LA DESAPARICIÓN DE BEATRIZ

1235 Palabras
CAP. 4 - LA DESAPARICIÓN DE BEATRIZ La historia debe enaltecerla a ella, porque no es solo una mujer fuerte, es una mujer que nunca ha permitido que el dolor la limite, sino que lo ha convertido en fuerza, en propósito. Mientras Miguel teje su red de manipulaciones, mientras sacude sus piezas para silenciar a Beatriz, Lidia mueve las suyas. No con violencia. No con rabia. Con inteligencia. Con estrategia. Sabe que, si enfrenta a Miguel abiertamente, puede poner a Beatriz en más riesgo. Así que empieza a trabajar desde las sombras, a indagar con más hondura, a encontrar la manera justa en que puede derribar la mentira de Miguel. Y cuando llegue el momento, cuando tenga la verdad en la mano, será ella quien exhiba todo. Beatriz ha peleado sola por demasiado tiempo, pero ahora tiene algo que antes no tenía: alguien que lucha por ella sin pedirle nada a cambio. Lidia planea desmontar el poder de su hermano, encontrar un punto débil en su manipulación, proteger a Beatriz sin asignar un camino que ella no quiere. Aquella noche en Mogna era fría, pero no por el tiempo. Era la tensión. Beatriz fumaba sin prisa, mirando a Lidia con esa expresión de alguien que ha decidido que no va a recibir favores, que ya se acostumbró a luchar sola. —No necesito que me protejas —dijo, soltando el humo con aire de provocación. Lidia no se inmutó. —No vine a salvarte. Vine a decirte que no estás sola. Beatriz soltó una risa seca, desgarrada, como quien ya no cree en esas palabras. —Siempre estuve sola. Desde que era niña. Desde que mamá hacía como que no pasaba nada. Desde que todos miraban hacia otro lado. Lidia sintió el golpe de esas palabras, la furia contenida en cada una. Porque Beatriz tenía razón. Miguel no se convirtió en monstruo de la nada. Siempre fue así. Y nadie hizo nada. —No puedo cambiar lo ocurrido —admitió Lidia, porque la mentira no tenía cabida en esta charla. Beatriz se inclinó hacia adelante, con los ojos ardorosos, con la voz temblando entre odio y dolor. —No. No podés. El silencio que siguió fue pesado, pero no embarazoso. Era la pausa de quienes saben que la veracidad punza más que cualquier grito. —Pero puedo estar aquí ahora —dijo Lidia, sin vacilaciones, sin promesas huecas. Beatriz la miró, y por primera vez, no hubo cólera en su expresión. Solo cansancio. Solo el agotamiento de una guerra demasiado larga. No respondió. Pero tampoco se incorporó para irse. Y en Mogna, esa simple decisión lo significaba todo. Beatriz y Lidia han tenido su primer diálogo honesto y atormentado, Aunque Beatriz, sigue manejándose sola, empieza a observar a Lidia de otra manera. No como a una enemiga, no como a alguien que intenta ampararla sin permiso, sino como una presencia que, por primera vez, no la abandona. Mientras tanto, Miguel continúa su juego sucio, manipulando más gente, preparando su próximo movimiento para silenciarla por siempre. El comisario sabe que el tiempo se acaba. La información que recibió del mozo no fue una advertencia cualquiera, fue una sentencia. Si no actúa ahora, Miguel hará desaparecer a su hija sin dejar pistas. Pero él no es un hombre de impulsos vacíos. Cada movimiento que ha hecho en su vida ha sido medido, cavilado, calculado. Excepto ahora. Porque esta vez, no hay margen para la pericia lenta. No hay espacio para el papeleo. Esta vez, tiene que avanzar. Sentado en su oficina, frente a su escritorio vacío, con el eco de las palabras del mozo apaleándole la mente. "Se van a deshacer de ella." Beatriz ni siquiera sabe que su vida pende de un hilo. Lidia está enfrentando a Miguel de otra manera, desmantelando su poder poco a poco. Pero esto no es una batalla política. Esto es una cuestión de vida o muerte. El comisario se pone de pie, con una decisión clara en su cabeza. No va a esperar órdenes. No va a seguir formalidades. Va a impedir que Miguel logre su cometido, aunque tenga que romper todas las reglas para hacerlo. El comisario cruza una línea que nunca imaginó cruzar, donde deja de ser solo un espectador y se convierte en alguien que está pronto a jugarse todo. La oficina del comisario estaba en penumbras cuando Beatriz ingresa. El aire pesado, la tensión palpitando en cada rincón. No era una cita común. No era un encuentro fortuito. Ramírez la esperaba detrás del escritorio, con la expresión firme de alguien que ha tomado una decisión difícil. —Si permaneces en Mogna, vas a desaparecer —soltó sin ambages, sin adornos, sin lugar para dudas. Beatriz no reaccionó de inmediato, solo expelió el humo del cigarrillo con una calma forzosa. —¿Me estás echando? El comisario no desvió la visual. —Te estoy dando una elección. O te vas a otra provincia, lejos de todo esto… o termino metiéndote presa perpetuamente. Beatriz soltó una risa desabrida, sin humor, como quien ya ha escuchado demasiadas amenazas en su vida. —¿Vas a protegerme en un claustro? —murmuró con sarcasmo. Pero él no respondió con palabras, sino con la dureza en su mirada. No era un ultimátum. Era una súplica disimulada de autoridad. Porque sabía lo que Miguel estaba ideando, sabía que si Beatriz no desaparecía ahora, sería él quien la haría desaparecer. —No me fuerces a hacerlo —dijo el comisario Su voz más baja, más destrozada. Beatriz entendió. Se quedó callada, el cigarro consumiéndose entre sus dedos, mirando el suelo con la expresión de quien sabe que ya no hay escapatoria fácil. Su padre estaba demasiado cerca. Y por primera vez en mucho tiempo, Beatriz sintió algo parecido al miedo. Habían unido esfuerzos, el comisario y su tía para conseguir recursos y que se movilice a Santiago del Estero, donde tiene más familia. La joven se acerca su tía, dispuesta a hablar. La confesión no llega como un grito, ni como un ruego. Llega como un susurro roto, como el peso de años abatiéndose sobre Beatriz, sin resistencia. Lidia la escucha, sin interrumpir, sin apurarla. Beatriz habla en imágenes, en escenas que quedaron grabadas en su memoria, en fragmentos de una noche que la desgarró. "La primera vez, la peor." Las palabras salen sin temblar, pero el dolor se siente en cada pausa, en cada espiración contenida. Describe el lugar, la sensación de no poder correr, la convicción de que no había elección. Y cuando termina, cuando ya no hay más detalles que delinear, baja la cabeza, con la voluntad reducida a polvo, con el cansancio encajado en cada músculo. —Me voy —dice, sin emoción, sin anhelo, solo con la resignación de quien sabe que ya peleó mucho. Lidia la mira, y por primera vez, no ve a la Beatriz provocadora, la que fuma para irritar a Miguel, la que se viste como ramera solo para exponerlo. Ve a la Beatriz cansada, la que ya no quiere seguir luchando, la que ha sufrido demasiado y solo quiere desaparecer. Y sabe que no debe detenerla. No puede decirle que se quede, que siga peleando, porque ¿qué queda cuando la guerra ha durado toda la vida? Así que no insiste. Solo asiente, con un dolor que no muestra, con una tristeza que nunca va a decir en voz alta. Beatriz se va.
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