El aire de la Ciudad de México me golpea con la fuerza de una bofetada. Es un calor pegajoso y húmedo que contrasta con el lujo seco de la mansión en Caracas. El aeropuerto es un hervidero de gente, con voces que se mezclan con el rugido de los aviones y el claxon desesperado de los taxis. Matías está a mi lado, rígido, su traje impecable parece una armadura incómoda en este caos. Yo, en cambio, respiro hondo, saboreando el caos. Este es el tipo de terreno en el que me gusta jugar.
Nos subimos a un auto que nos espera. Matías se sienta al volante y yo, en el asiento del copiloto, disfruto de la vista. La ciudad es un monstruo de cemento y asfalto, un laberinto de colores, olores y vida cruda. El auto se abre paso entre el tráfico, y yo me recuesto, observando a Matías con el rabillo del ojo. La tensión en él es casi palpable. Lo observo en silencio, dejando que la incomodidad lo consuma.
— Por fin solos, Matías —suelto con una sonrisa pícara—. Ya nadie te va a salvar, nadie nos va a interrumpir ahora.
Él se tensa y asiente sin mirarme. — Sí, señorita, ya no tendré excusa para escapar de usted.
— ¿Qué te dije de decirme "señorita" y tratarme de usted? —Mi voz sale suave, pero con ese toque de advertencia que lo hace estremecer levemente.
— Disculpe, Alaia. Es la costumbre de mantener la formalidad con mis jefes. Además, su padre me dijo…
Lo interrumpo antes de que termine la frase. — Silencio, Matías —sentencio ahora con voz firme. Me estiro con una lentitud premeditada, desabrochando el botón superior de mi blusa de seda, dejando que el aire fresco del aire acondicionado roce mi piel. Matías traga saliva—. Quiero que te quede claro algo: mientras estemos aquí, olvídate de Isidro. Ahora trabajas para mí. De mi padre me encargo yo, tú encárgate de no hacerme enojar, porque ya sabes lo que pasa cuando eso sucede.
Él suelta una risa amarga. — Mis piernas lo saben muy bien, no se preocupe por eso. Usted, aun sin saber el poder que tenía su familia, no tuvo miedo de disparar. Ahora que sabe el poder con el que cuenta, no me imagino de qué es capaz.
Suelto una risita divertida y sonrío con suficiencia. — Me agrada que lo tengas presente, Matías.
— ¿Cuál es su plan? ¿Qué tenemos que hacer? ¿Cuánto tiempo nos quedaremos aquí?
— Mi padre me facilitó el historial del señor Juárez. Tú me vas a ayudar a confirmar que toda la información sea cierta, sobre todo la de los sitios que él frecuenta. Y como le dije a mi padre, de aquí no nos vamos hasta cerrar ese negocio.
— Bien, entonces, ¿cuál es el plan? ¿Qué va a hacer con esa información? —pregunta Matías mientras ingresa el coche al estacionamiento del hotel.
— Mi plan es simple, Matías —mi voz se vuelve un susurro que me encanta usar, lleno de complicidad y peligro—. No voy a acercarme a él de forma directa. No voy a pedirle una reunión ni una cita. Eso es demasiado… obvio. Lo que voy a hacer es convertirme en su sombra.
Matías frunce el ceño. — No entiendo, señorita.
Ambos bajamos del coche, para acercarnos al elevador que nos llevará al lobby del hotel.
— ¿No entiendes? —suelto una risita. Su confusión me divierte. Me acerco a él, mi aliento cálido contra su oído—. Vas a ser mi informante. Vas a averiguar cada detalle de los lugares que frecuenta, a qué hora, con quién. Y yo… yo voy a aparecer en esos mismos lugares. Me aseguraré de que él me note, pero jamás le hablaré. Me convertiré en una presencia que no podrá ignorar. Algo que no podrá tener, a menos que él sea lo suficientemente valiente como para arriesgarse y acercarse a mí.
— ¿Y si no se acerca? —Su voz es apenas audible, su tensión física es total.
— Él lo hará —respondo con una confianza ciega, mi voz llena de picardía—. A los hombres como él les encanta lo que no pueden tener, lo misterioso, lo atractivo. Y a mí me encanta darles una probada de lo que jamás podrán alcanzar. Te garantizo que caerá. Solo necesito que hagas tu parte, y por una vez en tu vida, no le digas una palabra de esto a nadie. A mi padre solo le importan los resultados.
Matías me mira, sus ojos llenos de una mezcla de admiración, miedo y algo más… deseo. El control es mío. Y no me detendré hasta tenerlo completamente a mis pies.
Una vez en recepción, me entregan la llave de la suite donde me voy a quedar, y además la llave de la habitación de Matías. Ambos nos encaminamos en dirección al ascensor. Matías me ve fijamente, como si estuviera sopesando qué decir y qué no.
— ¿Tiene tanta seguridad de que su plan va a funcionar, Alaia? ¿Pero qué pasa si no? ¿Tiene un plan B?
— En primer lugar, para todos soy Luna. En los negocios y fuera de ellos me conocerán como Luna, es un peligro que sepan mi verdadero nombre —sentencio con firmeza. Matías asiente y yo continúo con una sonrisa de suficiencia—. No va a fallar, porque resulta que ningún hombre se resiste a mí, y tú eres un ejemplo. Y si ese plan falla, tengo dos más, no te preocupes. De aquí no me voy sin cerrar ese trato.
Matías asiente, dudoso, y me sigue para ver cuál de las suites es la mía. — Entendido. Si no necesita algo más, con su permiso me retiro.
— Necesito esa información para ayer, Matías. No quiero demoras, esto debe ponerse en marcha lo antes posible —él asiente y se marcha. Yo aprovecho para entrar.
Mi suite es enorme, con vistas impresionantes de la ciudad. El lujo es un recordatorio de la jaula en la que vivo, pero esta vez, yo soy la que tiene las llaves. Me acerco a la ventana escaneando todo a mi alrededor. El sol se está poniendo, tiñendo el cielo de naranja y morado.
Un pensamiento fugaz de mi madre, Valentina, cruza mi mente. Su sacrificio, su dolor. Un nudo se forma en mi garganta, pero lo aprieto con fuerza. Las lágrimas son un lujo que no puedo permitirme. No hasta que haya destruido este imperio de mentiras. Siento una urgencia que no tenía antes. Un nuevo propósito.
Cierro los ojos. El peligro es real. Pero ella, con su sacrificio silencioso, me ha dado una fuerza que no sabía que tenía. Mi plan no es solo venganza, es justicia. Y ahora, con la ayuda de mi verdadera madre y la inconsciente colaboración de Matías, voy a hacer que todo este juego se venga abajo. Que paguen por su codicia. Que paguen por mi pasado. Que paguen por todas las vidas que han arrebatado.