A los dieciséis años tenía una figura perfecta. El problema era que el número asignado a esa figura era el número uno. Plano de pecho y trasero, esa era yo, mientras que todas mis amigas estaban rebosantes de pechos, traseros y caderas marcadas. Hice lo que todas las chicas de mi edad hacen en una situación así: comí. Para cuando cumplí diecisiete, mi figura estaba pasando de uno a cero y mi madre me obligó a hacer dieta. Una dieta de verdad, no una de esas dietas de moda. El resultado fue que volví a adelgazar. Pero la naturaleza no había terminado conmigo. Una mañana, al despertar, vi que mis pechos habían cambiado de A- a A+. Ese fue el comienzo de unos meses tórridos. Estaba irritable y malhumorada, y parecía cambiar cada día. Al cumplir los dieciocho, casi no te dabas cuenta de que e

