7

512 Palabras
7 Habían llegado a casa de Sadam. El turco abrió el gran candado que mantenía juntas las dos hojas de chapa ondulada. La casa estaba construida aprovechando el ángulo más meridional del muro del vertedero. Era de forma triangular y tenía las paredes interiores cubiertas de colchones y telas de seda anaranjadas, rojas y azules, tal vez procedentes de la propia Estambul. En el suelo, en un ángulo, había un número considerable de alfombras enrolladas de dimensiones medias, mientras que en el pavimento estaban extendidas las dos más grandes, de tonos verdes y ocres. «Quitaos los zapatos», pidió el hombre, al tiempo que hacía lo propio, mientras los otros estaban ya haciéndolo y mirando de soslayo el pie agarrotado del turco, que siempre desaparecía velozmente dentro de una chancla de tela. Las Adidas de Iac habían quedado colocadas juntas y con cuidado; las Nike de Lira, también. Los muchachos las dejaban lo más cerca posible de la casa y mantenían las puertas entornadas para no quitarles la vista de encima. Constituían un bien precioso, difícil de encontrar en el vertedero, si bien Iac había localizado una zona en la que a veces se encontraban algunos, tal vez desparejados, pero aún en buen estado. «Adelante: mientras yo cocino, vosotros ponéis la mesa, ¿de acuerdo?» Lira cogió las servilletas, que, por cierto, eran trozos de un papel cualquiera, a veces incluso hojas escritas o páginas de revistas y, ya que estaba, se puso a comentar una en voz alta: «¿Sabíais que un tipo se ha hecho enterrar con las joyas, los cuadros y los trajes, en un ataúd tan grande como un estudio, ¡a saber lo que hará con ellas muerto!» «Como un faraón», comentó Sadam. «Lee dónde está enterrado ese, que me daré una vuelta por allí»: era la voz arrastrada y sepulcral del Viejo, que estaba entrando en la casa, cuando Sadam lo detuvo: «¡Qué mal hueles, Viejo! Vete hasta la manguera y lávate al menos las manos y quítate los zapatos antes de entrar». El hombre farfulló algo incomprensible, pero obedeció a Sadam dirigiéndose al único recurso hídrico del vertedero, una manguera de plástico rosa procedente de un agujero en el muro a tres cuartos del borde del Oeste, muy cerca del segundo ángulo con el borde del Norte. «No me parece que esté bien puesta la mesa, con los cubiertos todos en un lado, las servilletas todas en otra y los vasos todos juntos. Esmérate, Lira, procura pensar en cómo vamos a comer. Si dejas las cosas así, ¿cómo vamos a poder comer?» Lira se rascó la cabeza y comprendió al instante, por lo que se puso de nuevo manos a la obra. «Ten en cuenta que la hoja del cuchillo se coloca mirando al plato», añadió Iac. «¿Y sabes por qué, señorito, yo lo sé todo?», preguntó Sadam sin volverse. Iac se encogió de hombros y Lira lo imitó, pero el turco no respondió y probó el cuscús. «Ya está casi listo: Iac, echa un vistazo a ver si vuelve el Viejo». El muchacho se asomó a la puerta de la casa, pero en el horizonte sólo se veían los ladrillos de basura y de momento no había nadie a la vista.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR