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1024 Palabras
Astrea un tanto impaciente y desconcertada, puesto que algo le decía que fue un error haber aceptado la propuesta del Alfa Roland. La ansiedad hizo acto de presencia de manera inmediata, si no fuera porque con eso su madre iba a estar libre de George, no había la posibilidad de que hiciera algo como eso. Su humor cambió de golpe, al recordar como los oficiales de policía estaban dispuestos a llevársela como si fuera un paria. Aquello no pasaba en el mundo de los humanos, ellos al solo darse cuenta de que pertenecías al ejército tenían dos opciones. La número uno era acercarse y saludar con respeto, la numero dos era alejarse porque se sentían intimidados. En su caso no tenía idea del porqué, siempre era la última opción. Al menos no podía quejarse, el Alfa fue muy generoso a la hora de ofrecerle el paquete salarial. Todo por la vida de su insoportable cachorro, entornó los ojos. Aunque su instinto y su experiencia le decía que había algo turbio detrás de todo lo sucedido. De todas maneras le dejó claro que si Kael no se sentía a gusto trabajando con ella, pues de manera inmediata dejaría de trabajar para él. Negó con la cabeza porque no entendía si él tenía un Beta y un Gamma, ¿para qué la necesitaba? Tampoco sabia si ella iba a ser capaz de soportar sus desplantes, a pesar de que ya no era la chica débil y tonta que conoció desde la niñez. Todavía su cuerpo temblaba al recordar su rechazo, gruñó para espantar el sentimiento. Terminó de ponerse sus botas de combate, llevaba un pantalón cargo color n3gr0, una camiseta y chaqueta del mismo color. El cabello recogido en un moño, y sin una gota de maquillaje, salió a su nuevo lugar de trabajo. «Esto es temporal», comenzó a repetir en su cabeza como un mantra, mientras cerraba la puerta, se ponía sus lentes oscuros estilo aviador. Estaba pensando en que tenía que darle un poco más de seguridad a la casa, cuando de pronto alguien dijo su nombre. —¿Astrea? —Aunque la persona le hablaba desde un todoterreno, ella conocía perfectamente aquella voz. Se quedó inmóvil, y sintió como cada uno de los músculos de su cuerpo se tensaron. Al darse cuenta de que no respondía, la persona recién llegada se bajó del vehículo. —No estoy soñando, de verdad eres tú —inquirió todavía en su espalda. La voz de Clarissa tenía un toque de emoción, aquello no le gustó porque a pesar de que trató de pasar por desapercibida, ella la había reconocido. Los malos recuerdos de los últimos años en Silverpine, le llegaron a la cabeza. Astrea dio una respiración profunda y se dio la vuelta poco a poco. —Sí, Clarissa —contestó haciéndole una mueca—. Soy yo, ¿qué tal te ha ido? Astrea no estaba preparada para lo siguiente, por el hecho de que, sin darle tiempo a nada, su amiga de la infancia la abrazó fuertemente, poniendo su cuerpo más tenso. —No sabes cuanto te he extrañado —expresó entre sollozos. Ella no sabía qué hacer, ya que también lo había hecho. Eran amigas desde que tenía uso de razón, todo era perfecto hasta que cumplieron dieciséis años, y su hermano Wayne comenzó a molestarla con aquello de que nadie se fijaría en ella porque era un ratón de biblioteca. —Lo mismo —dijo ella y apenas le dio golpecitos en la espalda. —Te ves tan cambiada, aunque hermosa como siempre. Entornó los ojos, puesto que estaba cansada de lo mismo. Sus compañeros de equipo en el ejército no perdía oportunidad decirle en broma: “Miss Army” que más de una vez le hizo apretar los dientes. —También te ves linda —le dio una sonrisa ladeada. —No sabes como le he pedido a la diosa Luna que estuvieras aquí —Clarissa juntó las manos como si fuera una niña de cinco años. —¿Para qué? —Astrea quiso saber de inmediato, pero no dejaba de ser cautelosa. Su amiga de la infancia se puso las manos en la cintura, y negó con la cabeza. —¡Qué vergüenza! —chasqueó los dientes, con el dedo índice y estrechando los ojos, añadió: —Te olvidaste de nuestra promesa. ¿Cómo le explicaba que no tenía idea a que se refería? Se quitó los lentes de sol, se masajeó la sien, y fue su turno de ponerse una de sus manos en la cintura. —Lo siento, Clari —ella usó un tono suave, y su apelativo de niñas—. Pero la verdad es que no lo recuerdo, quizás porque nos hicimos muchas promesas —se encogió de hombros. —Tienes razón… —manifestó Clarissa un poco dubitativa—. Pero nos prometimos que cuando nos casáramos seríamos la madrina de bodas, una de la otra. «¡Mi3rd@!» Su amiga tenía razón, pero lo había olvidado por completo. Pero ella tenía que hacer un cambio de planes, porque ella no iba a estar mucho tiempo en la ciudad. —Supongo que tenías un reemplazo antes de que supieras que había vuelto, ¿no es así? —Sí, pero… —Clari… —se aclaró la garganta— Solo estoy de paso, en unos días me iré de nuevo… —Con más razón, Astrea… —la miró seria—. Tienes que cumplir la cabeza, y me conoces… No voy a aceptar un no por respuesta. No le quedó de otra, así que solo dio una larga respiración. —Está bien, cuando llegue hablaremos —miró en su muñeca su reloj militar—. Ahora mismo se me está haciendo tarde. —¿A dónde vas con tanta prisa? —Clarissa preguntó con curiosidad. —Es mi primer día de trabajo… —No te preocupes, yo te llevaré —su amiga de la infancia le guiñó un ojo y le sonrió de oreja a oreja. Astrea entornó los ojos, puesto que la conocía muy bien y estaba muy segura de que le iba a hacer cumplir su promesa.
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