CAP 5

1323 Palabras
Estaba tirada en la cama, hundiendo mi cara en la almohada, irritada y llena de rabia. Murmuraba groserías entre dientes, una tras otra, intentando no pensar. Quería levantarme, pero apenas moví la pierna, el dolor me atravesó como un rayo. Mi tobillo ardía con solo intentarlo; no respondía. Aun así, me arrastré hasta el baño. La habitación era grande, con paredes grises y frías, y un ventanal cubierto con cortinas gruesas. El baño era elegante, de mármol claro y luz tenue. Se notaba que alguien con dinero había diseñado ese lugar... pero yo no quería estar aquí. Ni siquiera el lujo lograba disfrazar la sensación de prisión. Me sostuve como pude para hacer mis necesidades, pero sentí un ardor horrible al orinar. Cuando terminé, respiré hondo, intentando mantener la calma. Me arrastré de nuevo hacia la habitación y revisé los alrededores: el balcón seguía demasiado alto, la puerta sin cerradura visible… todo estaba hecho para mantenerme dentro. —Este hijo de put… —murmuré con rabia, volviendo a la cama. Me acosté despacio, evitando mover el tobillo, y me quedé dormida sin darme cuenta. A la mañana siguiente, el sonido de pasos firmes me despertó. La puerta se abrió sin permiso, y un hombre mayor entró con un maletín n***o. Su cabello era gris, su bata médica impecable. Pero su expresión... vacía. Tenía la mirada de alguien que había visto demasiado. Se acercó a mi cama sin saludar. —¿Quién eres? —pregunté con voz ronca. El hombre no respondió. Se arrodilló frente a mí y empezó a revisar mi tobillo con movimientos mecánicos, sin emoción. El dolor me arrancó un quejido. —¡Agh, eso duele! El doctor siguió en silencio, aplicando una pomada fría antes de envolver mi pierna en vendas. Podía sentir que evitaba mirarme a propósito, como si hablarme fuera peligroso. —Oiga… —susurré—. Por favor, ayúdeme. ¿Cómo puedo salir de aquí? Pero nada… Solo el sonido de las vendas apretándose y el leve tintineo del yeso endureciendo. Cuando terminó, se levantó, tomó un bastón de madera que había traído consigo y me lo entregó sin decir una palabra. Luego caminó hacia la puerta, pero justo antes de salir, se detuvo. Por fin habló, con voz grave, casi apagada: —No debería pedir eso, señorita. Aquí… nadie sale. Lo miré confundida, enojada, con el corazón acelerado. —¿Qué quiere decir? —pregunté, con enojo, pero asustada. El doctor se giró apenas, sin levantar la mirada. —Él no lo permitiría. Este lugar no es solo una casa… es una jaula con uniformes. —Pausa—. Ni usted, ni yo, ni nadie puede marcharse mientras Lev Koch lo decida. Su voz se quebró apenas, como si hablara desde la experiencia. Luego cerró la puerta detrás de él con un clic metálico y seco. Suspiré con irritación; no quería estar encerrada de por vida con un idiota enfermo… Vi que el anciano que me curó cerró la puerta, pero sin seguro. Rápidamente tomé el bastón y cojeé hasta la puerta, la abrí. Sentí un alivio instantáneo. ¿podría escapar? Abrí la puerta y di unos pasos hacia afuera; La casa estaba vacía. Bajé las escaleras y escuché gritos de enojo. Me asomé y vi, a través de la puerta entreabierta, una reunión. Lev estaba enojado porque una misión había salido mal. Lo miré con rabia y burla, incrédula. Miré a un lado y me acerqué a la puerta de la enorme casa; la jalé hacia atrás con fuerza, ya que era pesada, y salí. El patio era lindo e impecable, pero había muros altos y seguridad. Me asome hacia atrás de la casa, cojeando, para ver a lo lejos varios hombres militares entrenando. Recordé las palabras de Lev y del anciano que enyesó mi tobillo, y me di cuenta… Esto no es una base militar oficial del gobierno, sino una propiedad privada de Lev, que imita una base militar. Una mansión-fortaleza en las afueras de Madrid, rodeada de bosque y terreno vallado con seguridad armada. Esto explica por qué hay soldados entrenando. No son militares regulares, sino unidades privadas que trabajaron antes para él en el ejército o que fueron reclutadas después para servirle como escoltas y agentes personales. Lev es un excomandante de inteligencia militar que ahora dirige operaciones encubiertas privadas, con recursos, contactos y dinero de sobra. ¡Por eso nadie se atreve a denunciarlo ni cuestionar sus acciones! Su poder y reputación lo protegen. ¡Mi mente daba vueltas! ¿Cuál sería su pasado? ¿Cómo llegó a este punto? ¿Cómo los militares me ignoraban y la policía no se involucraba? Me derrumbé con ojo, y mis lágrimas salieron. —Este tipo… ¿qué tiene planeado para mí? ¿Qué será de mi familia, mi futuro? —murmuré con temblor y caí al suelo, llorando en el porche de la mansión. Estaba en una prisión militar disfrazada de lujo. Mientras lloraba con rabia, de repente sentí un fuerte agarre en mi brazo. Miré hacia arriba: era una mujer alta con un acento ruso como el de Lev. Parecía militar también, como de unos 40 años. —¿Quién eres? —me habló enojada con voz alta y firme—. ¡Este es un lugar privado, solo para militares, niña! Me aparté de su fuerte agarre que lastimaba mi brazo. —¿Qué? ¡Si ni siquiera quiero estar en esta puta prisión! La mujer se enojó aún más y me agarró con fuerza, mirando mi pierna. — ¿Qué te pasó en el tobillo? —preguntó pero no respondí; Solo intenté soltarme de ella. Bastante cansada estaba de que me lastimen, pero la mujer se enojó y me arrastró. —Voy a sacarte de aquí, pequeña rata —gruñó irritada. —¡Por favor, sácame de aquí! ¡Si! —Mi voz estaba llena de esperanza. Mientras la mujer me arrastraba por el césped, sintiendo la libertad cada vez más cerca, se escuchó una voz gruesa y fría que nos hizo sentir escalofríos a la mujer y a mí. —Claudia! —la voz de Lev era firme y fuerte, resonando por todo el campo. Claudia se congeló y volteó fríamente de una forma brusca que hizo arrastrar mi tobillo enyesado; grité de dolor, pero los dos me ignoraron. Fríamente, Lev se acercó a Claudia y habló entre dientes mientras yo apartaba de ella. — ¿Qué haces? Claudia lo miró con ojos fríos, pero con respeto. —Señor, esta rata estaba en su porche. —Esta rata es de mi propiedad —gruñó Lev con rabia, haciendo que Claudia se paralizara. —Yo… yo lo siento, no lo sabía —murmuró Claudia con la cabeza baja. —Pues ahora lo sabes. Además, nadie entra a este lugar por casualidad. Mientras los dos hablaban, silenciosamente me arrastraba para salir… —Ahora te encargo que la vigiles para que no escape —gruñó Lev mientras me levantaba como si nada y me ponía en su hombro como un saco de papas. Lev se enojó, dejando a Claudia atrás. —¡¡Mierda!! ¿¡En serio tienes que aparecer cuando tuve suerte!? —grité con fastidio y enojo. Lev me ignoraba y se acercaba al porche para recoger mi bastón, entraba a la casa mientras pataleaba. Me lleva a la cocina; se veía una mesa con comida hecha y servida para mí. Lev me sienta en la silla y aprieta mis muslos, apoyándose para estar a mi altura. —Tienes que comer, para estar fuerte para mí —habla con una sonrisa coqueta y me da un beso en la nariz de una forma tierna que solo me daba ganas de golpearlo. —Y si no quiero? —respondo desafiante y con odio. —Ese es tu problema —susurra aún con esa sonrisa de idiota, luego se levanta para marcharse, dejándome sola con la comida. Al final, decidí comer.
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