Regina había planeado todo a la perfección: el servicio había dispuesto una mesa íntima en el comedor, cubierta con un mantel de lino n***o, velas parpadeantes en candelabros de plata y una botella de vino tinto descorchada junto a dos copas de cristal tallado. El aroma del cordero asado con romero y una crema de trufa flotaba en el aire, un lujo que no había requerido sus manos, sino las de los empleados que mantenían su vida impecable.
Ella estaba de pie junto a la mesa, esperando, el cuerpo envuelto en un vestido rojo de seda que se adhería a sus curvas, el escote profundo y las piernas expuestas por una alta abertura lateral, un collar de diamantes brillaba en su cuello, un toque provocador que sabía que Damián no podría ignorar.
Cuando él entró, cerrando la puerta luego de llegar de
