—Me acosté con Benjamín —declaró Estrella ni bien su mejor amiga le contestó la llamada telefónica que le hacía.
—¿Con Benjamín Anguiano? —preguntó Kenya y la que inició la llamada respondió con un sonido casi gutural—, ¿con el tío de tus hijas? ¿Con ese Benjamín Anguiano?
—¿Acaso conocemos a otro Benjamín Anguiano? —cuestionó la rubia y ni siquiera le dio tiempo a la otra de responder, lo hizo ella misma—. No, no conocemos otros, es el único, así que, sí, es con ese Benjamín Anguiano, el tío de mis hijas, con quien me acosté… Y no lo digas así, suena horrible si no se conoce el contexto. Tú no te acostarías con el hermano de Ramiro, ¿o sí?
—Ni aunque Ramiro estuviera muerto —aseguró Kenya, persignándose mientras lo decía.
La azabache era demasiado supersticiosa como para no tener un ritual o dos cuando hablaba sobre cosas de “mal agüero” como las llamaba ella.
» Y —siguió hablando la azabache—, ¿qué tal?
—¡No! —exclamó Estrella en un tono de evidente disgusto—. No me preguntes qué tal, no te voy a contar cómo fue el sexo con ese sujeto.
Kenya no dijo nada, solo rodó los ojos con disgusto. La verdad, tal vez porque siempre lo escuchaba o leía, sentía que hablar de sexo con las amigas era mostrar un grado de alta intimidad, pero Estrella no era del tipo de amigas que hablaran de sus encuentros no amorosos con los sujetos que le gustaban.
—Bueno —soltó la trabajadora social—, dime qué pasó y por qué me cuentas algo que no estás dispuesta a soltar con detalles. Es decir, pudiste no haberme dicho nada y ya.
—Es que creo que no debí hacerlo —explicó Estrella y su amiga asintió.
—Por supuesto que no debiste —concordó Kenya con su amiga—, ¿qué no dijiste que tenía novia? Sé que tú no le debes cuentas a nadie, pero al menos deberías respetar a los hombres con pareja.
La boca de Estrella Miller se abrió enorme, igual que sus ojos, cuando recordó eso que había olvidado por completo: había una mujer que amaba a Benjamín Anguiano al punto de decírselo por teléfono.
—Se me olvidó —farfulló la rubia no tan bajo, pues incluso del otro lado de la línea telefónica Kenya fue capaz de escucharlo.
—Ay, no inventes, Tella, claro que no se te olvidó, pasó ayer en la mañana —recordó la mejor amiga de Estrella Miller y Estrella cerró los ojos con fuerza mientras fruncía el rostro.
—Te juro que si se me olvidó, Kenya —aseguró Estrella—, estaba enojada, y me dio frustrada, entonces el hombre me invitó a dormir con él y, como él y las niñas apareciendo de improviso en mi departamento, me arruinaron el momento con Leobardo, pues solo me dejé llevar sin pensar en nada más.
—La verdad es que no te creo —aseguró la azabache—, pero allá tú y tu consciencia. Entonces, ¿le vas a contar a tu mamá?
—Amiga, no inventes tú —pidió la rubia—, no te hablo de mis encuentros sexuales a ti, ¿por qué se los diría a mi mamá? No hay hija en el mundo que hable de su intimidad con su madre, qué horror.
—Bueno, yo pensé que el nivel de confianza entre tu madre y tú era justo ese nivel —declaró Kenya—, ustedes se llevan tan bien que, a ratos, más que madre e hija, parecen mejores amigas.
—No, Kenya, de con quien me acuesto no hablamos —aseguró la rubia y, cuando la otra le preguntó que entonces a quién le pediría consejo luego de lo que hizo, o si sabía qué haría después, a Estrella Miller no le quedó más que suspirar y decir—: No, no sé qué haré… tal vez simplemente pretenda que no pasó, de todas formas, no es algo que volverá a ocurrir entre nosotros.
—O sí —soltó burlona la azabache—, así lo enamoras, te casas con él, reconoces a las niñas, te divorcias y se las quitas.
—¡Kenya! —exclamó Estrella fingiendo molestia—. No estés poniendo ideas en mi cabeza que ya había puesto yo y a las que mi mamá ya les dijo que no.
Ambas jóvenes rieron a carcajadas, Kenya porque supuso que ella solo quería desahogarse y Estrella porque había logrado lo que quería al llamar a su mejor amiga: desahogarse.
**
—Entonces —habló Chase, rompiendo un silencio que usualmente los acompañaba cuando iban juntos en coche a cualquier lado, pues Estrella usaba el trayecto para perder el tiempo en su celular y a Chase le gustaba concentrarse en el camino, pero no esta vez, porque había algo que necesitaba saber—, ¿quién es tu novio?
Lo que en un inicio fue sorpresa pura terminó por ser una sonrisa. Es decir, ni siquiera necesitaba pensarlo demasiado, las únicas que hablaban sobre ella con Chase, y que precisamente estaban aferradas al tema de los novios gracias a que vieron a Leobardo besándola, eran justo el par de niñas a las que Chase había llevado a la guardería en la mañana, pues ella inició el día en una reunión en línea con futuros socios comerciales de otro país.
—¿Qué te dijeron? —preguntó Estrella, sonriendo casi divertida.
—Que tu novio te besó, pero que dijiste que no era tu novio, pero que solo los novios se besan en la boca —respondió Chase en el mismo tono divertido, escuchar las ocurrencias de sus sobrinas lo ponía de buen humor.
» Entonces —continuó el rubio—, ¿quién es tu novio que no es tu novio que te besó en la boca frente a ellas? ¿Y cómo es que dejaste que algo así pasara? Te recuerdo demasiado discreta con tus encuentros de placer.
—No las estaba esperando en mi depa, así que invité a alguien —comenzó a explicar la rubia—, pero llegaron de sorpresa y arruinaron el momento; y, sobre el beso, supongo que Leobardo no se quiso ir sin nada, porque no pudimos seguir en lo que estábamos cuando ellas casi me hicieron berrinche por casi no acompañarlas a ver una película al cine.
—¿Leobardo? —preguntó el rubio, dejando de mirar el camino para ver el rostro de su hermana—. Te refieres al Leobardo que fue tu primer amor y que te rompió el corazón… Tella, ¿te sigues encontrando con ese tipo y te acuestas con él?
—Bueno —dijo la rubia tras lograr tragarse el grueso de saliva que se acumuló en su garganta cuando su hermano la miró tan mal—, cuando él me rompió el corazón, ni siquiera se enteró, y luego de eso, con ganas de no quedarme con las ganas, decidí aceptar su propuesta con algunos ligeros cambios.
—¿Qué cambios? —preguntó Chase más por instinto que por querer saber, porque a él solo le importaba la idiota razón por la que la tonta de su hermana se acostaba con el idiota más grande del siglo.
—Sin exclusividad —respondió Estrella, casi con amargura—, así podría disfrutar de la variedad.