vivienda, todo estaba demasiado limpio y ordenado. Una risa amarga escapó de sus labios al imaginar a Dafne viviendo en tremenda pocilga.
James se recargó contra una de las paredes y jadeó levemente al imaginar que su hijo creció en ese lugar, tan frío y hostil. Dafne y Sael se exponían a demasiados peligros y si tan solo él hubiera sabido la verdad, la vida de su hijo sería tan diferente. Si tan solo hubiera escuchado a Dafne aquel día, sin embargo se dejó llevar por sus frustraciones y odio. Fue tan estúpido e inmaduro que se dejó llevar por su propia vida, por sus ambiciones y sus sueños, por sus rencores, prejuicios y du odio al universo en si. En aquella época solo deseaba dañar a Dafne, aunque su corazón latía desbocado cada vez que la tenía entre sus brazos, sus sentimientos eran demasiado contradictorios.
Con la yema de sus dedos acarició la superficie desgastada de la vieja mesa, como si aquel simple gesto pudiera transportarlo al pasado, o bien, pudiera acercarlo a su hijo o a Dafne. En ese momento se sintió débil y vulnerable, sus ojos verdes se cristalizaron por las lágrimas que luchaba por contener. En ese momento se juró a si mismo que nunca más su hijo volvería a pasar miseria, se encargaría de ayudar a Dafne para que saliera adelante. En el pasado fue demasiado egoísta como para darse cuenta de la realidad que lo rodeaba, pero ahora era un hombre y estaba dispuesto a enfrentar sus errores.
El silencio del interior le resultaba pesado y abrumador. La dura realidad lo golpeaba con fuerza, haciéndole ver su propia negligencia. No era fácil ver con sus propios ojos las condiciones en las cuales se había criado su hijo. Al parecer, la vida había sido bastante injusta con Dafne...
Cuando ella despertara del coma habían tantas cosas que hablar tantas otras que aclararon y lo mínimo que merecía de su parte era una disculpa. A pesar de que las cosas entre ellos sucedieron hace 10 años, necesitaba disculparse para estar bien consigo mismo.
Con una intensa pesadez en el pecho y su mente siendo bombardeada por decenas de preguntas, James se sentó en la cama. De pronto sintió que el pasado lo había alcanzado de una forma brusca y aterradora.
Abrumado por tantas emociones dejó escapar aquellas lágrimas que había retenido por tanto tiempo. Lloró, lloró amargamente mientras que con la vista nublada empacaba las pocas pertenencias de su hijo. ¡Por Dios, era un niño de nueve años y ni siquiera tenía un jodido juguete! Con manos temblorosas dobló cada prenda desgastada, empacó sus cuadernos, sus lápices de colores, una carpeta de color azul llena de recortes de revista, en la portada con excelente caligrafía decía "mi papá." Inmediatamente reconoció la caligrafía de Dafne y acarició cada letra con devoción.
Cuando Dafne despertara y pudiera salir del hospital se encargaría de comprarle un bonito apartamento, en una buena zona de la ciudad y con el suficiente espacio para que tanto ella como su hijo estuvieran cómodos. Así que decidió descolgar cada dibujo que su hijo sael tenía colgado en la pared. En el proceso quedó paralizado frente a uno de los dibujos, al parecer esas tres figuras que ahí salían garabateadas eran Sael, Dafne y él. Su hijo siempre pensó en él y descubrirlo en ese momento lo llenaba de una emoción que los desbordaba todo.
—Dafne le habló de mi... Sael siemrle supo quién era yo... —La voz se le quebró mientras guardaba el último dibujo.
Una vez más se permitió llorar, sintiéndose abrumado. Necesitaba recomponerse para abandonar el departamento y conductor de regreso a su casa. Sin darle muchas vueltas al asunto se acostó en la cama y se aferró a la única almohada. Aún se percibía en la tela de la funda un suave aroma a perfume femenino. "Es de Dafne" pensó.
Cuando logró calmarse, se levantó de la cama. Revisó cada rincón del departamento hasta que finalmente decidió mirar debajo de la cama para ver si se quedaba algo del niño. Lo único que encontró fue una gran caja de madera y un montón de polvo. Al destapar la caja notó que en el interior habían muchas cartas, cada una de ellas iba dirigida a él, por la letra, supo que eran de Dafne.
Acarició las cartas con la yema de sus dedos, sintiendo de pronto el corazón pesado. Quería leerlas, pero ese no era ni el.momento ni el lugar. Tomó el bolso donde guardó las cosas del niño, tomó la caja de madera y abandonó aquel horrible lugar.