**ALONDRA** Biby me recibió en el vestíbulo con un abrazo cálido y un “¡qué bueno verte!”. Le entregué una carpeta que me había prestado, una especie de clave en nuestro pequeño juego, y le dije con tono casual: “Tenemos que hablar de esto antes de que empiece la universidad”. Mi mirada se deslizó por la casa, escaneando cada rincón, cada mueble, cada detalle. Era, como si intentara detectar una señal, un indicio de Alexander. ¿Un cigarro en un cenicero? ¿Unas llaves en la mesa? ¡Nada! Era como si el hombre fuera un fantasma, un espectro que se desvanecía en cada intento de acercamiento. La frustración me invadía, pero al mismo tiempo, me divertía. Este juego de detective me hacía sentir como una espía en una misión secreta, descubriendo secretos que no estaban destinados a ser revela

