CAPÍTULO 2 – La primera conversación

1008 Palabras
La siguiente reunión no fue como las demás. Ella ya estaba conectada, como cada semana, revisando informes y adelantando lo que podía antes de que el jefe llegara. Tenía la cámara apagada —su costumbre de siempre— mientras terminaba de almorzar rápido frente al computador, intentando robarle unos minutos a la tarde. Entonces él apareció. Darell. Con su postura recta, su camisa impecable y ese saludo formal que parecía ensayado. —Buenas tardes —dijo, con esa voz tranquila que ella ya había escuchado decenas de veces, aunque nunca le había prestado verdadera atención. Ese día algo fue distinto. Algo que ella no supo explicar. Quizás porque estaba cansada. Quizás porque él apareció justo en un momento de desorden. O quizás porque la vida también decide cuándo mover una pieza sin anunciarlo. El punto es que, por alguna razón, esa tarde ella encendió la cámara. De inmediato sintió un pequeño golpe de pudor: tenía el cabello suelto, un mechón rebelde sobre la mejilla y el plato a medio terminar justo al lado. Aun así, él la vio. La miró. Y por un instante —apenas un segundo— ella creyó notar una expresión distinta, algo parecido a sorpresa o quizá interés. Darell también estaba comiendo. Logró verlo antes de que el jefe se conectara, pero en cuanto la llamada inició, Ella apagó la cámara para evitar que la vieran almorzando. Él no. Él nunca la apagaba. Siguió allí, visible, con esa seriedad tan suya, como si nada pudiera sacarlo de la compostura. Mientras el jefe hablaba del proyecto, una ventana emergió en la pantalla de Ella. Mensaje interno. De Darell. “No digas que estoy comiendo 🤫” Ella mordió una sonrisa antes de responder: “No te preocupes. Estoy igual. También almorzando.” La reunión seguía, pero algo había cambiado. Una especie de hilo silencioso se había tendido entre ellos. Segundo mensaje: “¿Qué estás almorzando?” Ella miró su plato, tomó una foto casi sin pensar y se la envió. Un instante después: “Qué rico.” Ella bajó la mirada, divertida. —¿Y tú qué comes? —respondió. Él no contestó por chat de inmediato. En la videollamada, mientras el jefe explicaba los avances del proyecto, Darell levantó una ciruela frente a la cámara y se la llevó a la boca lentamente. Fue un gesto simple, inocente incluso, pero a ella le recorrió un extraño cosquilleo por la espalda. Luego llegó el mensaje: “Ciruelas.” Ella soltó una risa corta, silenciosa. Otro mensaje: “Dame un poco.” Ella respondió sin pensarlo: “Ya terminé. Demasiado tarde 😂” Hubo apenas un par de segundos antes de que apareciera otro texto: “Entonces me lo debes.” Ese mensaje fue diferente. Pequeño. Sutil. Pero lo suficientemente preciso para mover la línea que había separado su relación durante más de un año. Ella sintió el clic del cambio. Un antes y un después diminuto pero real. Miró a Darell a través de la pantalla. Él seguía hablando del proyecto con naturalidad, como si pudiera dividirse en dos versiones de sí mismo: la profesional y la otra… la que le escribía a ella. Y respondió: “¿Y qué más te debo?” Él tardó unos segundos esta vez. Parecía medir las palabras. “Podemos empezar por una conversación sin trabajo de por medio.” Ella dejó de escuchar la reunión. Las cifras, las fechas y los avances se desvanecieron al fondo. La atención estaba en la ventana del chat, en las letras que aparecían una detrás de otra, cargadas de una intención nueva. Una chispa. Un inicio. Un algo. Su pecho se aceleró. No era deseo aún, no exactamente. Era esa anticipación tibia que se siente cuando el borde de una historia empieza a moverse. —¿Y qué tipo de conversación sería? —preguntó ella. Él respondió: “Una donde no hablemos de informes ni plazos. Una… más real.” Ella tragó saliva. “Eso suena peligroso”, escribió. “Solo si tú quieres que lo sea.” El jefe hablaba al otro lado, ajeno a todo. La videollamada seguía su curso normal: tareas asignadas, fechas límite, comentarios rutinarios. Pero entre ellos, otro tipo de conversación estaba naciendo. Una conversación que llevaba un año esperando un pequeño descuido, un instante así. El chat volvió a parpadear. “Te ves diferente hoy.” Ella se quedó quieta. “¿Diferente cómo?”, preguntó. “Más… tú.” Ella sintió calor en las mejillas. Y no supo qué responder. Miró la pantalla, lo vio allí, serio, atento, hablando de datos mientras sus palabras en el chat decían algo completamente distinto. Algo que nunca antes se habían permitido. Él escribió: “Me gusta verte.” Ella volvió a encender la cámara por un instante, impulsivamente, como si quisiera verificar qué era lo que él veía. Quiso mirar la reacción de Darell, pero él mantuvo la expresión neutra de siempre, apenas con un ligero brillo en los ojos. Un brillo que antes ella nunca había notado. La apagó al segundo siguiente. “Así que… ¿una conversación más real?”, escribió ella, intentando recuperar el control. Él respondió: “Cuando tú quieras.” Ella sintió una tensión nueva. No incómoda. No inapropiada. Algo más parecido a la sensación de pisar un terreno que no se conoce, pero que se quiere explorar. Por primera vez, se vieron uno al otro no como dos empleados compartiendo una pantalla, sino como dos personas a las que algo les había despertado sin permiso. La reunión terminó de forma rutinaria, como todas. Pero cuando la llamada se cerró, Ella no pudo evitar mirar la pantalla negra que ahora reflejaba su propio rostro. Ni tampoco ignorar el cosquilleo que le había quedado en el pecho. Hasta ese momento, Darell había sido solo un colega. A partir de ese día, dejó de serlo. Y aunque ninguno lo dijo, los dos lo supieron: Ese viernes, sin planearlo, sin buscarlo, sin siquiera intentarlo, había comenzado la primera conversación que realmente importaba.
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