Capitulo 4

1510 Palabras
Theo  El salón estaba lleno de flores blancas, exactamente como Isabella lo había pedido. Los tulipanes y las orquídeas importadas de Ámsterdam, así como los candelabros enormes que parecían arrancados de un palacio veneciano y los cristales de Murano que costaban el salario mensual de cualquiera de mis empleados, era todo lo que ella hablaba con mi madre desde que comenzaron a planear la boda. Pero para mí todo era… demasiado, demasiado brillo y ostentosidad cada detalle reflejaban lo que era Isabella. Pero mientras Isabella hablaba y hablaba sobre “impacto visual” y “estatus”, yo no podía concentrarme en nada de eso. Porque lo único que realmente lograba ver era a Adriana. Había llegado más temprano de lo que esperaba, mi madre fue al baño y yo me quede mirando a escondidas. Adriana caminaba de un lado a otro del salón, revisando listas, corrigiendo detalles, tratando de mantener la profesionalidad mientras Isabella la provocaba con esa sonrisa venenosa que siempre le daba a esa rubia. Y por Dios… qué difícil era mantener la calma. La sola presencia de Adriana removía algo en mí que no había sentido en años, algo que ya no sabía si debía sentir. —«No deberías mirarla así.» — Me repetía una y otra vez, pero era inútil. Su elegancia… su forma de sostener el bolígrafo, la manera en que su ceño fruncido aparecía cuando algo no cuadraba y ese aire de independencia que siempre me había encantado. Era como si mi memoria, mi cuerpo y mis sentidos me traicionaran de golpe. Y encima estaba mi madre, quien había llegado justo en el momento menos oportuno. Adelina siempre había sido una mujer orgullosa, pero antes… antes era cálida, sencilla y amable, hasta que el dinero llegó. O más bien hasta que la empresa creció más de lo que cualquiera imaginó y cuando dejó de verme como su hijo… y empezó a verme como una inversión. Ahora era una copia exacta de Isabella mismo tono altivo, mismas exigencias absurdas, misma obsesión por aparentar. Y aunque dolía aceptarlo, ya no me agradaba, no me agradaba la mujer en la que se había convertido. Después de unos minutos escuchando a ambas opinar como si estuvieran diseñando la coronación de una reina, no aguanté más, Adriana se había ido y ya no había nada más que ver aquí, todo estaba decidido, así que decidí dejar todo e irme. —Debo entrar a una reunión —mentí, acomodando mi corbata solo para escapar. Isabella frunció los labios con molestia, pero fingió comprensión, mi madre, en cambio, ni siquiera me miró. Seguía demasiado ocupada criticando las tonalidades de blanco que ni siquiera yo sabía que existían. Salí del salón en busca de aire, necesitaba distancia. Necesitaba… no sé, volver a sentir que la vida tenía sentido y no era solo una secuencia de eventos que otros decidían por mí. Caminé por el pasillo silencioso del hotel, respirando profundo, intentando reorganizar mis pensamientos. Y entonces la vi. Adriana estaba a unos metros de la salida hablando con alguien. Apenas pude distinguir la silueta masculina que estaba con ella cuando él se giró un poco. Y mi estómago se apretó con una fuerza casi dolorosa, Gerardo, maldita sea Colombo. Era él mismo idiota que había alardeado meses sobre su “relación” con Adriana. El mismo que no dejaba de enviar fotos, diciendo que estaban juntos. El mismo que… apareció aquella noche La noche en que lo vi besarla, la noche que destruyó todo y me convirtió en lo que soy ahora. No sabía que lo había llevado a dejar la universidad después de ese día, pero lo que, si era seguro, es que la familia de Adriana tuvo mucho que ver con esas decisiones. Lo observé acercar la mano a su cintura y aunque ella lo apartó enseguida, yo había vuelto a sentir ese recuerdo que me seguía atormentando durante mucho tiempo. Había sentido ese golpe en el pecho, ese ardor, esa furia irracional que no tenía derecho a sentir. Porque ya no era nadie en su vida, porque había renunciado a serlo y porque había elegido otra cosa, otra mujer, otro camino. Pero verla con él fue demasiado, no lo soportaba Mi mandíbula se tensó tanto que me dolió y esa sombra que llaman celos regresó con fiereza. Quise acercarme y enfrentar a ese imbécil, aunque no tenía ningún derecho. Pero me quedé quieto. Observando desde la distancia mientras el veneno del pasado se mezclaba con la confusión del presente. Adriana se apartó de él, molesta, casi furiosa, y caminó hacia su auto y a pesar de que él le habló, ella lo ignoró, no lo miró y no le sonrió. Eso… eso me dio una absurda sensación de alivio. Y cuando subió al auto, por un instante sus ojos se cruzaron con los míos a través del vidrio. Solo un segundo, pero suficiente para que todo dentro de mí se desmoronara un poco más. No era odio lo que vi en ese momento, tampoco era indiferencia, era… dolor. El mismo que yo había contribuido a crear. Apreté los puños y la garganta me ardió. Porque ahí, en ese instante, lo supe con una claridad brutal: No importaba cuánto intentara negar lo que sentía, ni cuánto insistieran Isabella y mi madre o las tantas veces donde me repitiera que el pasado había quedado atrás. Una parte de mí, esa que jamás quise admitir, sabía que mi corazón aún le pertenecía a Adriana Ferrer. Y verla con Gerardo… era un recordatorio cruel de que, en algún momento, la perdí. O peor aún… que la dejé ir. Ahora, parado en este salón, viendo a Adriana organizar la boda que debería ser mía y de Isabella, me pregunto cuántas mentiras me tragué. Porque por más que lo intente, mi corazón nunca dejó de pertenecerle a ella. Por eso al día siguiente quise unirme a Isabella en su reunión con Adriana, porque, aunque yo seguía molesto con Adriana, una parte de mi quería saber si Adriana había cambiado en estos años o si seguía siendo la misma chica manipuladora y traidora que había conocido hace años. —Theo —Isabella se aferra a mi brazo —, ¿No es todo espectacular? Adriana ha hecho un buen trabajo… aunque claro, con tu dinero era imposible que saliera mal. — Su tono es venenoso, dirigido con precisión hacia la mujer que realmente me importa. Aprieto la mandíbula, miro a Adriana, y aunque ella mantiene el rostro sereno, sé que esas palabras hieren. —Sí —respondo, sin apartar los ojos de ella— Es perfecto. — Lo digo porque no hablo de la boda, hablo de ella. De Adriana, la única que siempre fue mi verdad, aunque yo haya sido demasiado ciego para verla. Al principio, todo era fácil, Isabella me ofrecía ternura, apoyo, la ilusión de una lealtad que necesitaba después de lo de Adriana. Pero con el tiempo, su dulzura se volvió exigencia, su apoyo, control y cada día siento que me aferro más a una mentira. —Theo, cariño —dice ahora, mientras hojea un catálogo de joyas — Necesitamos un detalle más exclusivo para la boda, algo que haga que las demás nos envidien. — Siempre habla en plural, pero en realidad se refiere a ella. La mire por un segundo y note como sus ojos brillan con una ambición que nunca supe ver antes, o quizá siempre estuvo ahí, y yo me negué a reconocerlo. No es que me importe el dinero, lo trabajé para tener libertad, no cadenas, pero ella lo ve diferente, para Isabella, cada centavo es poder. A veces me pregunto si mi verdadero error no fue confiar en Adriana, sino en Isabella. Cuando cierro los ojos, los recuerdos vuelven, Adriana y yo estudiando hasta tarde en la biblioteca, compartiendo café barato, discutiendo sobre quién tenía las mejores ideas, esa complicidad no la tuve con nadie más, nunca. Ahora, verla en cada ensayo de boda, serena y profesional, me tortura, porque mientras Isabella exige, Adriana crea. Mientras Isabella presume, Adriana construye y mientras Isabella se aferra a mi dinero, Adriana nunca me pidió nada más que mi tiempo. Y yo se lo negué. La duda se clava en mi pecho ¿y si Isabella me mintió? ¿Y si aquella escena que describió nunca sucedió? Lleve mi mirada hacia Isabella, no supe cuánto tiempo divague en mis recuerdo, pero ahora estaba probándose un vestido frente al espejo, sonriendo satisfecha, y siento un nudo en el estómago. Las palabras de Marco regresan a mi mente cuando veo a Adriana sonreír con cariño a su asistente, era esa misma sonrisa que me daba cada vez que le invitaba un café o cuando le regalaba una golosina. Si tal vez Marco tenía razón, todo era pasado, mi futuro estaba con Isabella, pero la verdad era que, por primera vez en años, no estoy seguro de nada, excepto de algo, el día de mi boda se acerca, y lo único que temo… es haber elegido a la mujer equivocada.
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