La madre de la muchacha solloza inconsolable, aferrada al frágil cuerpo de su hija, mientras el padre permanece detrás, con los puños apretados y los ojos oscuros de impotencia. La señorita Rebeca trata de consolar a la mujer, susurrándole palabras tranquilizadoras mientras asegura que el médico no tardará. —No creí que fuera posible volver a verla —murmura el hombre, con la voz rota por la emoción. Su mirada, húmeda y fija en la joven, lo delata—. Es la primera chica que regresa. Lo observo con una mezcla de incredulidad y rabia contenida. Me cuesta comprender cómo esta gente puede sacrificar tanto por conservar un techo y un plato de comida, incluso a costa de sus propios hijos. Mi voz surge, seca y directa, sin detenerse a considerar las consecuencias. —Si todos sabían que era Polido

