—Lo sé. —Entonces también debes saber que algunas mujeres de treinta años no son más que unas criaturas frívolas de cabeza hueca, y en cambio otras, incluso de mi edad, pueden tener a veces pensamientos inteligentes. El Conde rió. —Cuando gruñes como un cachorro de tigre, tus ojos parecen lanzar fuego y me deslumbra tu ferocidad. —Lamento si eso te desconcierta. —Por el contrario, me parece interesante, y creo que también así le parece a nuestro real huésped. Pero ahora que él nos deja, tendré que decidir qué hacer contigo hasta su regreso. —Hay caballos para montar y una gran extensión de la propiedad que todavía no conozco— señaló Carmela. —Yo tampoco la conozco— comentó el Conde—, pero lo que en realidad quisiera saber es si deseas que te visiten algunos miembros de la familia, l

