Capitulo 3

1915 Palabras
Connie Estoy parada frente al enorme edificio. Ni siquiera sé qué estoy haciendo aquí, pero necesito encontrar una solución y Nicolò Falcón es el único que me la puede dar. Cuando estoy por subir las escaleras, veo que se estacionan las cuatro camionetas que había visto fuera de mi casa. Todos los escoltas corren a abrir la puerta. Yo miro al hombre cuando baja: alto, de porte elegante, con piel blanca y esos ojos color miel que me veían con tanto odio y resentimiento. Él ni siquiera se da cuenta de mi presencia, ya que pasa por un lado mío. Cuando por fin él ha entrado, ahora más que nunca me pregunto si esto es una buena idea. La verdad es que no sé la respuesta, así que suspiro y empiezo a caminar. Cuando llego a recepción, la chica me mira de arriba a abajo y hace un gesto desagradable. Yo solo sonrío; obviamente no somos iguales. —¿Qué se te ofrece? En este momento no están dando limosnas, así que, por favor, si no quieres que llame a seguridad, retírate. Yo la miro con una sonrisa fingida y pongo mis manos encima de su escritorio. Si esta idiota piensa que me voy a dejar humillar, está muy equivocada. —Dile al presidente Nicolò Falcón que quiero verlo. Ella suelta una carcajada y se pone de pie, así que yo me cruzo de brazos y la miro con una ceja alzada. —¿Tú crees que mi jefe tiene tiempo para ver a personas como tú? Te equivocaste, niña, así que si no quieres que llame a seguridad, sal de aquí. —Está bien, solo vamos a hacer una prueba. Dile que Consuelo Elizondo lo está buscando y veremos si me quiere recibir. Si dice que no, me marcho antes de que llames a seguridad, pero si dice que sí, tú misma me llevarás hasta su oficina, ¿de acuerdo? Ella no para de reír y toma el teléfono. —Verás cómo en este momento mi jefe te echa a patadas. Yo solo sonrío y no digo nada más. Ella empieza a hablar con alguien y su sonrisa poco a poco se va borrando. Solo escucho que dice: "Claro que sí, señor, en este momento". Cuando cuelga el teléfono, sale detrás de su escritorio y empieza a caminar sin decir nada, así que yo la sigo. Cuando llego a su lado, suelto una risita burlona. Ella solo me mira con ganas de matarme. Coloca una tarjeta en el elevador y las puertas metálicas se abren. Veo que no ingresa, pero me hace una seña para que yo lo haga, así que de inmediato entro en el elevador. Cuando las puertas se cierran, puedo ver lo furioso que está . Por eso es que no debemos juzgar a las personas por su apariencia. Cuando por fin llego al piso 50, las puertas se abren. La verdad es que esto es impresionante: el piso de mármol blanco que ni siquiera quisiera tocar por temor a ensuciarlo. Hay unos sillones a los costados y enfrente de mí está un escritorio. Todo grita dinero. Yo me acerco hacia la señora; es una mujer mayor. Ella me sonríe amable y yo devuelvo el gesto. —Hola, linda. Supongo que tú eres Consuelo, ¿cierto? Yo solo asiento. Ella se pone de pie y abre la enorme puerta de madera. Me da un pequeño empujoncito, ya que en este momento se acabó toda mi valentía. El hombre ni siquiera se ha dado cuenta de mi presencia, pues está perdido en montones de documentos. Cuando levanta su rostro y por fin me ve, avienta el bolígrafo sobre el escritorio y se cruza de brazos. Yo suspiro porque parece que esto va a ser más difícil de lo que pensé. —Vaya, no pensé que podrían conseguir el dinero tan rápido. Pensé que tardarían más, pero me alegro; así no me quitan el tiempo. Yo agacho la cabeza y empiezo a jugar con mis manos. De verdad, este hombre me intimida demasiado, pero si le muestro temor, será peor. Así que levanto el rostro y sonrío. —Es una broma, ¿cierto? Él frunce el ceño y me ve confundido. —¿De qué hablas? —Es una broma lo que me está diciendo, ¿verdad? Dígame usted, ¿de dónde voy a sacar 2 millones de dólares en solamente un día, cuando apenas consigo para las medicinas de mi padre y de mi hermano? Él suspira y pellizca el puente de su nariz. Se pone de pie y rodea su escritorio. Cuando llega casi frente a mí, se recarga en él y se cruza de brazos. —Entonces, dime, ¿qué haces aquí? ¿Solo vienes a que yo pierda mi tiempo? Ya se lo dije a tu padre: o me pagan o se salen de esa casa. Obviamente no vale esa cantidad, pero podré recuperar algo de lo perdido. Yo niego y lo miro desafiante. Es algo estúpido lo que me está pidiendo. —No nos saldremos de la casa, pero tampoco tengo el dinero para pagarte. Mi padre está enfermo, mi hermano también. Soy la única persona que... Él me interrumpe; ni siquiera me deja terminar de hablar. —A mí no me interesan tus problemas, solo quiero mi dinero. Yo sonrío y asiento. Lo miro directo a los ojos y le digo: —Está bien, quieres tu dinero, pues ve y pídeselo a la persona que lo pidió. Ni mi padre ni yo lo pedimos. Nosotros no tenemos la obligación de pagarlo. Si tú tienes una guerra con mi madre, arréglatelas con ella. No vengas y quieras estropear vidas ajenas por tu estúpido rencor, orgullo y los malditos traumas que te dejaron tus padres. Él cierra sus puños y se acerca a mí. Por un momento pensé que me pegaría. Se ve furioso, pero no me importa. —Pues adivina qué, muñeca: vas a tener que pagar por los pecados de la zorra de tu madre. Así que ya se los dije: tienen hasta ahora en la noche para entregarme el dinero o salirse de mi propiedad. Bueno, pero es que este no entiende de dónde diablos le voy a pagar esa cantidad de dinero. —Bueno, pero tú eres idiota o la ardilla no te funciona. ¿Qué parte de que no tengo el dinero y tampoco me voy a salir de la casa no entendiste? Yo pedí el dinero, no lo pedí, así que yo no te debo nada. Mi padre pidió el dinero, tampoco lo pidió, así que no te debe nada. Haz lo que quieras. A él le parece muy gracioso que yo esté furiosa y quiera matarlo, pues sonríe y acerca mucho su rostro al mío. La verdad es que su cercanía me pone muy nerviosa. —Muy bien, entonces yo mismo iré a sacarte de esa casa. Ya te lo dije: no existe otra manera. Y, por favor, vete, que tengo demasiado trabajo. Él le da la vuelta a su escritorio y se vuelve a sentar. Agarra el bolígrafo y empieza a escribir de nuevo, pero yo me quedo ahí de pie pensando. Sé que este hombre tiene el poder y es capaz de hacer lo que me ha dicho, pero yo no lo puedo permitir. Así que suspiro para tranquilizarme un poco y no mandarlo al diablo de una vez por todas. —Está bien. Él levanta su rostro y me mira con una ceja alzada. —¿Qué es lo que está bien? —No tengo manera de pagarte y tampoco puedo salirme de la casa. Yo sé que a ti no te importa, pero ellos son lo único que tengo en esta vida, así que voy a luchar por ellos. Él me detiene y me señala. —Sí, muy lindo todo, pero eso a mí no me interesa. Habla de una vez. —Dame trabajo y te iré pagando poco a poco. Sé que tardaré mucho tiempo en pagarte, pero... Él no me deja terminar de hablar y se vuelve a poner de pie. Se acerca a mí y me mira con una sonrisa en su rostro que no me gusta. —Bien, esa idea me gusta más. Y dime, ¿de qué quieres que te dé trabajo? Yo me encojo de hombros, restando importancia. La verdad es que no me interesa si quiere que limpie pisos o baños; no me importa. —No importa el trabajo, tú decíde. Estoy dispuesta a todo. Él me mira con una ceja alzada y su sonrisa no se borra. —¿Segura que a todo? —Sí, no importa si lavo pisos, ventanas; no importa lo que me pongas a hacer. Él toma mi barbilla y levanta mi rostro. —¿Y si quiero algo más? No sé, un servicio más íntimo, especial. Eres muy bonita; puede que seas igual de... Ni siquiera me di cuenta en qué momento mi mano fue a dar a su mejilla, pero vaya que fue fuerte el golpe. Por eso, su cara está completamente roja. Yo cierro mis manos en puños. Este idiota, ¿qué se cree? ¿Que puede menospreciar me y tratarme como una cualquiera? Está muy equivocado. Puede que no tenga ni un centavo, pero dignidad y orgullo tengo mucho. Él me toma de los brazos, a punto de que me lastima. Yo me quejo, pero él no escucha. —Eres una estúpida. ¿Quién te crees que eres para venir a bofetearme en mi propia empresa? Tú no tienes ni idea de quién soy yo. Esto me lo vas a pagar muy caro. Yo forcejeo con él, pero obviamente es más grande y más fuerte. —¡Suéltame, idiota! ¡Me estás lastimando! Él no me hace caso y me lleva hasta el elevador. Presiona algunos números y las puertas se abren. Me lanza dentro de él y me señala. —Quiero que abandonen la casa ahora mismo. ¿Entiendes? Si no, ya sabes las consecuencias: o trabajas para mí, pero también sabes lo que quiero. Yo estoy a punto de contestarle que se vaya al diablo cuando las puertas del elevador se cierran. Me recargo en la pared, con mi corazón a punto de salirse de mi pecho. Mi respiración es agitada y mis lágrimas empiezan a caer por mis mejillas por la impotencia que siento de no poder hacer nada. Y este idiota me crea una zorra más, que solo porque él dice que me meta a su cama, lo voy a hacer. Está muy equivocado. Cuando se abren las puertas del elevador, me encuentro a la persona que nos ha metido en este maldito infierno. Con mucha elegancia, ropa cara, ella me mira de arriba a abajo con desprecio y yo solo la miro de la misma manera, pero directo a los ojos. Parece que de tanta cirugía se ha distorsionado mucho el rostro y la verdad es que me alegra. Yo paso por su lado sin decir una palabra, solo limpio mis mejillas con coraje y salgo de ese lugar. Camino sin un rumbo fijo, pues no quiero llegar a casa y decirle a mi padre que tenemos que dejar lo único que nos pertenece. Cuando escucho que el cielo empieza a tronar, parece que solo falta que un perro se acerque y me orine. Ahora, ¿qué voy a hacer? Tengo que resolver esto y no tengo ni la menor idea de cómo lo voy a hacer.
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