La Jaula de Oro

1379 Palabras
Valeria despertó en una cama que no era suya. Por un segundo de confusión total, pensó que todo había sido una pesadilla: la entrevista, el contrato, Las Vegas, el beso que aún le quemaba los labios. Pero entonces vio el anillo de diamante n***o en su dedo y la realidad la golpeó como un puñetazo. Se incorporó de golpe. La habitación era del tamaño de su antiguo departamento completo. Paredes color marfil, ventanales enormes con vista a la ciudad que amanecía, muebles que parecían sacados de una revista de diseño. Todo era perfecto, frío, impersonal. Como él. Se levantó descalza sobre la alfombra de pelo largo y caminó hasta el ventanal. Estaba en uno de los pisos más altos de una torre residencial en la zona más exclusiva de la ciudad. Abajo, los coches parecían hormigas. Una nota doblada descansaba sobre la mesita de noche. La tomó con manos temblorosas. *"Tu ropa está en el vestidor. El desayuno se sirve a las 7:30. No llegues tarde. Tenemos una agenda. —A.V."* Valeria arrugó el papel con rabia. Ni siquiera un "buenos días". Ni un "espero que hayas dormido bien". Nada. Solo órdenes. Miró el reloj de la pared: 7:15. —Maldito controlador —murmuró, pero se dirigió al vestidor de todos modos. Cuando abrió las puertas corredizas, se quedó sin aire. El vestidor era del tamaño de su antigua habitación. Tres paredes llenas de ropa con las etiquetas todavía puestas: vestidos, blusas, pantalones, zapatos de diseñador alineados como soldados. Todo en su talla exacta. Valeria pasó los dedos por un vestido de seda azul marino que probablemente costaba más que seis meses de su antiguo salario. —¿Cuándo hizo todo esto? —se preguntó en voz alta. —Anoche, señora Voss. Valeria dio un salto y se giró. Una mujer de unos cincuenta años, con uniforme gris impecable y expresión seria, estaba de pie en la entrada del vestidor. —¿Quién es usted? —Marta Salinas. Soy el ama de llaves de la residencia. El señor Voss me pidió que la asistiera en todo lo que necesite. —No necesito asistencia —respondió Valeria, más brusca de lo que pretendía—. Puedo vestirme sola. Marta arqueó una ceja con expresión que decía claramente "lo dudo". —El señor Voss especificó que debía usar el conjunto que dejé sobre la cama. Tiene una reunión importante esta mañana. —¿Una reunión? Nadie me dijo nada de una reunión. —Ahora se lo estoy diciendo yo, señora. Valeria apretó los dientes. Odiaba que la llamaran "señora Voss". Odiaba todo esto. Pero regresó a la habitación y encontró un vestido de tubo color hueso con un blazer a juego, zapatos de tacón nude y un bolso de mano que reconoció como Hermès. Se vistió en silencio, consciente de la mirada evaluadora de Marta. Cuando terminó, la mujer asintió con aprobación. —El señor Voss la espera en el comedor. Valeria siguió a Marta por un pasillo de mármol blanco hasta un comedor que parecía salido de una película. Mesa de cristal para doce personas, lámpara de araña que colgaba como una cascada de diamantes, y Alexander sentado en la cabecera, leyendo el periódico financiero con una taza de café en la mano. Ni siquiera levantó la vista cuando ella entró. —Siéntate. Valeria se sentó en el extremo opuesto de la mesa, lo más lejos posible de él. Un empleado silencioso apareció con un plato de fruta fresca, pan tostado, huevos benedictinos y jugo de naranja recién exprimido. —No tengo hambre —dijo Valeria. —Come de todos modos. Tienes que verte saludable. —No soy un caballo de carrera. Finalmente, Alexander bajó el periódico. Sus ojos grises la atravesaron. —No. Eres mi esposa. Y mi esposa no puede parecer desnutrida en las fotos de prensa. —¿Fotos de prensa? —Hoy al mediodía daremos una conferencia. Anunciaremos nuestro matrimonio. Valeria dejó el tenedor con estrépito. —¿Hoy? ¿No es muy pronto? —Entre más rápido se sepa, más rápido se calmarán los rumores. Mi abuelo sigue en coma. Necesito que el consejo vea que cumplí con las condiciones del testamento. —Esto es una locura. —Esto es un negocio. Y tú aceptaste los términos. Valeria lo miró con odio puro. —¿Sabes qué? Tienes razón. Es un negocio. Así que deja de darme órdenes como si fueras mi dueño. Alexander se puso de pie con una lentitud que hizo que el estómago de Valeria se contrajera. Rodeó la mesa hasta quedar frente a ella. —Levántate. —No. —Levántate, Valeria. Había algo en su voz, algo oscuro y peligroso, que hizo que ella obedeciera sin pensarlo. Alexander la tomó por la barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos. —Escúchame bien porque solo lo diré una vez. Sé que odias esto. Sé que me odias a mí. Pero firmaste un contrato. Y mientras ese anillo esté en tu dedo, harás exactamente lo que yo diga. ¿Entendido? Valeria le sostuvo la mirada, negándose a bajar la cabeza. —Entendido... *esposo*. La palabra sonó como un insulto. Alexander sonrió. Fue una sonrisa fría, sin humor. —Bien. Ahora termina tu desayuno. Tenemos que irnos en veinte minutos. La soltó y regresó a su asiento como si nada hubiera pasado. Valeria se obligó a comer, cada bocado sabiendo a ceniza. --- La conferencia de prensa fue una pesadilla. Flashes de cámaras que la cegaban. Periodistas gritando preguntas. Alexander con una mano posesiva en su cintura, sonriendo para las cámaras como si fueran la pareja más feliz del mundo. —Señor Voss, ¿cómo se conocieron? —En una cena de negocios —respondió Alexander sin vacilar—. Fue amor a primera vista. Valeria casi se atragantó. Él le apretó la cintura en advertencia. —¿Y usted, señora Voss? ¿Qué fue lo que la enamoró de su esposo? Valeria tragó saliva. Todas las miradas estaban sobre ella. —Su... determinación —dijo finalmente—. Cuando Alexander quiere algo, no se detiene hasta conseguirlo. Los periodistas se rieron. Alexander le dedicó una mirada que prometía consecuencias. —¿Cuándo fue la boda? —Ayer por la noche. En Las Vegas. Queríamos algo íntimo. —¿Planean tener hijos pronto? Valeria sintió que se le helaba la sangre, pero Alexander respondió sin inmutarse. —Todo a su tiempo. Ahora, si nos disculpan, mi esposa y yo tenemos una luna de miel que atender. Más flashes. Más preguntas. Alexander la guió fuera de la sala con firmeza. En cuanto estuvieron en el ascensor privado, Valeria se apartó de él como si quemara. —¿Luna de miel? ¿En serio? —Relajate. Solo es para las apariencias. Nos quedaremos en la penthouse unos días. Separados, obviamente. —Obviamente —repitió ella con amargura. El ascensor se detuvo en el piso 68. Las puertas se abrieron directamente en la penthouse de Alexander. Valeria entró y se quedó paralizada. Si pensaba que su habitación era lujosa, esto era otro nivel. Ventanales de piso a techo con vista de 360 grados, sala con chimenea de mármol, cocina de chef, bar completo, y una escalera de caracol que subía a un segundo nivel. —Tu habitación está arriba a la izquierda —dijo Alexander quitándose el saco—. Yo duermo abajo a la derecha. No entres a mi espacio y yo no entraré al tuyo. —Perfecto. Valeria subió las escaleras sin mirarlo. Encontró su habitación: otra suite enorme con baño privado y vestidor. Se dejó caer en la cama y finalmente, por primera vez desde que todo comenzó, se permitió llorar. Lloró por su madre que estaba enferma. Lloró por su vida que había volteado de cabeza. Lloró por ese hombre frío y controlador que ahora era su esposo. Y lloró porque una parte de ella, una parte pequeña y traicionera, había sentido algo cuando él la tocó. Abajo, Alexander se sirvió un whisky doble y miró por el ventanal. Podía oír el llanto amortiguado desde arriba. Apretó el vaso con fuerza. *Es solo un negocio*, se recordó. *Nada más.* Pero cuando cerró los ojos, todavía podía sentir el sabor de sus labios del día anterior. Y eso, definitivamente, no estaba en el contrato.
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