Capítulo V

1818 Palabras
Iker y Xander conversaban en la oficina de César cuando éste llegó. —Recuerda que nos veremos con Romina en unos minutos —le recordó Xander. —Cierto.  —¿Cómo te fue en la Universidad? —preguntó Iker.  —La mujer es inflexible. Nunca había conocido a una persona con la cabeza tan cuadrada. —Tendrás que hablar con Daniela —le previno Iker. —Si. Ya veré que le digo. César se sentía agotado. Derrotado. Al rato entró Romina con un vestido gris muy ajustado sin mangas que le llegaba hasta debajo de las rodillas, llevaba tacones y César admitió que se veía preciosa con sus cabellos por los hombros y su rostro de muñeca. —Buenos días —saludó en voz baja con timidez ella. —Bienvenida a mi oficina Romina. Ya está Xander en la sala de junta, vamos —le dijo con picardía. Ella le sonrió débilmente y se acomodó los cabellos. César pensó que podría tener una última aventura antes de enseriarse, al final aún no tenía con quien enseriarse. Romina les expuso los planes para la campaña y revisaron por un par de horas todo lo relativo a la imagen y mercadeo interno. De vez en cuando ella le lanzaba miradas coquetas a César y él le sonreía traviezo. Xander ya estaba acostumbrado a ver a las mujeres derretidas delante de su jefe y de verlo coquetear a él. Sus ojos eran hermosos, César la pudo apreciar mejor. Su gestos eran gráciles, la forma como llevaba su delicada mano hasta su cabello para apartarlo de su rostro cuando bajaba la cabeza y sus lacios cabellos se veían sobre su rostro, lo tenían hipnotizado. Ella miró su entrepierna par de veces y él lo notó pero la ignoró, la forma como exploraba su cuerpo haría más que hipnotizarlo así que decidió ignorar que ella lo miraba.  —Bien, gracias Romina. Digamos que ha sido muy provechoso el día. Excelente trabajo. —Gracias señor.   —Puedes llamarme César. —Está bien César. Romina vio a Xander y regresó la vista a César con expresión nerviosa. Xander puso los ojos en blanco y salió de la oficina con gesto de tedio para dejarlos solos que era lo que ella quería obviamente. César la miró expectante. —Sé que quizás sea inapropiado señor, César —rió —. Pero, quería invitarle un café, por lo del restaurante.  —Ya me agradeciste Romina. No hace falta. Déjame que yo te lo invite a ti porque has trabajado duro. Por tu ascenso —dijo sonriente él. —Lo aceptó —sonrió y bajó la mirada ocultando sus nervios. —Pero de preferencia después del trabajo Romina. ¿Te parece? —Perfecto. César la vio salir y apreció su culo perfecto. Suspiró hondo, pensó que le ponen difícil el cumplimiento de su resolución. —Señor, mañana a las 4:00 PM vendrá Alexa Rodriguez, del diario Tribuna Abierta y el martes de la semana que viene lo invitan al evento de la Revista Fortuna, ese es todo el día en sus instalaciones —le informó Georgina. —Gracias Georgina. Pensó que antes de que concluyera el día debía hablar con Daniela, así que la llamó a su oficina. Se puso nervioso al sopesar que debía contar algo de verdad. No podía mentir, esperaba que Daniela, paciente como se mostraba siempre, lo comprendiera. —César Augusto —lo saludó Daniela al entrar a su oficina, se sentó frente a él. —Hola, Daniela, hoy fui a hablar con la rectora. Es inflexible, ella no aceptará una alianza con nosotros. Daniela soltó un suspiro profundo y negó con la cabeza. —No entiendo que paso. ¿Qué la hizo cambiar de opinión? —se cuestionó ella. César cerró los ojos e imitó el suspiro de ella. Abrió de nuevo los ojos y se acomodó mejor en la silla. —Fue por mí. Ella me vio el día de mi cumpleaños en un club ebrio y bailando con su hermana. No se llevó la mejor impresión de mí —dijo. Resolvió no contar todo, al final contaría lo que quisiera.  —¿Solo por eso? —preguntó atónita Daniela.   —Si, Daniela, ella es muy conservadora al parecer y no vio bien que el CEO de la compañía tuviera unas copas de más en un club. Sabes que no bebo hasta acabarme, me lo permití por mi cumpleaños. —Descuida César, no me tienes que explicar, no pasa nada.  —Lo siento. —¿Habrá forma de convencerla? —Haré lo de las entrevistas para la prensa, veamos si eso la convence de que no soy un inmoral que se yo que otra cosa piensa de mí.  Daniela suspiró de nuevo. —Tampoco es bueno que sea así de cerrada. Me pregunto cómo será esa universidad, ¿Serán demasiado conservadores?  —Lo mismo pensé. Tampoco convendría mucho juntarnos con gente tan distinta a nosotros, alguna sinergia podría hacerse pero su inflexibilidad me pareció exagerada. Ella se encogió de hombros. Ambos se resignaron. César se dirigía al ascensor para encontrarse con Romina en la salida, la llevaría a un café lejos de allí. Se proponía evitar las habladurías de la gente. Al entrar al ascensor se cruzó con Claudia que lo recibió con una sonrisa amplia. Él miró su panza y pensó que si las cosas hubiesen sido diferentes ese bebe sería suyo. Ella era alguien por quien él había dejado su vida de don juan. —¿Cómo va tu embarazo? ¿Cómo van las cosas con Arturo? —Bien César. El doctor dice que el bebe está perfecto. Arturo es el que es consentidor a minutos de fastidioso. A veces odio un poco al desgraciado, pero estamos muy bien. No me quejo realmente. —Se te ve feliz. Me alegro, te lo mereces. —¿Y tú sigues con la puta de la agencia de viajes? —preguntó Claudia. —No, Claudia, ¡Por Dios! —rió —. Es solo una amiga con la que me veo de vez en cuando.   Ella sonrió y negó con la cabeza. Se despidieron en el estacionamiento y César divisó a Romina en la salida del estacionamiento, lo saludó con la mano al verlo. Claudia lo notó y se giró a mirarlo. —¿Te vas a coger a esta? —le gritó.   César negó con la cabeza y sonrió, le hizo un gesto de que se callara y ella rió a carcajadas mientras se subía al auto. César se subió al suyo y pasó al lado de Romina para que se subiera. Él notó su fragancia dulce al tenerla tan cerca. Ella se mordió el labio inferior y pestañeó repetidas veces, ya César no sabía cómo haría para no terminar en la cama con esa chica ese día. —El café no está cerca —dijo César por decir algo y romper la tensión que había entre los dos. —Bien ¿Cumplió 40? —preguntó ella casi en un susurró que a César le pareció muy seductor. —Si, ya dejé los treinta atrás y bueno pertenezco al club de los cuarentones. — Ya pronto entraré yo en el de los 30 —confesó. —¿30? Treinta años ¿Cuantos tienes? —29 años. Recién cumplidos. —Luces mucho más joven que eso —admitió él. —Igual que tú. Él se giró a mirarla y le sonrió. Ella le devolvió la sonrisa con picardía. César ya no quería tomarse ningún café con ella, quería  ponerla en cuatro y fallársela. Ponerla en cuatro, pensó. Recordó la imagen de Arantza en cuatro patas sobre el piso de su oficina, recordó como lo excitó esa imagen, esperaba poder sacarla de su cabeza.  Llegaron a un pequeño café y se ubicaron en la mesa más alejada de la puerta y del centro. César pidió un té n***o y ella una bebida gaseosa. —¿Te gusta tu trabajo en la corporación? —preguntó César. —Si. Mucho, Sue y el resto del equipo es genial. Miranda es un poco perra insoportable pero del resto todo bien. César se rió.  —Ella tiene mala fama en la corporación. No es muy apreciada. —Entiendo porque —hizo un gesto exagerado con los ojos y bebió un trago. —¿Tienes novio?  Ella se puso roja de inmediato. Le rehuyó la mirada, después de unos segundos lo miró de nuevo. —No. Tengo un año soltera. Tú estás divorciado ¿no? —Si.  —¿Sales con alguien? —No. Ella le sonrió y le dedicó una mirada más dulce.   César noto que ella hablaba poco o era aburrida y ya, continuaron la conversación sobre banalidades, cuando él le advirtió que ya era hora de irse, ella puso una expresión de decepción. Caminaron juntos hacia la salida y se subieron al auto, ella le indicó dónde vivía y al llegar él se bajó y la acompañó hasta la puerta. Era una casa pequeña muy bien iluminada en el exterior rodeada de un jardín muy bien cuidado. La zona era bella y muy exclusiva. —Gracias —dijo ella. —Un placer. Ella se acercó para despedirse con un beso. Lo besó en la mejilla y rió, él imitó su risa y la miró divertido. Ella fue sobre sus labios y le dejó un beso fugaz, él sonrió de nuevo y la miró a los ojos. Lo miraba expectante, insistió con sus ojos sobre los ojos de él. César se acercó y la beso sobre los labios de forma superficial, una vez y otra vez cuando iba a hacerlo por tercera vez ella abrió su boca y dejó que su labios chocaran, gimió al sentir la lengua de César sobre la suya. Él la apretó por la cintura y la llevó contra la puerta de su casa, ambos mantenían los ojos cerrados, ella se colgó de su cuello y siendo tan pequeña, apenas ayudada por sus tacones obligaba a César a inclinarse mucho sobre ella.  Él acarició su lengua con la suya, lamió sus dientes y ella se apretó a él cuando la mordisqueó en el labio inferior. César fue sobre su cuello y la besó allí repetidas veces y se dedicó a acariciar sus nalgas, las apretó.  Algo andaba mal, César no lograba encenderse, besaba a la chica pero no sentía pasión ni mayor interés por seguir besándola. Con sus ojos cerrados solo veía el culo de Arantza. Se regañó. Debo estar enfermo, pensó. La soltó aspirando su fuerte. Se alejó un poco de ella, quedó sorprendida. —¡Buenas noches Romina! —dijo él. —¿Hice algo malo? —preguntó ella. —Nada. Todo bien, es solo que hoy estoy muy cansado. Nos vemos mañana. Ella se despidió con un gesto con la mano y con una expresión de incredulidad en el rostro. Él se subió al auto, aspiró y exhalo con dramatismo dentro del auto mientras lo encendía. Esa mujer no me parece ni remotamente atractiva, se decía en el auto. ¿Por qué viene la imagen de su culo  a arruinarme el momento? pensaba. Quizás era lo mejor, pensó, no estaba bien enredarse con Romina. Si lo hacía debía ser para tratar de tener una relación más estable y la chica no hablaba siquiera. —Eres un completo desastre César Augusto —se dijo en voz alta. Al llegar a su casa, lanzó las llaves sobre la mesa de centro, miró alrededor y se arrepintió de pronto de haber comprado la casa y haberse mudado de su apartamento. La casa era mucho más grande, su soledad era más notoria allí, pensaba.  Se metió en la ducha y comenzó a bañarse, estaba cansado y deseaba acostarse y no pensar en nada más, pero entonces, se permitió recordar la imagen de la rectora en el piso y se acarició el m*****o, sintió la necesidad de terminar aquello y pensando en alguien improbable, se corrió. ¡Qué ironías de la vida! Pensó. Quería coger con la pelirroja que estaba buenísima y terminó tocándose en la ducha pensando en la mal vestida y malhumorada de la hermana de la pelirroja.                                    
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