Unos días después... Una tarde, Mabel se encontraba en el jardín de la casa de su hermano Manrique. Había extendido una manta bajo el frondoso árbol de nísperos, donde los rayos del sol se filtraban entre las hojas como hilos dorados. Vestía un corto vestido de flores que se elevaba con la brisa. Tenía la guitarra sobre las piernas, sus dedos bailaban sobre las cuerdas mientras una melodía suave la transportaba a tiempos mejores. A Leónidas. A su amor eterno. A lo que una vez fue. —Mabel... El sonido de su nombre, pronunciado por una voz masculina y firme, la estremeció. Giró el rostro de inmediato y lo vio. Ahí estaba Elijan Greco, apoyado con una mano en el tronco del árbol, con una camisa blanca arremangada que dejaba ver sus antebrazos marcados, y unos jeans que moldeaban sus cader

