Capítulo 5. El cazador ¿buscando a su presa o convirtiéndose en ella...?
Cada vez estoy más convencido de eso, aunque los papeles no parecen ser de importancia... solo una persona que trabaja allí los tendría.
Tomo mi teléfono y llamó a Javier, mi asistente.
-- Señor Leclerc tenemos una sospecha de quién lo drogo anoche – me responde antes de que pueda decir algo, y frunzo el ceño esperando su información.
-- Habla de una vez –
-- Podría tratarse de algún empleado de industrias Montes – eso me dejo helado.
-- ¿Un empleado de industrias Montes? –
-- Asi es señor... ellos son los únicos extraños a usted que estuvieron en el club anoche... no tenemos otra explicación –
Eso está claro, pero no puedo actuar por impulso, no sin una pista real.
Miró los documentos y cada vez estoy más seguro, esa mujer tenía que ser una empleada de industrias Montes, quizá alguna secretaria, o una asistente... pero no puedo creer que sean ellos los que me drogaron, no son tan buenos para eso.
Solo de pensarlo mi mente lo bloquea... esta acción no puede ser considerada una pieza más en la maquinaria de esa familia decadente que no vale para nada, una empresa que por años ha querido colgarse de mi trabajo, y una familia que tanto me ha costado evadir...
Además, si hubieran sido ellos, ya estarían exigiendo algo de mí, y esa mujer... ella no habría salido huyendo, ¡no!... ella seguiría aquí... esto no está bien.
Sonreí con ironía. Al menos el destino me estaba dando un punto de partida. No importaba si el rastro era vago, yo siempre encontraba lo que quería. Y ahora lo que quería no era un contrato, ni una empresa, ni un negocio multimillonario, ¡claro que no!
Lo que quería ahora era volver a tener a esa mujer.
La mañana se me fue entre llamadas a contactos, favores cobrados y una lista interminable de empleados por revisar... Ni siquiera podía dar una descripción concreta, no recordaba con precisión el rostro de la mujer que se había entregado a mí. Apenas retazos: la forma de sus labios, el brillo húmedo de unos ojos que apenas me dejaron mirarlos en la penumbra.
Aunque para mí eso tenía que bastar. Siempre me bastaba... siempre menos en esta ocasión.
El resto del día lo pasé con la máscara impecable que el mundo conocía. Reuniones, firmas, cócteles de inversión. Todos hablaban de cifras, mientras yo asentía, imponiendo silencios, y cerrando acuerdos millonarios.
Me movía con la misma frialdad de siempre, dueño absoluto de cada espacio que pisaba. Pero por dentro no había paz. El eco de su respiración, el temblor de su cuerpo contra el mío... la maldita prueba de su inocencia manchando mis sábanas, me golpeaba una y otra vez como un martillo.
Al caer la tarde, decidí no dormir solo. Llamé a Juliette, la francesa que siempre estaba disponible para mí. Llegó envuelta en un vestido rojo que parecía pintado sobre su piel. Su boca me buscó con ansias, sus manos recorrieron mi cuerpo con la precisión de alguien que conoce de memoria cada respuesta masculina.
Y sin embargo, mientras ella se arqueaba sobre mí, yo cerraba los ojos imaginándome a otra mujer.
No a Juliette, ni a las decenas de mujeres que había tenido antes. Solo a ella. La forma torpe y urgente en que me rodeó las caderas con sus piernas, la manera en que jadeaba como si nunca hubiese sentido algo igual, los dedos que se aferraban a mi espalda como si temiera que me fuera de desvanecer.
Empujé a Juliette con más fuerza de la necesaria. Ella gimió creyendo que era parte de la pasión, cuando en realidad era rabia. Terminamos rápido, ella exhausta, y yo vacío. Encendí un cigarro y la dejé dormir a mi lado, ajena a la tormenta que me corroía.
Nunca antes una mujer me había dejado con esa sensación:
“ saciado en el cuerpo, pero hambriento en el alma”
¡Nunca!
Los días que siguieron ordené a mis hombres moverse dentro del Consorcio Montes. Ninguno de los directivos debía saber que era yo, no quería rumores antes de tiempo. Revisaron archivos, interrogaron discretamente a secretarias, asistentes, personal de limpieza.
Pero no encontré un una maldita pista.
No aparecía nadie que encajara con lo que yo buscaba. Era como si la mujer no existiera. Y sin embargo, yo sabía que era real. Había estado en mi cama, su sangre la había marcado, y su perfume aún lo sentía impregnado mi piel.
Me irritaba la idea de estar buscando en vano, pero algo en mi instinto me decía que no era un error. Ese membrete no había caído en mis manos por casualidad.
Tenía que haber un lazo entre ella y ese consorcio maldito.
Cada día que pasaba sin saber de ella, me obsesioné más. No había reunión, no había banquete, no había noche de placer que pudiera distraerme de su recuerdo.
Llené mi cama de otras mujeres: actrices, modelos, esposas infieles que se derretían por el poder y el dinero. Todas gemían, todas se rendían a mis pies, todas me daban lo que siempre había querido… y ninguna lograba arrancar de mi memoria el rastro de aquella mujer.
Era un fantasma y, al mismo tiempo, una llama que no me dejaba respirar. La ciudad entera se rendía a mis pies, y yo, Marck Leclerc, que nunca había perdido en ningún terreno, me descubría atrapado en una caza que parecía imposible.
De ser un cazador, me estaba convirtiendo en una presa y eso no me gustaba.
Me vi parado frente al ventanal de mi oficina, con la ciudad ardiendo en luces a mis pies, con un vaso de whisky intacto en la mano y con la certeza de que algo había cambiado dentro de mí.
Podía tenerlo todo, menos a ella. Y eso bastaba para volverme loco.
Pero no soy un hombre que este acostumbrado a renunciar. Ella me había dejado su huella, y esa huella se había grabado en mi piel como el fuego.
No importaba cuánto tiempo me llevara encontrarla, ni cuántas máscaras tuviera que arrancar en el camino. Esa mujer era mía. Y yo Mark Leclerc nunca comparto lo que es mío.
Camille
Han pasado varios días desde que presente la solicitud de divorcio en el registro civil, es solo cuestión de tiempo para que quede separada de mi esposo. Ya no me importa si él se entera o no... lo que si me tiene confundida es ese desconocido.
No he podido quitarlo de mi mente, por las noches intento no pensar en él, no recordar las cosas que hicimos, porque solo de pensarlo me hace vibrar, he comenzado a conocer mi cuerpo, mis manos me llevan a placeres inimaginables, pero ninguno se compara con el que senti con él.
Francisco llevaba días mirándome de una forma distinta. No es amor, lo sé y tampoco ternura... eso es algo que nunca he esperado de él. Es otra cosa, otro sentimiento que no puedo descubrir… una mezcla de rabia, de deseo o de rencor... es como si de pronto hubiese recordado que yo soy su esposa y que soy una mujer, que yo también tengo un cuerpo, que podría ser deseado por alguien más.
Por las noches lo he sentido caminar afuera de mi habitación, la primera noche que intento ingresar no lo deje, cerré con llave desde adentro y abrí la ducha para que me molestara. Ya no me importa que duerma en mi cama, en tres años nunca lo hizo, o quizás fue una o dos veces.
Pero ahora no siento nada por él, no me gustaría que se me acerque con intensiones sexuales, ya no. He aprendido a satisfacerme yo sola, sin necesidad de que lo haga él, no lo necesito...
Una mañana salí a pasear con un conjunto algo revelador, y sentí como el freno de su auto se activaba, giré a verlo y pude notar ese brillo extraño en su mirada.
-- No te parece que tienes muy poca ropa para pasear por aquí – me dijo y levante una ceja asombrada...
-- Pienso hacer deporte y... esta es la ropa adecuada para hacerlo – le respondo sin darle importancia.
-- No deberías hacerlo con eso puesto, cualquiera podría pensar mal – fue lo único que dijo antes de arrancar su auto y desaparecer.
Al principio pensé que eran imaginaciones mías. Durante tres años me ignoró por completo, ¿qué podía importarle ahora si me vestía distinto, si usaba ropa diminuta para ejercitarme o si levantaba la barbilla cuando le respondía y ya no bajaba la mirada como antes?
Pero lo notaba: sus ojos me recorrían en silencio, como un depredador que calcula el momento de lanzarse sobre su presa.
Esa misma noche, antes de que yo subiera a mi habitación para cerrar con llave me lleve una ingrata sorpresa... cuando creía que ya se había marchado a dormir fuera, lo encontré adentro, en nuestra habitación.
Estaba sentado en el borde de la cama, con la chaqueta desabrochada y la corbata floja, mirándome como si esperara algo de mí. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.
-- Llegas tarde – me dijo con voz grave.
-- Siempre llego a esta hora – le respondí, altiva, dejándome caer sobre el tocador.
-- ¿Por qué estas cerrando la puerta con llave? – esa pregunta me descoloco. Pero ya tenia una respuesta para ella, lo había pensado desde hacía unos días atrás.
-- Siempre que me voy a duchar acostumbro a cerrar la puerta por dentro, lo siento si querías entrar, pero como nunca... – me quede en silencio. Vi como fruncía el ceño sin creerme.
Me incliné hacia el espejo y comencé a soltarme el cabello, como si él no existiera. Lo vi reflejado detrás de mí, los ojos clavados en mi nuca, respirando más fuerte de lo habitual.
-- Has cambiado – me susurró.
-- ¿Cambiado? – repetí mirándolo por el espejo...
-- No lo creo, siempre he sido asi... es solo que quizás no te diste la molestia de conocerme mejor. Siempre he sido asi, aprendí a vivir sin esperar nada de ti –