Nate insultó por lo bajo, inhaló profundo y se puso de pie casi a una velocidad desquiciante por su lentitud, apoyando con firmeza ambas manos sobre la mesa e inclinándose apenas hacia adelante, presionando, empujando a que Martin siguiese hablando.
—No mientas. Ambos sabemos que mientes —aseguró Nate con firmeza, sin bajar la mirada, obligando a Martin a seguir diciendo esas idioteces que, estaba seguro, diría.
—¿Yo miento? ¡Qué pena que no esté el representante de los lobos para asegurarnos que no miento! —dijo fingiendo pena—. Vamos, Lewis, todos aquí sabemos que estás harto de que denigren a los tuyos, que estás agotado de saberte el más débil de nosotros. Todos aquí sabemos que quieres posicionarte por encima nuestro y el suero te daría el poder de hacerlo.
—Mientes —gruñó Nate—. Y
