Entre risas y empanadas

1220 Palabras
De camino a verla iba temblando de los nervios, pensando qué le diría, cómo la podría recuperar de nuevo, anhelando que de nuevo sus brazos estén alrededor del cuerpo de Esmeralda.   - ¡Hey! Ven acá, un momento escúchame, por favor. –Rogaba Paulo hablar con ella. - ¿Para qué? Estoy trabajando. - Por favor, ¿o me arrodillo? - ¡v***a Paulo! ¿Qué quieres cabrón? ¿Abandonarme de nuevo? - No, quiero recuperarte, sacarte de este lugar. Perdiste el brillo mi amor, pero yo aún veo a la misma chica. - Pero ya no lo soy–Dijo Esmeralda al instante que terminó él de hablar. –Las personas cambian con el tiempo. Hacemos metamorfosis, la hace no solo el cuerpo, también el alma, también el corazón, los sentimientos hacia uno mismo ya no son los mismos, perdemos o ganamos amor propio, nos importa más o nos importa menos morir, quizá varía según la suerte que cada quien corre en la vida. Mi suerte ha ido siempre rondando con la muerte, la ansiedad, el desespero y el abandono. Sería redundante decir qué rumbo tomó mi metamorfosis en estos últimos años. - Lo siento, la vida es una maldición que todos vivimos. Perdóname por abandonarte, no supe qué hacer, ni entendía qué necesitabas. - ¡Te necesitaba a ti!   Empezó a correr y Paulo fue detrás de ella.   Iba pasando un carro a toda velocidad y ella empezó a correr cada vez más rápido para lanzarse hacia él, estaba unos quince metros más adelante que Paulo, no entendía cómo corría tan rápido con tacones, mujeres. Casi llegando el auto alcanzó a jalarla hacia él, el paso del carro dejó una brisa fuerte a causa de su velocidad.   - ¿Por qué ibas a hacer eso? El auto iba rapidísimo. - Lo sabía, no soy tonta. - Vamos a un hotel, descansas, comemos algo, tomamos un poco de champagne y luego dormimos. - ¿Qué parte de estoy trabajando aún no captas? - Yo te pago lo que te puedes hacer esta noche, solo vamos. –Puso cara de súplica y ella con su mirada le dio el beneficio de la duda, ya iba cediendo. - Juras que no me abandonarás esta noche. –Lo expresó luego de secar sus lágrimas. - Lo juro. - A ver, a ver, manito derecha arriba. –Levantó su mano derecha y juró, como hacen los presidentes cuando le dan inicio a su mandato y juran (a diferencia de ellos, él si le cumplirá a Esmeralda). - Okey, déjame ir a ponerme un poco bella y ya salgo. Con su dedo índice la llamó y le pidió que se acercara para decirle algo al oído. - No debes ponerte bella, porque ya estás hermosa. Ponerte más linda sería una exageración. - ¡Ash ya vengo pendejo! Fue riendo mientras iba a “ponerse bella”. Paulo compró una cerveza y un cigarrillo para esperarla.   Luego de unos ocho minutos salió, la verdad si se veía un por más radiante. Cuando se acercaba a Paulo sentía que su pulso aceleraba. Esos efectos raros del amor, el pulso acelera, las pupilas brillan, sonreímos de la nada, la vida es un poco menos dolorosa cuando el amor pasa por nuestra carretera.   - Okey cariño, andando. –Lo único malo de eso fue el andando porque él no conocía bien la ciudad, así que no sabía a dónde ir. - Vamos a… ¿a dónde vamos? - ¿Escojo el lugar?   - Por favor, pero primero vamos a un restaurante a comer algo. - ¿Restaurante? a esperar que cocinen y morir de hambre, no, te llevaré a un sitio donde venden unas empanadas para morir de la dicha, yo invito. Esmeralda siempre ha sido detallista, le ha gustado invitar a comer, a salir, regalar cositas de la nada y sorprender. - No cambias tu esencia. - Nunca papi, soy la misma, solo que sin dignidad. - ¿Por qué dices eso? - Soy una puta, literalmente. - No perteneces a ese mundo, ¿eres feliz ahí? - ¿Quién mierda va a ser feliz mientras los borrachos la tocan, le meten la v***a por el coño por unos cuantos pesos, le dan besos algunos hombres asquerosos oliendo a culo? Ni una de la que estamos ahí somos felices, es la necesidad, un mundo que le pide experiencia laboral a un joven que acaba de cumplir la mayoría de edad, a un hombre o mujer nueva en un país, y no tenía a quien recurrir y la única amiga que tenía solo tenía contactos con prostíbulos y aquí terminé, nuevamente. Lo peor es, quién querría amar a una puta, a una mujer que ha estado con cien hombres o doscientos, que su cuerpo es una empresa, ¿quién quiere por lo menos hablar con una puta algo que no tenga nada que ver con sexo o sin ofrecerle implícitamente acostarse con ella?  –Paulo levantó su mano hacia arriba como los jóvenes cuando quieren hablar en la escuela porque saben la respuesta al interrogatorio que realizó el maestro. - Yo quiero, yo conozco a Esmeralda, no a la prostituta, aunque cuando hacíamos el amor si éramos unos putos de remate ¿recuerdas? - No sé de dónde sacábamos tantas poses. Tengo rato que no sé qué es hacer el amor. - Vamos por las empanadas y seguimos hablando, porque el estómago y el corazón no son el mismo, y el estómago tiene hambre. –Ella empezó a reír y él continuó esa risa, pero ese hombre reía de felicidad porque añoraba ese sonido armonioso de la risa, una risa angelical que solo Esmeralda podía tener.   Llegaron al puesto de empanadas, eran casi las dos de la mañana y aún había unas cuantas, fueron caminando porque quedaba a unas tres cuadras del prostíbulo, el puesto se llamaba empanadas afrodisiacas, los borrachos antes de ir a sus casas se comían un par para que al llegar a donde sus esposas el instrumento pudiera levantarse y sus compañeras no se dieran cuenta que estaban con prostitutas acostándose toda la noche. Realmente eran unas buenas empanadas, tenían un picante genial. Paulo pidió tres de pollo y ella pidió dos de queso, detesta el queso Paulo. Compraron cervezas para pasar las empanadas y luego fueron a un hotel. - Quiero un hotel bueno, con piscina. - No conozco muchos, pero podemos pedir un taxi y decir que nos lleven a uno. A los tres minutos pasó un taxi y le pidieron ir a un hotel elegante. - Hace mucho no reía así, Paulo, muchas gracias. –Sus ojos miraron directamente a él a pesar de este estar de perfil y no fijarse de la mirada de ella. - No es nada, solo quiero volver a verte en tu plenitud. Y por favor, no me mires con esa cara que sabes que me vuelvo nada cuando pones tus ojitos así. –Él la veía de reojo, no le gustaba mirar fijamente. - Mírame por cinco segundos. –Él no se negó a hacerlo, ella lo abrazó. Pero no fue un abrazo común, tuvo un sello propio, fue uno de esos que no necesitan palabras. Hay abrazos que dicen te quiero y te extraño al mismo tiempo, ese fue uno de esos.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR