Shinbe se mantuvo en silencio a su lado, sin desear nada más que derramar lágrimas, pero no se podía permitir ese lujo. Hyakuhei aún estaba ahí afuera y Shinbe sabía que el vampiro de corazón oscuro eventualmente vendría por él. El enemigo sabría lo que habían hecho. Borraría todos los rastros que pudiera por ahora.
Buscando dentro de su bolsillo, Shinbe sacó una botellita amatista llena de un polvo mágico intemporal. Rociando ligeramente la tierra, caminó en círculo alrededor de la tumba para protegerla de ojos fisgones. La tierra se volvió instantáneamente sólida para esconder la ubicación de la nueva tumba.
Los ojos de Shinbe se iluminaron del mismo color amatista mientras susurraba palabras que solo él podía entender.
Sintió un vínculo antiguo entre hermanos que habían luchado una batalla eterna con la obscuridad abrasando su alma para convertirse en un símbolo de protección sobre la tumba. Encima del lugar donde sus amigos yacían, crecieron flores sin necesidad de que se plantara ninguna semilla. Flores de cinco colores aparecieron en vides espinosas… plata… dorado… azul hielo… amatista… y un brillante polvo de arcoíris.
– Me voy –. Dijo Shinbe después de un largo silencio. No quería que su presencia diera la ubicación de los otros y supo que era tiempo de continuar. Su mirada saltó hacia el arbusto de flores de extraños colores. Toya y Kyoko ahora estaban protegidos de Hyakuhei y el hechizo no sería perturbado.
Por ahora, era lo único que podía ofrecerles además de tristeza.
Kamui miró al hechicero, sorprendido ante su nuevo desempeño. – ¿Qué? Pero… ¿Por qué? – Abrió sus ojos en un momento de pánico… ¿Ahora todos lo dejarían? ¿No era suficientemente malo haber perdido a Toya y a Kyoko?
Sintiendo el miedo de Kamui elevarse, Shinbe colocó una mano firme en el hombro de su amigo e intentó explicarse. – Sabes tan bien como yo que Hyakuhei se enterará de lo sucedido aquí –. Miró a Kotaro por encima del hombro de Kamui sabiendo que el Lycan entendería su deserción.
– Tú podrás escapar de sus ojos siempre vigilantes, pero yo no poseo esa clase de poder. De todas formas seré capaz de esconderme, pero no estoy seguro de por cuánto tiempo –. Shinbe soltó un largo suspiro y miró a la luna colgando baja en el cielo. – Mis días tienen un número en ellos ahora –. Una suave sonrisa ladeó las comisuras de sus labios como si supiera un secreto. – Que así sea.
– Abordaré el siguiente barco que vaya al oeste sobre el océano. Allí tendré una mejor oportunidad de mantener mi identidad a salvo de Hyakuhei y quizá incluso de encontrar una forma en que mi alma reencarne al mismo tiempo a nuestros queridos amigos –. Él esperaba que lo que estaba diciendo fuera cierto. Ellos lo necesitarían cuando llegara el momento.
Kamui echó un vistazo a la tumba debajo de él, luego a sus amigos con mayor calma de la que había sentido desde que esta pesadilla de tarde había comenzado. No quería que Shinbe fuera la siguiente víctima, así que, sí, entendió. Gentilmente arrancó una pluma arcoíris de su ala derecha y la presionó contra el cuello de Shinbe.
Shinbe jadeó cuando empezó a resplandecer brillantemente con fuerza antes de que su piel la absorbiera. Miró hacia abajo y vio el breve contorno de la pluma justo debajo del cuello de su túnica.
– Eso ayudará cuando llegue el momento –. Dijo Kamui con una sonrisa y le dio a Shinbe un fuerte y comprensivo abrazo. No perdería a Shinbe por mucho tiempo, sin importar qué.
– Nos veremos de nuevo mi amigo –, susurró Shinbe antes de alejarse del abrazo de Kamui. Él le asintió a Kotaro con la cabeza sabiendo que el Lycan cuidaría de Kamui por todos ellos. Shinbe miró atrás a la tumba, luego apartó sus ojos dejando que su flequillo cayera para esconder la tristeza. – Que así sea –. Susurró de nuevo mientras desaparecía dentro de la obscuridad envolvente.
– Niño ¿estás listo? – preguntó Kotaro en voz baja mientras mantenía su espalda hacia la tumba. Supo que no podía quedarse. Shinbe tenía razón… mientras más lejos estuvieran, mejor protegido quedaría el hechizo.
Kamui quería refunfuñar ante el sobrenombre que Kotaro le acababa de dar, pero no tenía el corazón. Su corazón estaba enterrado en la tierra a sus pies y, si le tomara hasta el final de los tiempos, vería a Hyakuhei pagar por sus crímenes.
– Sí, dijo Kamui, pasando el brazo por sus ojos –. Estoy listo.
Kotaro puso un brazo alrededor de sus hombros y lo guio. El Lycan descubrió que no podía derramar otra lágrima por la mujer que había amado con todo su ser. Su alma se sentía como si alguien la hubiese tirado de su cuerpo, rasgado en trizas y solo le hubiese devuelto la mitad de ella.
Si el hechizo que habían hecho Kamui y Shinbe había conseguido funcionar, vería a su amada Kyoko de nuevo. Él no podía evitar sonreír por todas las travesuras que él y la reencarnación de Toya harían para ganarse el afecto de Kyoko. Él pelearía por ella felizmente de nuevo si tan solo Toya volviera. Después de todo, los amaba a los dos.
Peleó contra la urgencia de mirar nuevamente hacia la tumba. – Cien años es un largo tiempo para esperar, pero estaré ahí para ti… Kyoko.
*****
Más de cien años en el futuro… hoy en día.
Una figura solitaria se alzaba en el techo del edificio más alto, mirando desde arriba la ciudad llena de gente. Sus rasgos nunca traicionaron el recuerdo en su corazón destrozado de su único hermano yaciendo solo y sin vida en el frío y duro suelo siglos atrás. Su corazón que una vez latía cálido, estaba preso en las garras del sádico monstruo que los había creado a ambos.
Él había hecho todo lo que estaba en su poder para separarse de la maldad que lo había rodeado silenciosamente. Así como los humanos de este mundo, él solo se alimentaba de los animales que la naturaleza proveía. Aunque la obscuridad es lo único que tenía permitido, pues es así la maldición de un vampiro, él nunca se convertiría en el demonio que su tío había planeado.
En varios de los últimos años algo dentro de él se movía… una nostalgia que no podía entender y no había sentido en más de cien largos años.
En la mente de Kyou se repitieron los recuerdos nunca olvidados acerca de un hombre joven que una vez fue inocente y que había llenado su vida de felicidad, incluso en un mundo de obscuridad. Toya… había estado tan lleno de vida… con sonrientes ojos dorados y la ignorancia de un niño. Una vez más trajo una punzada de culpa a su corazón por no haber sido capaz de proteger a su hermano pequeño.
Los ojos dorados como el sol que se habían endurecido por los cientos de años de soledad, sangraron de rojo al recuerdo de una promesa que aún tenía que cumplir. Con cada década que pasaba, Kyou se había hecho mucho más fuerte. Muchas veces se había acercado, pero el objeto de su odio e ira lo eludía en cada oportunidad.
No descansaría hasta que la vil creatura que había buscado se retorciera en agonía a sus pies y su alma fuera lanzada al infierno a donde pertenece.
La mirada de Kyou fue atraída hacia el único lugar sereno de toda la ciudad: el parque silencioso en el centro. – Lugares así no deberían estar cerca de tanta maldad –, murmuró hacia la noche. Dando un salto del edificio, Kyou continuó su búsqueda como había hecho por tantos siglos. Hyakuhei pagaría con su propia vida el haber tomado al único que siempre le importó o que siempre le importaría. Su hermano se había perdido para siempre y nunca más volvería.
– Toya… – susurró Kyou desapareciendo en la noche, dejando detrás la imagen de un ángel vengador…
*****
El parque estaba siempre tranquilo a esta hora del día. Aún era la tarde y el sol estaba alto en el cielo. Kotaro paseaba lentamente por las calles cercanas al centro donde se encontraba un enorme bloque de mármol. No tenía idea de dónde venía… había estado ahí por más tiempo de lo que podía recordar, era incluso más viejo que la ciudad en sí. Todo lo que sabía con seguridad era que sentía una abrumadora sensación de paz cuando estaba cerca.
– ¿Quién pensaría que esa roca cuadrada traería pensamientos tranquilos? – murmuró Kotaro para sí.
Tomando otro camino entre los árboles, se dirigió hacia la piedra para poder observarla. Incluso si había sido completamente feliz ese día, el solo asegurarse de que seguía ahí lo hacía sentir mejor.
Kotaro se detuvo en su rastro cuando entró al centro donde estaba y frunció el ceño al individuo sentado en posición de indio encima de la roca con los codos en sus rodillas y su barbilla apoyada en sus manos. El cabello corto y morado oscilaba en la suave brisa haciendo que el hombre joven pareciera infantil.
– ¿Qué demonios estás haciendo aquí? – exigió Kotaro.
Kamui sonrió sin mirarlo. En su lugar, él asintió en la dirección de la universidad en la distancia. – Esperando a que empiecen las clases.
Kotaro agitó su cabeza y continuó antes de detenerse de nuevo y voltear para encarar a Kamui. – ¿De qué estás hablando? Tú ni siquiera vas a esta escuela.
Kamui guiñó el ojo antes de desvanecerse de la existencia en una ráfaga de brillante polvo de arcoíris. – Lo sé.
Kotaro miró con furia el polvo revuelto alrededor antes de que desapareciera completamente. – A veces ese chico es un completo enigma –, informó al ahora espacio vacío, y luego sus ojos se movieron hacia abajo como acariciando la piedra. Escuchó el sonido de pies corriendo que golpeaban el pavimento, pero no se dio realmente cuenta hasta que alguien le tocó el hombro. Literalmente saltó y giró para ver a Hoto y Toki inclinados con sus manos descansando en sus rodillas tratando de recobrar el aliento.
– ¿Qué los ha hecho perder el aire? – preguntó Kotaro con una sonrisa de suficiencia mientras recobraba la compostura.
Hoto ondeó un pedazo de papel en frente de él. – Para ti… de la policía… importante.
Kotaro tomó el papel, – ¿de la policía, eh? Debe ser realmente importante para hacerlos correr tal maratón.
Toki asintió antes de caer sobre su costado para descansar. Hoto simplemente se hundió hasta las rodillas y descansó su cabeza en la grama.
– Ustedes dos son los más grandes flojos que he visto –, se quejó Kotaro de buena manera.
– Costado duele –, se quejó Toki. – Debo volver… a la… oficina… con aire acondicionado.
Kotaro suspiró en resignación y los dejó para hornearse bajo el calor del sol antes de abrir la nota. Su mano se cerró, arrugando el papel que acababa de recibir de la estación de policía no lejos del campus. Otra chica había desaparecido sin dejar rastro. Había estado gastando un largo tiempo investigando las desapariciones de muchas chicas jóvenes, lo que eventualmente lo llevó a la universidad donde ahora era el nuevo jefe de seguridad.
Sus pensamientos inmediatamente dieron vuelta hacia su amada Kyoko. Kotaro la había encontrado de nuevo y justo como esperaba, Toya no estaba lejos. Una cosa que lo había sorprendido era el hecho de que Toya había renacido normal, humano, o eso parecía.
A veces podía sentir al verdadero Toya descansando justo debajo de la superficie… sin ser consciente de su propia existencia, pero hasta ahora esa parte de él ha permanecido dormida. – Gracias a Dios por los pequeños favores –. Kotaro pasó una mano agitada por su cabello despeinado por el viento.
Le iba bien que ninguno de ellos recordara el pasado, pues era un recuerdo que era mejor que estuviese olvidado. Él deseaba tener el mismo privilegio de olvidar… pero para él, la memoria permanecía, y lo despertaba frecuentemente en la noche sudando frío.
Mientras dejaba el parque se encontró de pie en el camino de piedra en frente del campus. Kotaro levantó sus ojos azules como el hielo en la dirección a donde Kyoko vivía. Frunció el ceño mientras la preocupación dejaba marcas en sus rasgos y tuvo la repentina urgencia de pasar por “su mujer” para asegurarse de que estuviera bien.
Tenía la parte larga de su cabello n***o en capas echada hacia atrás con una banda que colgaba baja. El resto de su cabello, desde su flequillo hasta la coronilla se veía constantemente naturalmente despeinado por el viento, dándole la apariencia de un chico malo punk pero que le quedaba muy bien. Esta apariencia le había servido en más de una ocasión en años recientes.