CAPÍTULO 2

2454 Palabras
—Te dije que no les quitaras los ojos de encima —recordó Berenice en un gruñido, casi silencioso, al joven que la seguía extremadamente preocupado. —Sí —concedió Joshua, a quien Berenice regañaba—, pero también dijiste que los amarrara en una silla a cada uno. Pensé que bromeabas. —¿Qué clase de madre bromearía con amarrar a sus hijos a una silla? Si te dije que no les quitaras los ojos de encima, o que mejor los amarraras a una silla, es porque los conozco mejor que nadie. Dios, solo espero que no hayan hecho nada muy malo, aún. —Bere, tal pareciera que te preocupa más lo que hagan que lo que les pudiera pasar. —Créeme, es peor lo que hacen que lo que les pudiera pasar. Gracias al cielo tienen demasiada suerte, y son tan desastrosos y desesperantes que si alguien los secuestra me los regresa y me paga mensualidades para que no los vuelva a descuidar. Joshua bufó una risa, sin dejar de sentirse culpable y preocupado porque ese trío de críos hubiera desaparecido en cuestión de segundos y sin hacer ningún tipo de ruido; pero no logró reírse, como sentía ocurriría, pues de pronto vio a los tres, parados en el estar principal de ese enorme resort, platicando con un hombre, para él, desconocido. —¡Allá están! —dijo el chico, emocionado, apuntando con su dedo a la dirección donde los había localizado. Berenice también miró en esa dirección, casi aliviada, pero su alivio se desvaneció, junto a todas sus demás emociones, cuando vio al hombre con quien ellos hablaban. Entonces, sintiendo un enorme agujero naciendo en sus entrañas que se tragaba todo a su paso, incluso su aire, retrocedió un par de pasos, jalando a Joshua con ella y ocultándose detrás de un muro. —Tráelos inmediatamente —casi suplicó la asustada mujer, cosa que intrigó al joven recepcionista que nunca, pero de verdad nunca, había visto tan descolocada a su jefa—. ¡Anda, ya! Joshua no preguntó nada, necesitaba ir por ellos antes de que se le perdieran de vista, nuevamente, pero no alcanzó a dar un paso cuando sintió ser jalado por la chaqueta y retrocedió a fuerza del jalón que le habían propinado. » No puedes mencionarme delante de ese hombre —advirtió Berenice, de verdad aterrada. —¿Por qué? ¿Quién es él? —cuestionó el chico, intrigado, escondiéndose de nuevo detrás del muro. —Eso no importa ahora, solo ve por ellos y no digas mi nombre por nada del mundo. Joshua frunció el ceño, se moría de curiosidad, pero supuso que ya habría tiempo para cuestionar, después de todo, ella era su jefa, y él pasaba demasiado tiempo a su lado en ese lugar. Berenice, apretándose los dedos uno a uno, intentaba sacar la tensión que la estaba ahogando, pero no era efectiva su técnica, así que además dio algunos pasos en círculo mientras esperaba ansiosamente que Joshua llegara hasta ella con sus tres pequeños y amados diablillos. Y así fue, un par de segundos después, uno a uno, se presentaron ante ella Diego, Damián y Denise, quienes pusieron cara de susto al descubrir a su madre fulminándolos con la mirada. » Voy a matarlos —farfulló la joven de cabello n***o y ojos café oscuro, casi n***o, a los tres pequeños de casi cuatro años y de cabello tan oscuro como el de ella, pero que tenían los ojos en color azul. —Es que estábamos aburridos —dijo Denise a pesar de que nadie le preguntó la razón de haber salido. —Y la culpa es de Joshua por no cuidarnos —añadió Diego asintiendo con la cabeza. —Debió amarrarnos en las sillas —completó Damián mostrando ambas palmas y haciendo una mueca con los labios. —Yo voy a amarrarlos justo ahora —amenazó Berenice—, pero a las llantas de la camioneta, a ver si así aprenden a estarse quietos y no hablar con desconocidos. —Si nos amarras a las llantas de la camioneta los desconocidos nos preguntarán qué hacemos ahí, entonces vamos a tener que hablar con ellos —dijo Denise y sus hermanos concordaron con ella. —¿Ves cómo son? —cuestionó Berenice, algo frustrada, al chico que los veía casi divertidos—. En mis tiempos, cuando nos regañaban, nos quedábamos callados, pero ellos siempre tienen algo que decir. Joshua asintió, que entendía bien lo que Berenice decía. Él, cuando era regañado por su madre, no rechistaba por dos razones: la primera era que si lo hacía seguro le volaban los dientes de un solo golpe y, la segunda, era que no tenía el ingenio de ese trío; a él nunca se le había ocurrido ningún argumento en contra de los de su madre. » A todo esto —continuó hablando Berenice luego de respirar profundo—, ¿con quién demonios estaban hablando y de qué? —Se llama Antuán Caballero —respondió Denise, emocionada—, y dijo que era un empresario que viene de otro país, ¿te imaginas? Ni siquiera sé dónde es otro país, pero suena genial. —De verdad quiero matarte —soltó la mujer con un tic nervioso en un ojo—. ¿Por qué rayos estaban hablando con él? —Porque tiene este lunar que nosotros tenemos —respondieron Damián y Diego mostrando el dorso de sus manos derecha, donde aparecía una marca de nacimiento algo peculiar. Berenice negó con la cabeza, recordando de pronto que esa marca, que sus hijos tenían en el dorso de las manos, la había visto justamente en el dorso de la mano de Antuán con anterioridad. No se creía que lo había olvidado. Pero esa marca de nacimiento no era lo único que Berenice había olvidado de Antuán, después de todo, eran ya más de cuatro años de no verlo y, también, lo que había pasado entre ellos era algo que ella se había esforzado mucho en poder olvidar. —¿Él les preguntó algo raro? —cuestionó Berenice, necesitando con urgencia descartar sus sospechas de que él hubiera sospechado algo. Aunque era difícil que él lo imaginara siquiera, pues ahora ni siquiera se encontraban en la misma ciudad en que Antuán y ella se habían conocido. Sin embargo, no podía dejar de tremendizarlo todo al punto de sentirse descubierta y pensar que pronto sería atrapada. —No —respondió Diego—, Joshua llegó antes de que nos dijera nada. Solo nos dijo que si estábamos perdidos podía pedirle al personal del hotel que nos ayudaran a encontrar a nuestros padres, pero yo le dije que no teníamos un padre. —¡Diego! —se quejó la madre del trío de niños que difícilmente, por su ingenio e intelecto, parecían tener los tres años que tenían—. No le debes de contar tu vida privada a los extraños. —No es privado que no tenemos un padre —aseguró Denise—, se nos nota a leguas, y todo el mundo lo sabe. —¿Cómo es que de privacidad no sabes nada? Ah, pero no fuera de otros países porque entonces sí pones atención a las clases de la guardería. ¿Por qué rayos hubo ese brote de viruela en la guardería? Juro que me voy a volver loca con todo esto. Anden, los quiero en el cuarto de empleados ya y, si vuelven a poner un pie afuera, aunque sea por un segundo, juro que los colgaré de los tinacos en la azotea. Los tres niños miraron asustados a su madre, luego de eso se resignaron a seguir a Joshua y pasar la mañana en el aburrido cuarto de empleados, viendo televisión o durmiendo, porque en serio allí no había nada divertido para hacer. » Necesito vacaciones —dijo en medio de un suspiro Berenice Rincón, madre de tres niños que eran solo su responsabilidad y que daban demasiado trabajo para ser tan pequeños. Ella era madre soltera, casi por decisión propia, pues cuando ella se enteró del embarazo se aseguró de dejar fuera del proceso al padre biológico de sus hijos; y luego de eso se quedó sin familia pues, la de ella, que era tan educada y retrograda, le había dado la espalda cuando se sintieron defraudados por las acciones de la joven Berenice. Sus padres la habían echado de su casa, sin nada, y debió buscar fuera de su ciudad la manera de ganarse la vida, pues, en donde vivían, todos sus familiares y conocidos ya no eran una opción para ella que no quería avergonzar mucho más a sus padres. Afortunadamente tenía muchos talentos, entre ellos estaba el poder hablar varios idiomas con fluidez, así que no le fue tan difícil encontrar un buen empleo que se compaginara bien con su futura maternidad. Pero, más que por su talento, había sido por la ternura y compasión que le había causado a la dueña de ese lugar que había obtenido el trabajo y la comprensión y apoyo de los dueños de ese lugar. El resort era la cabecera de una cadena de tres resorts a lo largo de la ciudad portuaria en que se había ido a vivir. Era un lugar turístico, así que les iba bastante bien, y los dueños eran una pareja de personas mayores que no había logrado tener hijos jamás, y que empleaban como encargados a sus dos sobrinos y a ella, que le había caído en gracia a la dueña del lugar. Berenice estaba de verdad agradecida con esa pareja de ancianos, que no solo la vieron bien desde el inicio, sino que también le apoyaron mucho cuando más necesitó de personas que estuvieran a su lado y que no tenía a nadie para ella. Eran casi su familia. —Oí que mis angelitos vinieron contigo —dijo una mujer mayor, vestida elegantemente, a la joven mujer que comenzaba a supervisar los reportes que le habían dejado del turno de en la noche. Lo primero que ella hacía, llegando a ese lugar, era revisar que todo estuviera bien en la cocina, el hotel y el spa, a continuación, era el instruir a empleados de cosas que se les hubiera pasado hacer, pues la mayoría tenía tanto tiempo en ese lugar que sabía perfectamente lo que debían hacer, pero casi siempre había imprevistos y, también, de vez en cuando cosas se les escapaban, cosas que ella no debía dejar pasar y raramente lo hacía. —Sí —respondió Berenice, un tanto apenada—hubo un brote de viruela en la guardería, así que no están recibiendo niños. Parece que hoy se hará la desinfección de salas y materiales y, a partir de la próxima semana, solo recibirán a quienes no presenten síntomas. Me tocará tenerlos conmigo este fin de semana para poderlos vigilar de cerca y descartar los síntomas. La mujer mayor, de nombre Luciana, sonrió amablemente. Le gustaba mucho el tipo que mamá que era Berenice, que, a pesar de mostrarse cansada por todo lo que implicaba ser mamá de tres, los amaba, educaba y cuidaba de manera excepcional. Prueba de ello era lo inteligentes que los tres eran. —Voy a salir —anunció la mujer, que desde que Berenice había llegado a un lugar, que antes ella administraba, se había dedicado a disfrutar del fruto de su trabajo más que a atender a su negocio—, ¿quieres que me los lleve conmigo? Así estarás más tranquila. —No, ¿cómo cree? De solo imaginar lo que esos tres le pueden hacer pasar me da dolor de estómago. —Oh, vamos —dijo la mujer—, ni mis propios nietos me cuidan como ellos lo hacen. Paul y Raudel hasta están temerosos de que cuando tus chicos crezcan les quiten sus puestos. Berenice sonrió. El afecto de esa mujer no solo para ella, sino también para sus pequeños, y eso le hacía mucho bien. » Anda —pidió la anciana—, sirve que me siento acompañada y te deshaces de ellos por un rato. Berenice lo pensó. En realidad, a Berenice no le gustaba delegar la responsabilidad de esos tres pequeños, pero también era cierto que con la señora Luciana se portaban muy juiciosos, y no entendía cómo es que lo lograba con esa actitud tan apacible y relajada que siempre mostraba. —Anda, má, ¿podemos? —preguntaron a coro el trío de crías que salían de, aparentemente, la nada. —¿Qué les dije de sacar un pie de esa habitación? —cuestionó Berenice, entre dientes y casi molesta. —Yo les di permiso de venir conmigo a pedirte permiso para ir conmigo a mis mandados —informó Luciana, cubriendo con su cuerpo a los tres chicos que buscaban desesperadamente escapar de la aterradora mirada de su madre. —Es que ahí es muy aburrido —dijo Denise, refiriéndose al cuarto de empleados. —Además tenemos que cuidar a la abuela —obvió Diego tomando una de las manos de la mujer que mencionaba y Damián asintió tomando la otra mano. Berenice respiró profundamente, entonces decidió que estaba bien que la acompañaran, después de todo, la anciana nunca salía sola, siempre estaba con ella su chófer y el guardaespaldas que la libraran de ese trío de diablillos, como ella los veía, o de angelitos, según la buena señora Luciana. —Está bien —dijo la joven madre, suspirando—, pero si los veo llegar con un solo regalo jamás en la vida podrán acompañarla de nuevo, ¿entendieron? Los niños asintieron, no tan felices, pero la menos feliz de todos fue Luciana, quien se quejó con la joven de que le quitara ese gusto. » Ya es suficiente para mí con que los cuide un rato —explicó la joven—, no tendría cara para verla si les sigue dando tanto, y creo que me molesta un poco lo mucho que los malcría. Luciana rio un poco fuerte. Esa chica, que confiaba tanto en ella que incluso le prestaba a sus hijos por ratos, era una de sus mayores alegrías, y le llenaba un poco el orgullo de complacencia el que lo hiciera. —Anden, chicos —pidió la mujer mayor—, despídanse de su madre, y piensen en qué podremos comprar para sobornarla y que no se enoje por los regalos que les compraré a ustedes. Berenice negó con la cabeza, sonriendo. Sabía que no podía evitarlo, por eso no llevaba tan a menudo a los chicos a su lugar de trabajo, porque estaba bien recibir un poco de ayuda, pero no estaba para nada bien abusar de los demás y su buena voluntad.
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