Solimán guiaba a Bastian a través de senderos ya conocidos, soltando trivialidades, chascarrillos y alguna que otra anécdota de guerra. Le gustaba hablar, pero más aún si el receptor era Bastian, aquel hombre al que respetaba desde que escuchó, siendo apenas un joven guerrero, las historias sobre su temple en batalla. Repetía leyendas como si fueran cuentos de vieja taberna: “Dicen que una vez luchaste contra tres clanes al mismo tiempo… solo con una espada y una promesa por cumplir”. Bastian apenas murmuraba, observando el horizonte, mientras la caravana se acercaba a una vieja casona en los límites del pueblo del Clan del Tigre, allí donde comenzaban las temidas Montañas del Silencio. El cansancio pesaba en todos, como un manto de arena sobre los cuerpos. Horas después, cuando el sol c

