Dos semanas después, Valeria estaba de pie frente al espejo de su vestidor, observando cómo la cicatriz en su brazo comenzaba a sanar. Los puntos ya habían sido retirados, dejando una línea rosada que el médico aseguró se desvanecería con el tiempo.
Pero Valeria sabía que siempre estaría ahí. Un recordatorio permanente de la noche que cambió todo.
—¿Lista? —La voz de Alexander llegó desde la habitación.
—Casi.
Hoy visitarían a su madre. Sería la primera vez que Valeria la vería desde el hospital, y los nervios le revolvían el estómago.
Alexander apareció en el umbral, devastador en jeans oscuros y una camisa blanca que resaltaba su piel bronceada. Todavía le costaba acostumbrarse a verlo así, relajado, casi... feliz.
—Estás hermosa —dijo, acercándose para besar su cuello.
—Estoy en jeans y camiseta.
—Exactamente.
Valeria sonrió, girándose para quedar frente a él.
—¿Nervioso?
—¿Por conocer formalmente a mi suegra? ¿Por qué estaría nervioso?
—Porque la última vez la conociste como mi esposo falso. Ahora eres... —Se detuvo, buscando las palabras correctas.
—¿Tu novio? ¿Tu amante? ¿Tu futuro esposo real?
—Todavía no hemos definido eso.
Alexander la atrajo hacia él, sus manos descansando en su cintura.
—¿Necesitamos definirlo? ¿No es suficiente saber que estamos juntos?
—Para mí sí. Pero mi madre va a preguntar. Y necesito saber qué decirle.
Alexander la miró largamente, esos ojos grises estudiándola con intensidad.
—Dile la verdad. Que empezamos mal, con un contrato y mentiras. Pero que en algún punto dejamos de fingir. Y ahora estamos construyendo algo real.
—¿Y si pregunta hacia dónde vamos?
—Dile que vamos a donde sea que nos lleve esto. Sin mapas, sin planes perfectos. Solo... juntos.
Valeria sintió que el corazón se le derretía un poco más.
—¿Cuándo te volviste tan romántico?
—Desde que una mujer testaruda se puso entre una bala y yo.
Se besaron suavemente, un beso que ya no tenía la desesperación de las primeras semanas, sino algo más profundo. Promesa.
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La Clínica San Rafael lucía diferente bajo la luz del día. Menos intimidante, más... esperanzadora.
Los guardias de seguridad seguían en su lugar, discretos pero vigilantes. Alexander había insistido en mantenerlos, incluso con Victoria y Marcus tras las rejas.
—Nunca es demasiada precaución —había dicho.
Subieron al tercer piso tomados de la mano. Valeria sentía el pulso acelerado con cada paso.
Cuando empujaron la puerta de la habitación 304, Elena Guzmán estaba sentada en la cama, luciendo mucho mejor que la última vez. Tenía más color en las mejillas, y sus ojos brillaban con vida.
—¡Mi niña! —exclamó, extendiendo los brazos.
Valeria corrió a abrazarla, con cuidado de no apretar demasiado fuerte.
—Mamá. Te ves tan bien.
—Me siento bien. Los doctores dicen que el tratamiento está funcionando mejor de lo esperado. —Elena miró por encima del hombro de Valeria—. Y tú debes ser Alexander. El famoso esposo.
Alexander se acercó, con una nerviosismo inusual en él.
—Señora Guzmán, es un placer volver a verla.
—Siéntense, ambos. Y Alexander, llámame Elena. "Señora Guzmán" me hace sentir vieja.
Se sentaron en las sillas junto a la cama. Elena los observaba con esos ojos maternales que veían demasiado.
—Entonces —dijo finalmente—, ¿van a decirme la verdad o seguiremos con la farsa?
Valeria sintió que se le helaba la sangre.
—Mamá...
—Valeria, te conozco desde que naciste. Sé cuando estás mintiendo. —Miró a Alexander—. Y tú, joven, tienes los ojos de alguien que carga secretos.
Alexander y Valeria intercambiaron miradas.
—¿Cuánto sabes? —preguntó Valeria suavemente.
—Sé que mi hija, quien nunca mencionó tener novio, apareció casada de la noche a la mañana. Sé que de repente estoy en la clínica más cara del país con tratamiento pagado completamente. Y sé —sus ojos se suavizaron— que ustedes dos se miran como si estuvieran descubriendo el amor por primera vez.
Valeria sintió las lágrimas acumularse.
—Es complicado.
—El amor siempre lo es.
Alexander se inclinó hacia adelante.
—Elena, tiene razón. Esto comenzó como... un arreglo. Yo necesitaba una esposa para cumplir con el testamento de mi abuelo. Valeria necesitaba dinero para su tratamiento. Fue transaccional.
—Pero ya no lo es —completó Elena.
—No —admitió Alexander—. Ya no lo es.
Elena tomó la mano de su hija.
—¿Lo amas?
Valeria miró a Alexander, quien la observaba con una vulnerabilidad que le robó el aliento.
—Estoy enamorándome de él. Cada día un poco más.
—¿Y tú? —Elena se giró hacia Alexander—. ¿Amas a mi hija?
Alexander no apartó la vista de Valeria.
—Con cada parte de mí que no sabía que podía sentir.
El silencio que siguió fue pesado, cargado de emoción.
Entonces Elena sonrió.
—Bien. Eso es todo lo que necesitaba saber.
—¿No estás enojada? —preguntó Valeria, sorprendida.
—¿Enojada? Mi niña, hiciste lo que tenías que hacer para sobrevivir. Para salvarme. ¿Cómo podría estar enojada por eso? —Apretó su mano—. Pero me alegra que encontraran algo real en medio del caos.
Valeria se limpió las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
—Te amo, mamá.
—Y yo a ti, mi niña. Siempre.
Pasaron la siguiente hora conversando, esta vez sin secretos. Elena les contó sobre su tratamiento, sobre las enfermeras amables, sobre el doctor que le había dado esperanzas reales de recuperación.
—Los doctores dicen que si todo sigue así, podría estar en remisión en seis meses —dijo con voz emocionada.
Valeria sintió una oleada de alivio tan intensa que casi la dejó sin aliento.
—Eso es... mamá, eso es increíble.
—Es gracias a ustedes. A ti por ser tan fuerte, y a ti —miró a Alexander— por darle a mi hija una oportunidad.
Alexander sacudió la cabeza.
—Ella me dio la oportunidad a mí.
Cuando finalmente se despidieron, Elena detuvo a Alexander en la puerta.
—Cuida de ella —dijo en voz baja—. Mi Valeria es fuerte, pero también frágil. Ha tenido que ser adulta toda su vida. Permítele ser vulnerable contigo.
—Lo haré. Lo prometo.
—Y Alexander —sus ojos se volvieron serios—, si la lastimas, guardias de seguridad o no, encontraré la manera de hacerte pagar.
Alexander sonrió.
—No esperaría menos.
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En el coche de regreso, Valeria estaba inusualmente callada.
—¿En qué piensas? —preguntó Alexander.
—En todo. En cómo todo cambió tan rápido. Hace un mes estaba desesperada, sola, sin opciones. Y ahora...
—¿Y ahora?
—Ahora tengo a mi madre recuperándose. Tengo un lugar al que llamar hogar. Y tengo... a ti.
Alexander tomó su mano, llevándola a sus labios.
—Siempre me tendrás.
—No digas siempre. Es demasiada presión.
—¿Entonces qué quieres que diga?
Valeria lo miró, estudiando su perfil mientras conducía.
—Di que estarás aquí mientras ambos elijamos estarlo. Sin promesas imposibles. Solo... realidad.
Alexander se detuvo en un semáforo y se giró hacia ella.
—Estaré aquí mientras ambos elijamos estarlo. Y Valeria, voy a elegirte cada maldito día.
El beso que compartieron fue interrumpido por el claxon del coche de atrás. El semáforo había cambiado a verde.
Cuando llegaron a la penthouse, encontraron a Sofía esperándolos en la sala, con una botella de champán y sonrisa traviesa.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Alexander con sospecha.
—¿No puedo visitar a mi hermano favorito y a mi cuñada favorita?
—Soy tu único hermano.
—Detalles. —Se giró hacia Valeria—. Necesito tu ayuda.
—¿Para qué?
—Hay una gala benéfica en dos semanas. Recaudación de fondos para investigación contra el cáncer. Y necesito que vengas conmigo.
—¿Por qué no vas con Alexander?
—Porque Alexander es aburrido en esos eventos. Tú eres divertida. Además —bajó la voz dramáticamente—, hay alguien que quiero impresionar y necesito refuerzos.
Alexander arqueó una ceja.
—¿Quién?
—Nadie. Olvídalo. —Sofía se giró hacia Valeria—. ¿Entonces? ¿Me ayudas?
Valeria miró a Alexander, quien se encogió de hombros.
—Es tu decisión.
—Está bien. Cuenta conmigo.
Sofía gritó de emoción y abrazó a Valeria.
—Eres la mejor. Vamos a necesitar vestidos, zapatos, tal vez un nuevo peinado...
—Sofía —interrumpió Alexander—, Valeria acaba de salir del hospital hace dos semanas.
—Estoy bien —dijo Valeria—. De verdad. Y suena divertido.
Las dos mujeres comenzaron a planear, dejando a Alexander observando con una mezcla de diversión y resignación.
Cuando Sofía finalmente se fue, ya era de noche.
—Tu hermana es un huracán —dijo Valeria.
—Siempre lo ha sido. Pero tiene buen corazón.
—Lo sé. Me cae bien.
Se prepararon para dormir con una rutina que ya se estaba volviendo familiar. Valeria en el baño primero, luego Alexander. Ambos en la misma cama, algo que había dejado de ser una decisión consciente y se había convertido en necesidad.
Acostados en la oscuridad, con la ciudad brillando afuera, Alexander la atrajo hacia él.
—Gracias —murmuró contra su cabello.
—¿Por qué?
—Por quedarte. Por elegirme. Por hacer esto real.
Valeria se giró para quedar frente a él.
—Gracias a ti por hacerme querer quedarme.
Se besaron lentamente, sin prisa, saboreando la cercanía.
—Valeria —murmuró Alexander contra sus labios.
—¿Mmm?
—Te amo.
Valeria se quedó inmóvil. Era la primera vez que lo decía así, sin ambigüedades, sin condiciones.
Alexander se apartó ligeramente, buscando sus ojos en la oscuridad.
—No tienes que decirlo de vuelta. Solo necesitaba que lo supieras.
Valeria sintió que el corazón se le expandía en el pecho.
—Yo también te amo.
Las palabras salieron más fácil de lo que esperaba. Porque eran verdad. En algún punto entre el contrato y el caos, entre las mentiras y las balas, se había enamorado perdidamente de Alexander Voss.
—¿Estás segura? —preguntó él, su voz ronca de emoción.
—Completamente aterrorizadamente segura.
Alexander la besó con una intensidad que le robó el aliento, volcando todo lo que sentía en ese beso.
Esa noche, hicieron el amor lentamente, como si tuvieran toda la vida por delante.
Y tal vez, pensó Valeria mientras se quedaba dormida en sus brazos, tal vez la tenían.
Pero en el mundo de Alexander Voss, la paz nunca duraba mucho.
Y estaban a punto de descubrir que algunos enemigos nunca se rinden.