"Golpeada por el Alcohol"

1513 Palabras
El eco de una melodía extranjera, un lamento confuso que se mezclaba con el zumbido del alcohol, llenaba la habitación. Las palabras de Aisha, arrastradas por la resaca emocional y el whisky, eran apenas un murmullo en el aire espeso. —¿Crees que Conce alguna vez me extrañe? —preguntó de pronto, su voz colgando en el aire como una sombra persistente. Amanda, sentada a su lado, la miró con una mezcla de compasión y fastidio. Suspiró antes de responder. —Aisha, ¿para qué torturarte con eso? Conce es un idiota. No merece ni un solo pensamiento tuyo. Olvídalo. Su tono, normalmente firme y seguro, se suavizó con un toque de picardía. —Porque ahora estás aquí… ¿Qué tal una cita a ciegas? Siempre son divertidas, y quién sabe, tal vez encuentres algo más que una buena historia. Aisha la miró con incredulidad. La lógica de Amanda siempre la desconcertaba. —¿Citas a ciegas? ¿Hablas en serio? ¿Y si resulta ser un asesino serial? Por Dios, Amanda, eres psiquiatra… Amanda soltó una carcajada cálida y familiar. —Cuando se trata de hombres, mi título se desvanece —dijo entre risas—. Así que, por favor, no arruines la diversión. La risa fue contagiosa. Por un momento, Aisha olvidó el dolor que la había acompañado durante tantos meses. El reloj marcaba las tres de la madrugada, y el frío comenzaba a calar en sus huesos. —Amanda, tengo frío. Vamos a dormir. Siento que me estoy congelando. Amanda extendió los brazos, fingiendo debilidad. —No puedo levantarme, estoy muy ebria… —¿Y esperas que te cargue? ¿Y si nos caemos las dos? Pero aun así, Aisha tomó sus manos. Entre risas y forcejeos, intentó ayudarla a levantarse. Amanda estaba tan flexible como una muñeca de trapo, y terminaron cayendo juntas sobre la alfombra, llevándose una silla en el proceso. —¡Maldita sea! Creo que me disloqué la cadera —se quejó Amanda, entre risas y quejidos. Los párpados de Aisha ya no resistían. —Creo que me quedo aquí… —No. Vamos a la cama —insistió Amanda, esforzándose por levantarla. En medio del forcejeo, la mesa se volcó y la botella de whisky cayó de lleno sobre el pómulo de Aisha. Un dolor punzante se extendió por su rostro. —¡Ay! —gritó, llevándose la mano a la mejilla justo cuando Adrián, el hermano mayor de Amanda, apareció en la puerta con el ceño fruncido. —¿Qué demonios están haciendo? Mamá las va a matar si se despierta. Amanda, tambaleándose, intentó calmarlo. —Tranquilo, Adrián… ya nos íbamos… iba justo a pagar la cuenta… Aisha, ¿dónde está mi bolsa? Una carcajada escapó de los labios de Aisha. —¿Pagar la cuenta? Amanda, estamos en tu casa. Adrián no dijo más. Las levantó como si fueran plumas y las dejó caer sobre la cama de Amanda antes de cubrirlas con una cobija. Aisha, exhausta, se rindió finalmente al sueño. El estridente sonido del secador de Amanda la arrancó de un sueño profundo. Su cabeza palpitaba como si una banda de tambores tocara en su interior. —Apaga eso… ¿Qué hora es? —gruñó, frotándose las sienes. —Las cinco de la tarde. ¿Tienes hambre? —preguntó Amanda con una sonrisa. —Primero necesito un baño y una dosis industrial de analgésicos —respondió Aisha, poniéndose de pie con dificultad. Un dolor agudo en el dedo pulgar del pie derecho la hizo tambalearse. —Eso se ve fatal —comentó Adrián, entrando en la habitación. —Una pedicura fallida —dijo Aisha, aplicando ungüento sobre el dedo inflamado. Amanda arqueó una ceja, extrañada. —¿A qué debo el honor de tu visita? Adrián, que rara vez invadía su espacio, la miró con seriedad antes de señalar a Aisha. —Te necesito —dijo sin rodeos. Amanda bufó, divertida. —Sabía que no venías a charlar —dijo con una sonrisa. Aisha lo miró con curiosidad. —¿En qué puedo ayudarte? —Piero, mi fotógrafo, tuvo un accidente. Necesito a alguien para este fin de mes. Los Carlson patrocinan mi carrera, y necesito fotos que capturen la victoria como nunca antes. El apellido "Carlson" resonó en la mente de Aisha. Instintivamente, tocó su pómulo aún sensible. —No hay problema —respondió, intentando mantener la compostura—. ¿Cuándo empezamos? —Mañana. Sesión de fotos de marketing. Sé que es domingo, pero el tiempo apremia. Negarse habría sido inútil. Además, necesitaba distraerse de sus propios fantasmas. —Cuenta conmigo. Adrián sonrió, aliviado. —Eres la mejor. Te compensaré llevándote a un lugar increíble. Ella asintió, contagiada por su entusiasmo. Adrián siempre había sido un torbellino de energía. Después de su conversación, Aisha se refugió en el garaje, su pequeño santuario convertido en estudio fotográfico. Mientras revelaba las fotos de la noche anterior, una sonrisa apareció al ver las imágenes de Amanda y ella en su noche de locuras. Pero entonces, su rostro apareció en el papel fotográfico. Edrik Carlson. Con su mirada intensa y expresión enigmática, la dejó sin aliento. Había capturado varias imágenes de él, cada una revelando un ángulo diferente de su personalidad. Con un dedo, rozó la tinta húmeda de una de las fotos, como si al tocarla pudiera sentir su presencia. Una inquietud inexplicable se apoderó de ella. Se sentó frente a su caballete, dejando que los colores fluyeran. Sin darse cuenta, su mano dibujó su rostro. Edrik Carlson. Su imagen la perseguía, una sombra que se negaba a desaparecer. ¿Qué significaba esta obsesión? ¿Por qué su presencia la perturbaba tan profundamente? Pero con el paso de las horas, la imagen de Edrik se desvaneció, arrastrada por un torbellino de recuerdos dolorosos. El altar. La catedral llena de rostros expectantes. La mirada de Smith mientras pronunciaba las palabras que destrozaron su mundo. La humillación. El dolor. La incredulidad. Cerró los ojos. Las imágenes regresaban con violencia. ¿Cómo pudo hacerle eso? ¿Cómo pudo fingir amarla durante tres años, solo para abandonarla en el altar, frente a todos sus amigos y familiares? Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. No era solo el rechazo. Era la traición, la mentira sostenida, la confianza destrozada. Smith no solo le rompió el corazón. Le arrebató la fe en el amor, en la vida… en sí misma. Se sentía como un jarrón roto, incapaz de recomponer sus piezas. ¿Cómo podría confiar en alguien otra vez? ¿Cómo abrir su corazón a otro hombre, cuando el último lo había hecho añicos? La mañana amaneció gris, con una lluvia fina golpeando los ventanales. Aisha permanecía frente al espejo del baño, con la toalla envuelta al cuerpo y el vapor empañando el reflejo. Su mirada se detenía en el moretón violeta que decoraba su pómulo, una mancha casi poética, nacida de una noche absurda y necesaria. Mientras secaba su cabello, pensó en Adrián y en la sesión de fotos con los Carlson. Ese apellido le hacía eco en los huesos. No solo por el peso empresarial que lo acompañaba, sino por el rostro que había quedado grabado en la retina de su alma. Edrik Carlson. Su presencia era como un presagio, una herida sin abrir que latía al compás de lo desconocido. Amanda entró sin golpear, cargando una bandeja con dos tazas de café humeante y un par de croissants ligeramente quemados. —Buenos días, cara de whisky. —bromeó, dejando la bandeja sobre la cama—. ¿Lista para conquistar a los magnates del whisky con tu cámara mágica? Aisha sonrió débilmente. —No sé si conquistar, pero al menos espero salir viva. —Por favor, El no es como Conce. —replicó Amanda mientras se sentaba en la alfombra, aún en pijama—. Ese idiota debería estar bloqueado hasta de tu sistema inmunológico. Aisha soltó una carcajada, a pesar del nudo en el pecho. Amanda tenía esa habilidad: convertir lo trágico en ridículo sin restarle importancia. Horas más tarde, Aisha llegó al lugar acordado. Un campo abierto, con colinas verdes y una antigua destilería reformada como locación principal. Había modelos, luces, drones y una escenografía digna de una película de autor. Todo olía a lujo, a competencia, a perfección. Adrián la saludó con entusiasmo, y pronto le presentó al equipo. Ella tomó su cámara como quien toma una espada. Se convirtió en otra. Más firme, más segura, más ella. Observó el entorno, la luz natural filtrándose entre nubes densas, y supo exactamente desde dónde disparar. Entonces lo vio. Edrik Carlson descendía de un todoterreno n***o con el aplomo de un rey antiguo. Vestía informalmente, pero su postura erguida, su mirada directa y su andar pausado hacían que todo el lugar girase en torno a él. Sus ojos se encontraron por un segundo. Solo uno. Pero suficiente. Ella fingió mirar hacia otro lado, enfocando su cámara en los modelos, ajustando lentes, revisando encuadres. Sin embargo, su cuerpo traicionaba su control. Un leve temblor en los dedos, un escalofrío que trepaba por la espalda.
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