—Mucho gusto, soy Mila Walker, señor Harper —Mila extendió su mano hacia el hombre alto que vestía muy formal. Cuando sus manos se tocaron, John pudo sentir como un tipo de electricidad le recorría la espina dorsal. Como si fuese algún tipo de advertencia.
—John, puede decirme solo John —respondió en un tono frío hacia Mila. Esta no estaba en lo absoluto sorprendida por el atractivo de él. Aunque no pasaba desapercibido, a ella no le llamaba ningún tipo de atención.
—Bueno, ya listas las presentaciones, pasemos a sentarnos. Mila, ocupa tu lugar, por favor.
Catherine, como siempre, presidía en la silla principal, a su mano derecha Mila y enfrente de esta, John. John intentaba bloquear la curiosidad por la mujer que estaba frente a él.
Sarah entraba con el resto de la cena.
—Mila, John es un empresario muy poderoso en Nueva York, está interesado en comprar algunas tierras de la hacienda y otros asuntos, pero eso lo veremos luego tú y yo, por lo tanto, es un invitado muy especial.
Catherine Walker le sonrió a John. Y este le regresó el gesto. Mila había perdido el apetito. ¿Desde cuándo le interesaba a alguien comprar las tierras de su familia? Para Mila ya era una intriga.
Después de la cena, Mila se disculpó usando el pretexto del sueño, pero realmente iría a caminar al jardín donde se sentía un poco más libre. John no había dejado de mirarla, se había sorprendido por los gestos que había aprendido de ella, la forma en que torcía sus labios y a la vez se le formaban unos discretos hoyuelos, el modo de suspirar, cómo sus ojos viajaban del plato al centro de la mesa y luego regresaban a su plato después de segundos. La forma de sentarse, adivinando si tenía las piernas cruzadas o dobladas bajo el mantel de la mesa. Ese era John. Un hombre observador, obsesivo. John Harper, además de ser un empresario poderoso en Nueva York, era un dominante.
Ginger era la dueña de un club b**m muy famoso y privado en la ciudad neoyorquina, y le había conseguido sumisas durante diez años, pero ninguna estaba a su altura. Cansado de no encontrar una que cumpliera con sus expectativas, decidió buscar una él mismo, asegurándose de que antes de hacerla sumisa, satisficiera sus criterios. Esto evitaría hacer contratos de confidencialidad cada dos días. A pesar de que había decidido tomar su tiempo para conocer a Mila en silencio, John dedujo en minutos que ella podría ser una potencial candidata para su proyecto sumisa. Sin embargo, se regañó mentalmente; ella no era solo una sumisa potencial. Era la hija de su futura socia, por lo que solo obtendría tierras de ella. No un proyecto. Se irritó…
Catherine y John estaban en la sala que se encontraba en el interior del despacho de ella. Había terminado de cerrar el trato con John; ahora era un socio del diez por ciento de una de las empresas extranjeras que tenía Catherine en Estados Unidos. Aunque fuera pequeña, era una de las mejores exportadoras.
— ¿Está todo bien, John?
Catherine le preguntaba intrigada al ver que su mirada se había concentrado en las ventanas abiertas que daban al gran jardín.
Movió su vaso de cristal mientras jugaba con el líquido, finalmente se tomó el último trago.
—Sí, estoy bien, gracias por tu hospitalidad. ¿Mila siempre es así de callada?
Catherine torció los labios. John acababa de notar de dónde Mila había heredado esos hoyuelos que habían empezado a llamar su atención.
—No, sinceramente no es muy callada. Es demasiado, respondona, dice lo que piensa y no importa si a mí me interesa lo que va a decir, puedo decir que salió igual a su padre. ¿Sigues pensando en lo que te he propuesto?
Catherine sentía que había hecho lo correcto. Recordó su futuro y tenía que dejar a su hija en manos donde la hacienda no se hiciera polvo, que todo el esfuerzo por ser lo que era ante el mundo, se hiciera NADA en un dos por tres por alguien que solo busca la fortuna Walker.
John había sacado su carta bajo la manga. Había investigado a Catherine y sabía que en un futuro pasaría a mejor vida, así que tenía una joya de ojos verdes muy bien resguardada y que estaba empezando a hacerse obsesión en silencio.
—Sigo pensando que un contrato de matrimonio, de por medio, es algo que no está en mis planes.
—Entregaré a mi hija solo de esa manera. No voy a arriesgarme a que alguien llegue y termine por llevarla a la ruina.
— ¿Y qué es lo que el matrimonio va a hacer? Puede que ocurra aún casada.
—Pero no contigo, John. Sé que tienes olfato para los negocios, Empresas Harper no se hizo de un día para otro. Te ha costado años… —John fijó su mirada sorprendida hacia Catherine— ¿Crees que eres el único que investiga? El hecho de que estemos retirados de la civilización no quiere decir que vivamos en la ignorancia.
—No he dicho tal cosa, pero discúlpame si lo llegué a comentar en otras palabras. Solo me sorprende que una mujer que casi no sale de su mundo sepa algo más de los negocios. Casi siempre cierro contratos con personas masculinas. Te repito mis disculpas.
Catherine sonrió.
—Te disculpo. —Catherine dio un sorbo a su copa y puso el resto de las cartas sobre la mesa—Mila heredará toda mi fortuna y mi marido dejó una cláusula dejando su parte de la herencia cuando ella cumpliera sus veintiún años, y déjame decirte que eso sucederá en un mes y las tierras que te interesan para lo que tienes planes, son de esa herencia. Puedes hacer un contrato prenupcial, Mila no dudaría en dejar que las toques si en tus planes es trabajarlas.
John se llevó la mano a su barbilla. Pensó que un hombre como él no podría casarse. Sus planes de matrimonio en algún punto de su vida no eran visibles. Y podría asegurarse que en su diccionario no estaba esa palabra.
—El matrimonio es demasiado. Simplemente, regreso en un mes y le ofreceré dinero por ellas.
—Esas tierras tienen un legado sentimental para ella. Dudo y juro por mi vida… que nunca las vendería, mucho menos a alguien que viene de fuera. Pero si quieres hacerlo, adelante.
John tenía mucho que pensar. Pero seguía pensando que ni loco entraría al infierno de un matrimonio.