Capítulo 4
Vanessa
Esta mañana me había levantado como todos los días a hacer mi nueva rutina diaria, y todavía no me acostumbraba a tener que ir diariamente a la empresa. Ni tampoco a ser recibida tan bien por todos sus trabajadores, incluyendo a la chica que ahora es mi secretaria.
Para el día de hoy, tendría mi primera presentación en vivo con unos nuevos inversionistas, los cuales estaban por lanzar al mercado su nueva línea de autos y, para colmo, eran italianos. ¿Qué posibilidades había de que el destino fuera a traicionarme?
Ya era media mañana cuando recibí una llamada de la escuela de las niñas, en donde me avisaban que ambas tenían un poco de fiebre y no se sentían muy bien. Así que, sin perder más el tiempo, salí de inmediato y le dejé dicho a mi secretaria que le informara a mi padre de lo sucedido. Para mí era mucho más importante la salud de mis niñas que cualquier otra cosa o inversionista; ya me encargaría después de pedir disculpas si llegara a ser necesario.
Al llegar a la escuela, las niñas estaban esperándome junto a la directora, quien me explicó los síntomas que ambas tenían, cosa que no me sorprendió para nada porque los niños suelen contagiarse el catarro entre ellos, y al parecer otros compañeros también estaban igual que ellas.
De camino a la empresa, ninguna de las dos dijo nada, y una vez estando en mi oficina aproveché para llamar a su pediatra. Necesitaba que él las revisara y me dijera exactamente qué era lo que tenían; no quería que después me sorprendiera una fiebre muy alta en casa sin saber qué darles.
Al voltear para decirles que iríamos al doctor, ya que accedió a vernos ahora, ni Valentina ni Violeta estaban donde las dejé. Lo más seguro era que esas dos escurridizas estuvieran escondiéndose para no ir al doctor, y es que nunca les ha gustado. Creen que cada vez que las llevo es para que las pinchen, y no es así.
– ¿Ana, has visto a mis hijas? – pregunto dejando mi teléfono sobre el escritorio.
– Ambas salieron hace un momento, me preguntaron por su abuelo y les dije que estaba en una reunión. Luego salieron corriendo por el pasillo y no pude detenerlas.
– ¿Mi padre todavía está reunido? Creí que esa reunión ya había acabado para esta hora.
– Bueno, señorita, hubiese sido así de no ser porque hubo un percance con los nuevos socios. Al parecer tuvieron algún problema con su avión y llegaron algo tarde, escuché que llamaron para avisar del retraso.
– Está bien, Ana. Iré a buscar a mis hijas antes de que hagan algún desastre. Si hay algo pendiente, déjalo para mañana y si no tienes nada más que hacer, puedes irte temprano.
– Muchas gracias, jefa, solo termino unos pendientes y me marcho a casa.
Camino en dirección hacia la sala de juntas y me fijo en la parte del cristal que sí dejaba ver hacia dentro, cómo mis dos torbellinos están junto a mi padre. Al parecer estaban hablando con los presentes en la sala, sin embargo, al entrar en esta, por cosas de la vida, ni me fijo en los presentes. Solamente llamo la atención de mis niñas y ellas me miran de inmediato.
– Aquí están ustedes dos – digo y ellas me sonríen – Las he estado buscando por toda la empresa, par de traviesas. Perdón por la interrupción.
De un momento a otro, una de las personas que estaba de espaldas hacia mí se levantó y de inmediato quiero que la tierra me trague en un abrir y cerrar de ojos. No puede ser que esto esté sucediendo después de tantos años y en el preciso momento en el que decido dejar de esconderme en mi casa.
– ¡Tú! – exclamo al verlo frente a frente después de tanto tiempo.
Miro de inmediato a mi alrededor y creo que estoy viviendo una pesadilla, puesto que todos están aquí, incluyendo a aquellas dos pirañas que me miran como si hubiesen visto a un fantasma. Solamente me alegraría de ver a la nana Isabel y al señor Saulo, pero justo en este instante tengo todas mis alarmas encendidas. No quiero a ninguno de ellos cerca de mis hijas y por eso me abro paso, llegando de inmediato hasta ellas.
– Debemos irnos ahora mismo, niñas. Así que dejen al abuelo y salgamos de aquí – digo en tono serio, y ellas me miran sorprendidas debido a que jamás me habían visto hablarles así.
– Pero mamá, no queremos irnos – dijo Valentina.
– Valentina, di una orden y esa no se discute, cariño – dije igual de seria.
– ¿Vanessa, hija, qué sucede? – me pregunta mi padre al ver cómo me he puesto de la nada.
– Ahora no, papá, no tengo tiempo para dar explicaciones – digo mirando sus ojos, y este asiente.
Tomo a mis niñas de ambas manos, con mi cuerpo temblando, y mi padre, aún bajo su asombro, no dice absolutamente nada. Sin embargo, a unos cuantos pasos de la puerta, el cuerpo de Dante cubre la salida y no quiero perder la paciencia ni los estribos delante de las niñas.
– Hágame el favor de hacerse a un lado, señor, necesito salir con mis hijas – digo en un tono mordaz, marcando territorio, pero aun así este no se quita – ¿Qué, acaso no me escuchó?
Veo cómo su mano, de la nada, intenta tocarme, pero rápidamente me corro hacia atrás y pongo a las niñas detrás de mí. No quiero que sus manos me toquen otra vez y, mucho menos, que toquen a las niñas. Él no se merece ni siquiera tocarles un solo pelo.
– Que ni se te ocurra, Dante – digo sin poder moderar mi voz y mi desprecio – No vuelvas a intentar tocarme, maldito. Mejor muévete hacia un lado y déjame salir o no respondo.
De inmediato, nana Isabel se pone de pie y toma a Dante por el hombro, haciendo que este se mueva solo por inercia, y yo aprovecho ese pequeño momento para emprender mi huida con mis hijas. No sé de qué manera estuve caminando, pero podía sentir cómo mis hijas se quejaban a mi lado.
Detengo de inmediato mis pasos para ver que estén bien y me doy cuenta de que ambas tenían sus ojitos llenos de lágrimas. Algo que me rompió el corazón y me hizo un nudo en la garganta al ser la causante de que estén así.
– No, no, no. Dejen de llorar, mis princesas, por favor, lo siento – digo desesperada, limpiando sus mejillas mientras me agacho.
– ¿Mamá, por qué estabas así? – preguntó Violeta.
– Nos diste mucho miedo, mami – dijo Valentina.
– Discúlpenme, mis niñas, ¿sí? Mamá no se dio cuenta de cómo hablaba. A partir de ahora eso no volverá a pasar, se los prometo. Necesito que ambas vayan con Ana al médico mientras yo tomo sus mochilas y las alcanzo luego. ¿Harían eso por mí? – les pregunto y ellas asienten.
– Bien, vamos.
Afortunadamente para mí, Ana aún no se había ido. Ella venía en nuestra dirección y la envié directo al hospital con mis hijas, diciéndole que después le explicaba todo. Necesitaba recoger todas mis pertenencias y las de las niñas para desaparecer de esta empresa cuanto antes. No quería dejar nada que pudieran encontrar esas personas y que pudieran usar.
La puerta de mi oficina es abierta de manera brusca y no necesito voltearme para saber quién es. Me imagino que, con esta bomba que le acaba de explotar en la cara, lo mínimo que debe de sentir son ganas de morirse.
– Entonces sí eras tú, no me lo imaginé – dice Dante detrás de mí, tomándome luego del brazo para voltearme.
– ¿Qué hace usted aquí? ¡Fuera de mi oficina en este momento! – dije casi gritando y con el cuerpo temblando. Aun así, me mantenía firme sin demostrar temor.
– No puedo creer que seas tú, es imposible – dice, ignorando mis palabras por completo.
– Ya ves que ni tan imposible. Ahora salga de aquí. Su presencia me molesta, me da asco.
– No, por supuesto que no voy a salir de aquí, y menos ahora que necesitamos hablar, sin importar lo que me digas. ¿Esas niñas son…? – no lo podía creer, esto no estaba pasando. Él estaba a punto de hablar de mis hijas y no se lo iba a permitir.
– Ni se le ocurra hablar de mis hijas, vaya, ni siquiera lo piense – digo después de haberle volteado la cara de una bofetada –. Yo no tengo nada que hablar con usted, así que, si es tan amable, fuera de aquí. No quiero volver a repetirlo.
Ninguno de los dos dijo nada más, y un silencio se adueñó del espacio. Podía sentir cómo el corazón quería salirse de mi pecho en cualquier momento. No podía creer cómo, después de ocho años, la vida nos volvía a poner frente a frente, y parece que los años no pasaron por él. Aún podía apreciar lo atractivo de su físico, pero eso no borraba toda la rabia y el dolor que sentía por dentro. Ni aunque quisiera borrar algo del pasado lo lograría, porque después de lo sucedido y de cómo terminaron las cosas, lo único que quiero es que desaparezca otra vez.
– No me pienso ir y lo sabes, no hasta que hablemos. Así que puedes volver a pegarme si lo deseas, pero de aquí no me muevo – dice, ignorando el golpe que le acabo de dar.
– Parece que usted tiene algún problema mental que no lo deja entender mis palabras. Así que le cambio el contexto, señor, y le pido que me deje salir.
– Pues te equivocas, tenemos mucho de qué hablar y de aquí no te mueves, Vane. ¿O prefieres que te llame Vanessa Taylor? ¿Ese es tu nombre completo? ¿Vanessa Taylor Nowak? ¿Por qué nunca me lo dijiste?
– Mire, no me interesa cómo quiera llamarme o las preguntas que tenga para hacerme. Lo que usted y yo teníamos que hablar ya lo hicimos hace años atrás, por lo tanto, le pido que salga de mi oficina de una maldita vez o llamo a seguridad para que lo saquen a patadas.
– ¿Por qué no me dijiste que teníamos dos hijas? ¿Por qué me las ocultaste por ocho años? ¿Por qué no me enviaste tan siquiera una foto de ellas? Podrías haberme llamado tan siquiera una vez para decirme.
No creo lo que escucho. Definitivamente, mis oídos tienen que estar escuchando mal. No puedo creer cuánto cinismo y descaro podía haber en una sola persona. Así que, después de reírme con total amargura, lo miro directamente a los ojos para que pueda ver cuánto odio hay en ellos por él.
– ¿Perdón? ¿Qué es lo que acabas de decir, Dante? Dime que escuché mal porque soy capaz de matarte aquí mismo – dije con la rabia en la punta de mi lengua –. ¿De qué hijas me estás hablando, imbécil? ¿Acaso hablas del bebé que llevaba en mi vientre cuando me echaste de tu lado peor que a un perro? ¿Ese bebé al que llamaste bastardo e engendro? Venga, le corrijo su gran error, porque usted no tiene dos hijas. Esas niñas son mías, yo las traje al mundo sola. Son mis hijas, mías y de nadie más, porque no tienes ningún derecho sobre ellas. Ni tampoco puedes venir después de ocho años a reclamar un derecho que no te corresponde porque tú mismo lo tiraste a la basura.
– Vanessa, yo...
– ¿Vanessa qué? ¿Qué me vas a decir? ¿Qué vas a decirme después de ocho años, Dante? ¿Me dirás que lo sientes o me pedirás perdón? Mira cómo en un abrir y cerrar de ojos se comienzan a cumplir cada una de las palabras que te dije el día en que me sacaste de tu vida. Te dije que te ibas a arrepentir de hablar así de nuestro bebé. Te juré que, cuando descubrieras que todo había sido una trampa, ibas a regresar arrodillado pidiendo perdón, y ni así te pensaba perdonar. Ahora es que tu pesadilla comienza, Dante Santos. No te he necesitado en todos estos años y mucho menos ahora. Vuelve a desaparecer de mi vida, y esta vez que sea para siempre. Sigue creyendo que te fui infiel y que esas dos pequeñas son unas bastardas producto de mi infidelidad. Ni siquiera te va a alcanzar la vida para pagar por esto.
Después de soltar todo mi dolor y frustración, agarré mis cosas junto con las de las niñas y salí de esa oficina lo más rápido que pude. No quería seguir más allí, no mientras él estuviera y tuviéramos que compartir el mismo aire. Aunque hayan pasado los años, el dolor no desaparecía, y tenerlo tan cerca me lastimaba demasiado.
Al llegar a las puertas del ascensor, al final del pasillo, pude ver cómo todos los presentes en esa sala me veían fijamente. Al parecer, todavía no se podían creer que realmente era yo, y no podían digerir que la muchacha muerta de hambre que conocieron años atrás fuera nada más y nada menos que la heredera de un gran imperio. Aquellas pirañas creyeron que yo no era nadie solo por trabajar de mesera, y ahora la realidad golpea su rostro sin piedad.
Es por eso que, con mi cabeza bien en alto, paso sin que me importe nada, y sabiendo que la verdadera tormenta está por venir, me preparo mentalmente para hacerle frente sin importar lo que pase.