CAPÍTULO 4

1905 Palabras
—¿Estás embarazada? —preguntó Miriam, que había visto correr a su jefa de la cocina en cuanto había entrado y, siguiéndola, se dio cuenta que de nuevo había terminado vomitando en el baño. Habían pasado unas dos semanas de que ella dijera por primera vez que se sentía mal y sus malestares eran mucho más que evidentes cada vez. Berenice negó con la cabeza. A duras penas tenía tiempo para ir a correr media hora tres días a la semana; para ponerse en semejante riesgo no tenía tiempo, energía ni ganas. —Esto es estrés, y posiblemente una gastritis —respondió la morena, sintiéndose peor luego de vomitar, aunque fuese difícil de creer. Y es que estar con nauseas era bastante malo de por sí. —¿No deberías ir al médico? —preguntó la joven auxiliar de cocina, de verdad preocupada. —Un médico no va a arreglarlo, para hacerlo necesito deshacerme de la causa de mi estrés, y lamentablemente no tengo el corazón, ni las habilidades, para matar a ese sujeto —respondió Berenice sin darse cuenta en realidad de lo que estaba diciendo. —¿Sujeto? —cuestionó Miriam alarmada, enterando a la otra de que había hablado de más sin darse cuenta—. ¿Alguien te está molestando? Deberíamos llamar a la policía entonces. —No la estoy molestando —aseguró Antuán, que se había acercado preocupado al ver a Berenice atravesar un pasillo casi corriendo, y a cierta distancia había escuchado un poco la plática de las dos jóvenes—. A ella le molesta mi sola presencia, así que, en realidad, yo no estoy haciendo nada que amerite que llame a la policía. Miriam no dijo nada al respecto, solo saludó al hombre que tenía tiempo desayunando y cenando en ese lugar, y que lo haría por un tiempo más, según tenía entendido. » Solo finge que no estoy aquí —dijo Antuán para la gerente del lugar—, nos seguiremos topando por mucho tiempo, así que es mejor que te acostumbres. —Sí —coincidió Miriam—, porque no puedes enfermarte, ¿qué harían los niños sin ti? —¿Niños? —preguntó Antuán, sorprendido—. ¿Tienes hijos? Ante semejante pregunta Berenice sintió que una ulcera estalló en su estómago y una vena en su cabeza. Su querida amiga acababa de revelar lo que menos quería que el hombre presente supiera. —Sí —respondió Berenice, que ya no atinó a inventarse nada que ocultara semejante información—, tres. ¿Por qué? ¿No puedo tener hijos? Antuán sintió que su corazón se estrujo. Él, que vivía lamentándose por lo ocurrido con su hijo, y que no se imaginaba intentando ser padre luego de no haber sido capaz de proteger la vida de ese pequeño, había recibido un golpe tremendo sabiendo que su amada tenía tres hijos. —Claro que puedes —dijo el hombre—, eres una mujer hermosa y muy valiosa, siempre lo has sido, te mereces solo lo mejor del mundo, y una familia grande es algo que siempre quisiste. Berenice sintió nauseas de nuevo, la expresión y tono de voz de ese hombre le retorcían las entrañas. Y es que no podía evitar sentirse culpable por el pesar del hombre, quien, ya que no le había preguntado jamás por su hijo, seguramente había asumido que ella se deshizo de él. —Señor Caballero —dijo Berenice tras tallar su entrecejo con suavidad para evitar deshacerse del poco maquillaje que llevaba encima—, por favor, no se interese por mí, ni me mire por los rincones, de esa forma podré fingir que no está aquí. Es obvio que sería inevitable encontrarnos, porque es mi trabajo que su estadía sea cómoda y agradable, pero ya que el pecado contra mí lo cometió usted, debería al menos tener la decencia de evitarme la pena de verlo. Ya conoce los demás empleados, diríjase a ellos y finja que no me conoce. Dicho eso, Berenice volvió a caminar a la cocina y Miriam caminó detrás de ella sin saber qué pensar siquiera, pues se había dado cuenta de que algo grande había pasado entre ellos y precisaba saberlo absolutamente todo. » Te lo contaré todo en la tarde —prometió Berenice, robándose de pasada un vaso con agua helada para calmar sus náuseas y ese ardor de estómago que le daba cada que Antuán le hablaba. Antuán, por su parte, devolvió sus pasos a su habitación. Había bajado a desayunar, pero la noticia de que la mujer que no había podido dejar de amar era madre de tres niños le había dejado sin hambre. No podía creerlo, y es que era difícil de asimilar. Es decir, creía que conocía bien a Berenice, esa chica que enojada era capaz de absolutamente todo, pero que era tan buena que seguro se castigaría por el resto de su vida por haber acabado con la vida de su bebé en un momento de ira; y ahora estaba ahí, con una vida tan plena que no solo tenía un hijo, sino tres. —¿Acaso no amabas a nuestro bebé? —preguntó en voz alta Antuán al llegar a la suite en que se quedaba—, ¿tan poco significaba para ti que solo te deshiciste de él y lo olvidaste? Antuán no pudo evitar llorar, como tampoco pudo evitar odiar un poco a esa que siempre había amado, aún en la distancia. Sí, era cierto que no había guardado esperanzas de volverla a encontrar luego de un par de años de mucho buscar sin lograr ningún resultado, pero aun así se lamentaba tanto de haberle hecho daño que había descartado volver a enamorarse de nuevo y, sobre todo, se había desecho de su sueño de tener una familia, y es que si no era con ella no la quería. Y ahora estaba ahí, con el corazón hecho pedazos por saber que ella era madre de tres niños que no eran el suyo, que no eran ese pequeñito que había añorado por años enteros y que creía sería para siempre amado por sus dos padres, aunque estuviera en el cielo en lugar de entre sus brazos. El hombre empuñó las manos con fuerza, casi con tanta fuerza como con la que cerró los ojos, y por primera vez en su vida odió que Berenice tuviera la felicidad que siempre le había deseado luego de que él le hubiera hecho tanto daño. ** —Sí —respondió Berenice con cansancio a la que le cuestionaba—, él es el papá de los trillizos. —¡Lo sabía! —gritó Miriam, que luego de todo el día de conjeturar cosas había llegado a esa conclusión, aunque esa era solo una de tantas—. Entonces, lo que te tiene estresada es que él se entere de ellos, ¿no es cierto? —Sí, por eso estoy molesta de que los mencionaras frente a él. —Pero eso no fue mi culpa, en ese momento yo no sabía que teníamos que ocultárselos. —Lo sé —admitió Berenice—, debí habértelo dicho antes, pero creo que me estaba negando a aceptar la situación y fingiendo que no estaba ocurriendo, así que no quería ni mencionarlo. —Y por eso fui y la regué... ay, amiga, no me ocultes información importante cuando el enemigo está enfrente. ¿Cómo acabaremos con él si no mantenemos nuestro frente unido? —Ah, si —hizo Berenice de la nada—, también por eso no te lo dije. Miriam, no puedes darle alimentos en mal estado a nuestro importante huésped. Hay que tratarlo con respeto y siendo serviciales y amables. —¡¿Qué?! —cuestionó la joven auxiliar de cocina, encolerizada—. ¿Me vas a quitar la satisfacción de hacerle daño al idiota que engañó a mi amiga de esa forma? —Si —respondió Berenice tajante—. Y no te lo estoy diciendo como amiga, es como jefa. No te salvarás de una sanción enorme si a ese hombre no se le da la hospitalidad por la que nos pagan, ¿entendiste? Miriam chasqueó la lengua con molestia. Pero entendía el punto de la mujer pues, además, lo había percibido como un tipo realmente simpático antes de saber que era el sujeto por el que Berenice había pasado por tanto. —Como digas —concedió al fin la más joven—. Pero, si no querías que supiera de ellos, ¿por qué rayos admitiste que tenías hijos? ¿No crees que pueda sospechar que son de él? —No —dijo Berenice negando con la cabeza—. Le di a entender que no sería papá cuando le informé del embarazo, así que lo más probable es que asumió que aborté, además, no es común que alguien tenga trillizos, así que posiblemente piense que son tres niños de edades diferentes, así que no podrían ser de él. Asumo que está pensando que hice una familia y me dediqué a tener hijos en el transcurso de esos años separados. —Igual creo que fue demasiado arriesgado —insistió Miriam. —Lo dice la que me echó de cabeza frente a él —recriminó Berenice, casi burlándose de su amiga. —Espera un momento —pidió Miriam, intentando defenderse de ataque contundente recién recibido—. Yo solo dije niños, no tus niños y mucho menos dije tus hijos. Él fue el que asumió que se trataba de tus hijos y por eso te preguntó si los tenías, luego tú sola le diste la información. —¿Y qué querías que le dijera? ¿Qué me inventara unos niños que cuidaba? No era loable, además, Antuán se quedará mucho tiempo con nosotros, así que alguien puede mencionar que tengo hijos. —Tienes razón, aunque también podrían mencionar que son trillizos, y sus edades, así que no te quedes tan tranquila aún. —Gracias por devolverme las náuseas —ironizó Berenice, sintiéndolas en serio. —De nada —respondió Miriam, más que sonriente, burlona. Lo que Miriam mencionaba era verdad, si el hombre se ponía a indagar no tardaría en saber la verdad, pues estaba rodeado de esa información que Berenice, por más que quisiera, si el otro se ponía las pilas, no podría ocultar. Y Berenice aún no sabía qué haría en caso de que el otro se enterara. De verdad no quería salir corriendo de ese lugar, pero tampoco tenía ganas de quedarse a pelear contra él, porque era lo que estaba segura que pasaría, que ese hombre intentaría acercarse a sus hijos aún si eso significaba acabar con ella, y eso era algo que no le generaría problema alguno, después de todo, ese hombre le hacía daño de muchas maneras con su sola presencia. Aunque se mantendría positiva, pensando en que seguramente ya se había casado con Roberta, con quien posiblemente también tendría una familia, así que no lo veía queriendo más que compartir la custodia, pues era seguro que ni siquiera él, siendo el horrible ser humano que era, pondría a sus hijos bajo las garras de esa arpía; y, por supuesto, ella primero muerta que permitirlo. Berenice respiró profundo, lo suficiente como para que su estómago se incomodara un poco más, y sintiendo que no se relajaba invitó a los chicos a ese parque donde podía correr mientras los vigilaba.
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