—Creo que el día de hoy ha sido un buen augurio para Rebeca —digo, convencida tras haber captado, en más de una ocasión, el disimulado interés del señor Jaime hacia ella. Cada vez que la observa, una punzada de culpa me atraviesa el pecho. Fuí yo quien organizó el compromiso y quien alimentó por años las ilusiones de esa joven para con mi hijo. La veo interactuar con aquel diácono cuya vocación parece pender de un hilo cada vez más fino por la dulzura e inocencia de mi sobrina, pero estoy convencida de que así ese hombre abandonara el camino de la fé, el porvenir social de Rebeca sería mucho más prometedor al lado de su hermano el militar. —Eso espero, prima —dice Leticia mientras avanzamos por el pasillo—. Espero que no desperdicie esta nueva oportunidad. Últimamente, las actitudes de m

