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1112 Palabras
El día pasó con tranquilidad. May apenas había podido volver a hablar con Patricio. No era que no hubiera pensado en él, de repente, todo lo que hacía con naturalidad a diario, se había vuelto difícil. Dicen que solo hay una oportunidad de dar una primera impresión y al parecer May no deseaba arruinar la suya. En su mente se había vuelto recurrente su propia imagen sosteniendo a un adolescnete de la oreja. Esa, definitivamente, no era una buena impresión. No había podido explicarle a Patricio el motivo de su reacción y eso la inquietaba. Al fin y al cabo no era una loca que tomaba a los niños de las orejas por gusto. Aquellos adolescentes habían abandonado la escuela y habían sido tentados a seguir el doloroso y adictivo camino de las drogas. Ella luchaba por evitar que eso sucediera cada día, era parte de su promesa y aunque no lo hubiera sido, estaba feliz de poder hacerlo. Aprovechaba cada vez que los niños pasaban por allí para conocerlos, para prestarles su oído, sus brazos, su corazón e intentaba convencerlos de que podían hacer algo bueno con sus vidas. Pero en aquel barrio las cosas no eran fáciles, las tentaciones, la pobreza y la desigualdad eran moneda corriente y la esperanza solìa caer en el olvido. Por eso se enojaba cuando sentía que no podría lograrlo. Como con Jonathan y Emilio, los jovencitos que habían intentado entrar al comedor a escondidas para llevarse quien sabe que. Habían sido niños sentados en esas mesas pocos años atrás y parecían no recordarlo. La desesperación por conseguir algo de dinero los llevaba a las más limitantes bajezas. Ella intentaba comprenderlos, desde ya no iba a denunciarlos, pero esperaba que ellos pudieran entenderlo también. Los habìa corrido y no habìa tenido màs opciòn que tomarlo para que la escucharan. Estaba dispuesta a aceptarlos como voluntarios en el comedor y hasta evaluar la posibilidad de retribuirles con algo de dinero de su propio bolsillo, pero cuando alguien está perdido, no puede oìr, menos aùn cuando un inquietante intrusos de ojos hermosos se apodera de toda la atenciòn. -Creo que ya se fueron todos.- oyó cerca de las seis de la tarde en ese inconfundible tono que anhelaba oìr más seguido en adelante. Al ver que May no reaccionaba Patricio se aventuró a acercarse un poco más. La había estado observando con disimulo durante todo el día y a su pesar, cada vez le gustaba más hacerlo. No solamente era su cuerpo rebelde oculto debajo de aquella ropa enorme pero milimètricamente diseñada para enseñar lo justo como para que la curiosidad comenzara su camino al ascenso, sobretodo era la forma en que se interesaba por los chicos, parecìa conocer cómo abordar a cada uno, había dado abrazos efusivos, había oído historias interminables o simplemente le habìa reservado una porciòn especial algún tìmido rezagado. Parecía comprometida con su trabajo y a la vez un dejo de enigma le indicaba que podría dedicarse a algo más. No quería mirarla, no quería involucrarse. No podía hacerlo y sin embargo allí estaba caminando hacia ella cuando todos los demás ya se habían ido. En otra vida, ese hubiera sido el momento perfecto para tocarla disimuladamente y confesarle lo bien que le sentaba la sonrisa. La hubiera visto sonreír y se hubiera aventurado a rozar la comisura de sus labios, le hubiese ofrecido una canción, una frase hurtada de Neruda o Benedetti o simplemente su sonrisa para confirmarle que estaba a gusto a su lado. En otra vida la hubiera conquistado hasta que le permitiera tocar sus labios, que se volvían más apetecibles con cada segundo que pasaban a solas y atrapándola entre sus brazos habría disfrutado hasta el cansancio de ese temblor que sufren los cuerpos cuando se ven supeditados al deseo. En otra vida, la hubiera querido solo para él. Pero eso era en otra vida, en un que habìa tenido que dejar atrás -¿No me digas que vas a tirarme de las orejas?- le dijo en un rapto de humor que incluso lo sorprendió a él mismo. Entonces ella se sonrojó, como si Patricio hubiera leído sus pensamientos, sus peores temores se volvieron tangibles. Él recordaba el primer momento a la perfección, había arruinado su primera impresión. Al ver que su ocurrencia habìa tenido el efecto contrario al que deseaba, Patricio se sintiò un tonto y sin pensarlo hizo lo ùltimo que debìa hacer. Acercó sus manos con sus largos dedos hasta sus brazos y los tomó sobre la tela de aquel abrigo para llamar más su atención. Sus miradas se conectaron mas cerca de lo que lo habìan hecho hasta entonces y lo que fuera que habìan creìdo sentir volviò a ser real. Ninguno creìa en el amor a primera vista, ninguno creìa en el amor en absoluto y sin embargo allì estaban uno frente a otro disparando con sus ojos lo que sus bocas no se atrevìan a decir, en un silencio ensordecedor que no hacìa màs que sembrar de expectaciòn en sus corazones. -Era un chiste, no quise incomodarte.- dijo èl finalmente liberando su cuerpo y volviendo a tomar distancia. May tragó saliva y si hubiera podido se habría pegado en sus propias mejillas. ¿Qué estaba haciendo? ¿Dónde estaba toda su personalidad? ¿Cómo podía alguien que recién llegaba despertarle tantas emociones con un simple roce? -Lo sé, lo sé.- le dijo rápidamente con una sonrisa nerviosa mientras colocaba sus manos sobre la gorra que nunca se había quitado. -Podes irte si queres.- agregó como único escape a esta nueva sensación que la invadía. Patricio comenzó a caminar hacia la salida, no sin antes confesar su decepción con su mirada. May lo percibiò al instante, quería quedarse. Ella también quería que lo hiciera y justamente por eso lo había echado. -Pato…- dijo arrepintiéndose al instante de esa confianza que él nunca le había ofrecido. Él se detuvo sin girar. Ya no sé sentìa Pato, no merecía aquel diminutivo afectuoso que tantas alegrìas le había dado. No dejaba que nadie vuelva a decirle de esa manera y sin embargo el silencio lo volvió insoportable. Girò para descubrirla arrepentida de su arrebato y no pudo soportarlo. -¿Qué pasa May?- le dijo incluso sonriendo para demostrar que aquel nombre estaba bien. -Que no tenes que pedirme permiso, podes irte cuando terminas.- le respondìò ella sin terminar de entender en dónde estaban parados. Pato apretó los labios y asintió con su cabeza. Lo estaba echando y porque deseaba quedarse, irse era lo más seguro. Sin embargo, una vez màs, en contra de todo lo que su mente le gritaba habló: -¿Salis conmigo?-
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