CAPITULO SETENTA Y DOS

1285 Palabras

**ALEXANDER** El día se había convertido en una maratón implacable. Una sucesión interminable de reuniones, encadenadas con precisión quirúrgica y salpicadas solo por el sabor amargo del café. La presión era palpable: un nuevo lote estaba a punto de salir, y un cliente potencial —de esos que marcan la diferencia entre un trimestre ordinario y uno excepcional— estaba listo para cerrar un acuerdo de proporciones considerables. Pero exigía garantías, y como casi siempre, esa garantía llevaba mi nombre. En medio de esa vorágine de llamadas, presentaciones y documentos que exigían mi atención total, mi mente se desvió, casi por su cuenta, hacia Alondra. Ella no es como los demás. Tiene una mirada singular, cruda, sincera, desprovista de cualquier artificio. Su forma de analizar no obedece a

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