CAPÍTULO 2

2280 Palabras
Decir que no me dolía o aterrorizaba la idea de irme lejos, sería mentir. Como si el destino lo hubiese querido, al informarle de mi decisión a Claudia, ella brincó en un pie. Ella iba a ir también a Los Ángeles y no me había querido decir nada porque creía que yo me molestaría, pero con Claudia en Los Ángeles ahora iba a tener con quien compartir apartamento. Los días pasaron y rara vez salí de casa; deseaba pasar tiempo con mis padres, pero entre más me acercaba a ellos, más se alejaba mi hermano de mí. Muchas veces hasta lo vi mirándome con enojo durante la cena y siempre creí que era porque no estaba de acuerdo con mi decisión de irme a estudiar lejos, pero siempre dudas sobre el motivo real. Unos días después, mientras sacaba las cosas del closet, encontré la bolsa de regalo que nunca le entregué a Miles. Por un momento algo se revolvió en mi estómago. Me armé de valor y fui hasta la habitación de Lucas. Toqué la puerta y no obtuve respuesta, por lo que hice lo que él siempre hacía y entré sin permiso. Tenía los audífonos puestos mientras hacía unos diseños de edificios en su mesa. Toqué su hombro, él se sobresaltó y se quitó los audífonos. —¡Lucy! ¿Por qué no tocas la puerta? —exclamó molesto y sus ojos voltearon hasta la bolsa en mis manos. —Lo hice, pero estabas tan concentrado que no escuchaste. Vine a ver si le puedes entregar esto a Miles. —Me miró con la ceja alzada y luego sus ojos se centraron de nuevo en su escritorio. —Navidad fue hace cuatro días, y Miles ya no está en su casa. No le veo caso a llevarle tu regalo. —Miré hacia el lado, tratando de calmar la horrible sensación que me dejó esa información. Parecía que le urgía irse a reunir con su amada. —De acuerdo, pues..., es tuya si te gusta —dije sacando la gorra de la bolsa y colocándola en la esquina de su escritorio. —Déjala en la bolsa, ese regalo no me pertenece. Era para Miles, yo se lo entregaré cuando vuelva. —Está bien, gracias. —Me di la vuelta para salir de la habitación y la pregunta llegó. —¿Por qué cambiaste de opinión? —Me detuve casi frente a la puerta. —Washington no es el lugar al que pertenezco —respondí—. Quiero conocer qué es lo que un lugar como Los Ángeles tiene para ofrecerme. Lo hablé con mamá y a ella le gustaba más la opción de irme a Los Ángeles. Además, allá tendré más oportunidades a la hora de buscar un trabajo y hasta..., quién sabe, quizás un día pueda tener una estrella Michelin. —Me alegra saber que es por tu futuro y no por una persona. —Fruncí mi entrecejo. —¿Creíste que alguien había influido en mí? —Mamá no hace más que mencionar a un tal Z. Pensé que ese cambio tan repentino había sido influenciado por él. —No, esta es una decisión completamente mía. —Su cara pareció cambiar. —Si ese es el caso, no me queda más que desearte lo mejor, hermana. Solo te pido que cuando logres lo que tanto deseas, no te olvides de nosotros. —¿Por qué eres tan dramático? —No lo sé, creo que eso es lo que me vuelve especial. —Sonrió— ¿Cuándo te irás? —Programé mi vuelo para el cuatro de enero. —Al menos voy a poder celebrar contigo el año nuevo —comentó asintiendo. Su ánimo era otro. El año nuevo pasó y el día de mi viaje llegó. Sentí nostalgia por no haberme vuelto a ver con Miles y no haberme podido despedir de él. Miles había viajado a Washington antes que yo, posiblemente a iniciar su nueva vida al lado de la persona que amaba. —Como te voy a extrañar, mi niña. Por favor cuídate mucho y, si necesitas algo, no olvides en decirnos —dijo mi padre abrazándome. Mamá y la abuela estaban en fila esperando su gran despedida. —Te voy a extrañar mucho… —fue lo único que logró decir mi madre antes de romper en llanto. Yo también estaba por hacerlo, pero mi padre la abrazó y la alejó de mí. —Luciana, contrólate —dijo papá—, harás que se vaya más triste y preocupada por ti. —Lo siento, pero es que nadie te prepara para dejar ir a los niños que con devoción cuidaste, alimentaste, y que ahora son unos adultos con ganas de comerse el mundo. No puedo, no puedo. Te amo, hija —dijo lanzándose sobre mí en otro abrazo. Sostuvo mi rostro entre sus manos y me dio un beso en cada mejilla y un último en la frente—. Cuídate mucho. Sé valiente y lucha por tus sueños. Los abracé una última vez y cuando empecé a caminar hacia la puerta de seguridad Lucas apareció. —¿Te ibas a ir sin despedirte de mí? —Negué y me lancé a sus brazos. —Pensé que no vendrías. —No podía dejar ir a mi hermanita sin decirle que estoy muy orgulloso de la mujer en la que se está convirtiendo. Espero ser el primer comensal en tu restaurante. Ya sabes, si necesitas algo, cuentas conmigo. —No pude evitar hacer un puchero. —Me van a hacer llorar —me quejé en medio de mi familia. —Lucas solo dice la verdad, hija. Ahora ve, que tienes que pasar por seguridad —Asentí, tomé mi bolso y la maleta de mano. Mientras hacía la fila para cruzar seguridad, los miré una última vez y pude distinguir a alguien más allá de ellos. Miles. No solo eso. Era Miles usando la gorra que le pedí a Lucas que le entregara. Me miraba con una sonrisa en el rostro y levantó su mano despidiéndose de mí. Podía sentir un agujero en mi pecho. No quería llorar, pero no pude evitar liberar algunas lágrimas que se acumularon en mis ojos. Devolví el gesto haciendo que mis padres y mi hermano miraran hacia atrás. Mi madre volteó a verme luego de ver a Miles y pude ver su boca abierta por la impresión, volteando su cara de un lado al otro. Yo solo puse un dedo en mis labios que la hizo asentir. Miré una última vez hacia donde estaba Miles, pero ya no estaba allí. Sonreí porque al menos había podido verlo una última vez antes de emprender mi aventura hacia lo desconocido. Sabía que volveríamos a vernos, solo esperaba que, para ese entonces, el sentimiento que me quemaba el pecho ya no fuera tan fuerte como lo era en ese momento. El vuelo fue muy cansado. Maldije el no haber aceptado el ofrecimiento de mi padre de mejorar mi asiento. Lo único bueno fue haber elegido la ventana para poder ver el cielo desde las alturas. El resto fue horroroso. Tuve a mi lado a una señora que sonaba como una tractomula y, como si eso no fuera suficiente, también dejaba caer su cabeza sobre mi hombro. Además, tenía en frente de mí a un señor que recostaba su asiento lo que más pudiera, golpeando mis piernas. Claramente mi espacio personal fue violentado en ese avión. Al salir de la puerta de desembarque vi a mi muy especial Claudia con rosas y un rótulo que decía: “LA MEJOR CHEF DE LOS ÁNGELES” Caminé hasta ella ganándome muchas miradas de curiosos a causa de ese rótulo. —¿De verdad eres chef? —preguntó una señora de aproximadamente cincuenta años que vestía un elegante vestido de lino. La reconocí del vuelo, ella iba sentada en primera clase. —Claro, ha venido a estudiar en la mejor escuela de la ciudad, pero desde ya hace una comida exquisita, digna de estar en un restaurante cinco estrellas —interrumpió Claudia. La señora se quedó viéndome y yo solo pude sonreírle. —Si ese es el caso, me gustaría probar un poco de lo que haces. El chef de mi restaurante se mudó a Inglaterra porque su madre tuvo un accidente así que tengo un puesto vacante y, si pasas la prueba, el trabajo es tuyo. Abrí mis ojos al máximo sin poder creer sus palabras. La miré a ella, luego a Claudia y volví a ella abriendo y cerrando la boca como un pez. Las palabras no me salían. La señora extendió una tarjeta frente a nosotras y Claudia la tomó. —Si puedes llegar a las cinco de la tarde a esa dirección, te lo agradecería mucho —dijo—. No puedo quedarme mucho tiempo sin chef, y yo ya no tengo la energía para manejar la presión de la cocina sobre mis hombros. ¿Qué dices? —¡Por supuesto! Yo me encargaré de que ella esté allí —La señora se rió al verme pasmada. —Si en mi tiempo hubiera tenido una amiga como ella, no me hubiera costado años lograr lo que tengo hoy en día. Los amigos son un tesoro, mis niñas. Cuídense. Las veré luego. Cuando terminó de hablar, caminó hacia un auto n***o, polarizado. Un hombre de traje le abrió y cerró la puerta, para luego subir en el puesto del conductor. —Tal parece que me gané el derecho a tener el treinta por ciento de tu futuro sueldo —mencionó mi amiga golpeando mi hombro. Entonces las palabras volvieron a mi boca. —¿Lo que acaba de pasar fue real, o fue un sueño? —Mi amiga apretó sus uñas acrílicas en mi oreja. —¡Auch! —Nada de un sueño, señorita, esta es la vida real. Eres una chica con suerte. Acabas de poner un pie en Los Ángeles y ya tienes la primera propuesta de trabajo. Solo por eso, vamos, te invitaré a almorzar y a que te relajes. Tienes una entrevista muy importante. —Sabes que te admiro, ¿verdad? —confesé abrazándola. —Lo sé, yo también. Caminamos hasta su auto y fuimos a comer a un restaurante cerca del edificio donde quedaba nuestro apartamento. Los padres de Claudia eran banqueros, y los mejores amigos de mis padres desde la universidad, por lo que ella y yo habíamos crecido como hermanas, junto a sus hermanos, lejos de Manhattan en un pueblo de una milla llamado Bronxville. —Tus padres sí que no escatimaron en consentirte —comenté al ver los lujos que poseía el lugar en donde íbamos a vivir. —Sabes que lo único que hacen es llenar con material lo que no llenan con su presencia. Amo a mis padres, pero nunca están en casa. Creo que tu madre sabe más cosas de mí que mi propia madre —dijo Clau quitándose las zapatillas. —Mezclar una carrera y la familia no siempre es fácil, Claudia —dije sentándome a su lado. —Lo sé, por eso agradezco que tu familia siempre estuviera para nosotros. Y así, ahora que estás conmigo en Los Ángeles, me encargaré de que esta oportunidad sea única y especial para ti. ¿Has pensado en qué plato preparar para impresionar a la señora? —Claudia tomó su cartera para sacar la tarjeta y abrió los ojos al leerla. —¿Qué pasó? —pregunté al verla impresionada. —Mira, no te asustes, pero… —Me entregó la tarjeta y al leerla mi corazón comenzó a despotricar. —¿Maria Luvok? Así como ¿Madame Luvok? ¿La mujer que le ha cocinado al presidente? No podía creerlo. No podía creer que la mujer que nos habíamos encontrado en el aeropuerto fuera la mismísima Madame Luvok. Era la mujer más aclamada, premiada y exclusiva del mundo. Había ganado el premio Mejor Chef Femenina del Mundo por 8 años consecutivos, hasta que anunció su retiro dos años atrás. —No conozco a otra Maria Luvok que sea dueña y chef del Luvok. —comentó Claudia—. Que es a donde iremos en una hora. —Mierda, ¿Cómo no nos dimos cuenta antes? ¿Te das cuenta de que cocinaré para la mujer con el sentido del gusto más selectivo y crítico del mundo? ¿Recuerdas ese programa donde le dijo a un chef que su comida estaba asquerosa? Me despellejará en un segundo —comencé a hiperventilar. —Lucinda Kensington, cálmate; respira profundo. Inhala y exhala. Nada de eso pasará, recuerda que muchas de esas cosas de la televisión son actuadas, por lo que no creo que te diga algo fuera de lo común a una crítica. Estas oportunidades no se dan dos veces, Lucy. Si el destino quiso que la encontraras en el aeropuerto es por una razón. Concéntrate en qué vas a cocinar para ella. —Asentí a lo que me estaba diciendo, debía guardar la calma. Claudia me ayudó a pensar en cuál es mi mejor platillo. —Aunque también deberías ir preparada en caso de que te pida preparar uno de sus platillos —sus palabras solo me hacían entrar en pánico. —Creo que mejor me voy a ir a dar un baño. Necesito relajarme para ir abierta a todas las posibilidades que acabamos de hablar —ella asintió, me enseñó mi habitación y me ayudó a organizar mi ropa mientras yo me daba una ducha. Claudia era la hermana que no tuve. Al salir ya tenía la ropa apropiada sobre la cama para ir a mi reunión de trabajo. —Vamos, tienes una reunión con tu futuro.
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