El silencio de la villa es perturbador. Casi espectral. Pero no es raro, ya que, es fin de semana. Dahlia por lo general juega canasta con sus amigas, el club de urracas. Los demás, ocupados en sus propias rutinas absurdas y superficiales. Camino de regreso a la habitación de Emilio. Cuando entro, este ya no duerme. Se retuerce en la cuna con el rostro contraído y el llanto ahogado. No es un llanto normal, de esos a los que me he acostumbrado. Es un sollozo que le nace del pecho, entrecortado y dolido. Entonces, vomita. Es un vómito breve, pero basta para ponerme en alerta. Lo limpio mientras llora otra vez, su pequeño cuerpo está encendido por la fiebre cuando vuelvo a tomarle la temperatura y me asusta. —No —susurró con nervios. No lo pienso más y vuelvo a marcar al pediatra. Le cuen

