Habría sido muy feliz si solo el calor de su polla me hubiera irradiado, pero Michael me levantó un poco. Sentía su polla siguiéndome, arrastrándose contra mí y presionándome. Entonces Michael me jaló hacia abajo y su polla no tenía adónde ir más que hacia dentro.
Podía sentirlo empujando mis labios, tratando de pasar más allá de ellos y penetrar en mí y no había forma de que lo permitiera.
—Oh, no —dije—. ¡Ni hablar! ¡Atrás! No puedes hacer eso. Lo digo en serio. ¡Michael! ¡Para! No puedes hacer esto.
Eso sí que fue efectivo. Su pene seguía presionando mis labios y no pude evitar que se abrieran y lo dejaran pasar. Di otro grito de sorpresa al sentir que algo cedía y entonces su pene empezó a subir y a penetrarme. No diré que fue fácil para él, porque mi entrada estaba cerrada y no me
