Capitulo 5

1756 Palabras
Mitchell se despertó cuando agua tibia le salpicó la cara. "¡Rocen!" dijo una voz dura. Mitchell parpadeó y levantó las manos esposadas para limpiarse el líquido de la cara. Tenía tanta sed que casi se chupa el agua de las yemas de los dedos, pero se veían sucios y no se atrevía a hacerlo. Ya no se movían. Al mirar a su alrededor, vio que seguía en su jaula, en la parte trasera del carro. Le dolía aún más que antes, si es que eso era posible, pero el aire era un poco más fresco, aunque el sol no brillaba menos. La cabeza seguía doliéndole, pero no tanto como antes. Para colmo, sentía la garganta como si hubiera estado haciendo gárgaras con arena. La figura que lo dominaba con un cucharón vacío lo fulminó con la mirada. Era el mismo hombre que había golpeado a Allora al llegar a aquel lugar, pero Mitchell ahora lo veía mejor. Tenía el tamaño de un humano normal. Su armadura era una mezcla de correas negras y marrones, hebillas y retazos de cuero que debían ser mortales con ese calor, pero, a pesar de tener el rostro cubierto de sudor, parecía estar aguantando la situación bastante bien. Tenía una espada en la cadera izquierda y una daga en la derecha, y vestía pantalones de montar metidos en unas botas de cuero desgastadas. El hombre le dijo algo que Mitchell no pudo entender. Mitchell simplemente parpadeó y el hombre repitió lo mismo, esta vez un poco más enojado. Allora intervino entonces, diciéndole algo, y el hombre se burló de ella. Su carcelero miró entonces hacia la parte delantera del carro y dijo algo más incomprensible. En el silencio, Mitchell se giró para mirarla, con la cabeza ligeramente mareada. Ella volvió sus ojos violetas hacia él y se miraron fijamente durante un largo instante. Su piel pálida estaba surcada de sudor y mugre, tenía un ojo morado y la sangre le corría desde la nuca por la mandíbula, secándose en una línea oscura, pero seguía siendo hermosa. La inclinación de sus ojos aún le daba un aspecto un tanto extraño, pero creyó percibir una profunda tristeza en su expresión. Tras unos instantes, otro hombre apareció al final del carro. Se incorporó con facilidad y se situó junto al hombre del cucharón. Vestía un atuendo similar, espada incluida, y tenía el pelo largo y castaño recogido en una coleta. Fue entonces cuando Mitchell vio sus orejas. Eran puntiagudas y ligeramente inclinadas hacia atrás, y sus ojos eran de un azul plateado que, a pesar de las circunstancias, Mitchell encontró hermosos. Bajo la brillante luz del sol, las vetas plateadas de sus ojos casi brillaban. Tenía los hombros anchos y los brazos y las piernas musculosos. Se movía con seguridad, como alguien que sabía lo que hacía. Dijo algo y luego miró a Allora, quien le dio una respuesta seca. Mientras Mitchell lo miraba fijamente, extendió una mano y Mitchell vio entonces que llevaba un guante. Pero no un guante cualquiera. Tenía piedras preciosas del tamaño de una almendra incrustadas en el cuero del dorso de la mano, una justo detrás de cada nudillo. Mitchell vio un par de ellas brillar con una luz interior perceptible incluso a plena luz del día y sintió un cosquilleo en la piel. Entonces, el hombre de las orejas puntiagudas volvió a hablar. "¿Puedes entenderme ahora?" —Sí —graznó Mitchell—. Agua, por favor. Dios, sonaba patético, pensó. Pero eso era lo que más le preocupaba. Tenía los labios agrietados y, al extender la mano para tocarlos, sus dedos estaban empapados de sangre. "Dale un poco de agua." El otro hombre se acercó a un barril atado a la pared lateral del carro y sacó un poco de agua. El cucharón encajó fácilmente entre los barrotes de la jaula. Mitchell se inclinó y lo agarró, bebiéndolo con avidez. Era salobre y cálido, pero en ese momento era la vida misma. Gimió de alivio. "Dice que no eres de aquí. ¿Es correcto?" —Sí. Soy de... —empezó a decir Fénix, pero se dio cuenta de que probablemente no le diría nada. Si lo que Allora había dicho era cierto, ya ni siquiera estaba en la Tierra. Recordó entonces que ella había dicho que estaban en un reino diferente, fuera lo que fuese lo que eso significara—. Otro reino. Supongo que eras a quien ella fue a buscar. No salió muy bien, ¿verdad? "No." Incluso con el agua, seguía con la garganta irritada. Le dolía hablar. Desafortunadamente para ti, no pudimos llegar a ella antes de que te arrastrara. Ahora tu suerte está ligada a la de ella y, sinceramente, eso no te va a sentar nada bien. Mira, si me devuelves, me olvidaré de todo esto. No sé qué está pasando y cualquier problema que tengas con ella es asunto vuestro. No es asunto mío. El hombre le dedicó una sonrisa despiadada y meneó la cabeza de un lado a otro. Allora había hecho lo mismo durante la comida. ¿Cómo se había descontrolado tanto la situación desde su hamburguesa hacía tan poco? En el momento en que te encontró, sus problemas se convirtieron en tus problemas. Y ahora eres mi problema. No me gustan los problemas. El hombre llevó la mano a su espada. Parecía casual, pero Mitchell estaba seguro de que pretendía enfatizar su punto. Mi instinto habitual es apuñalar mis problemas hasta que dejen de serlo y luego dejarlos en una zanja en algún lugar. ¿Entiendes lo que quiero decir? Mitchell asintió. Se supone que debemos traerla con vida y, si llevaba a alguien con ella, también a esa persona. Lo viva que estés cuando lleguemos dependerá de cuánto problema representes para mí y mis hombres durante el viaje. Puede ser fácil o puede ser difícil. Si me sacas de quicio lo suficiente, te cortaré la garganta y dejaré que tu cuerpo se pudra, y luego me encargaré del castigo. Ella es a quien Milandris realmente quiere. Tú solo eres un extra. Tú y el cambion, claro está. Su carcelero señaló la jaula a la izquierda de Mitchell donde el demonio rojo permanecía inmóvil y sin hacer comentarios. Mitchell miró entonces a Allora y ella estaba mirando al hombretón, la rabia era evidente en cada línea de su rostro. -Y cuando lleguemos allí, ¿este Milandris me va a matar? El hombre se encogió de hombros. Ese gesto parecía ser universal, al menos. Probablemente. Pero eso no significa que tengas que sufrir mucho antes de morir. Sin embargo, si pones a prueba mi paciencia, me encargaré de que así sea. Puedo cortarte en pedazos sin que mueras y aun así cumplir al pie de la letra mis órdenes. Así que tú decides. Sé un buen humano y te dejaremos salir de la jaula por la noche para que duermas y te aseguraremos de que tengas suficiente agua y raciones para sobrevivir. Incluso puedo cubrir la carreta para evitar que el sol te queme durante el viaje diurno. Ahorraré el desgaste de mis gemas, ya que no tendré que curar las ampollas. Nos quedan varios días de viaje por el desierto antes de llegar al camino del sur y cruzar a Awenor. Si me complicas la vida o la de mis hombres, te atamos a la parte trasera y te arrastramos hasta que el sol te abrase la piel y la arena te despelleje como a una lana demasiado madura. Tú decides. Mitchell asintió. No sabía qué era una fruta lana, pero el significado estaba claro. Quería decir algo ingenioso o sarcástico, pero no se le ocurría nada. Ser un imbécil solo le traería daño. Mitchell no era violento, pero justo entonces deseó tener un arma. ¿Qué harían estos malditos medievales si sacara un AR-15? Nunca llevarías un cuchillo a un tiroteo, ¿verdad? —Entonces, ¿eres un problema, humano? —La voz del líder lo sacó de su fantasía de John Wick—. ¿O vas a obedecer y a venir sin problemas? —No hay problema —dijo Mitchell con la voz quebrada. El hombretón lo miró un buen rato y luego asintió al matón del cucharón. "Una vez que montes las tiendas, sácalas y encadenalas al bloque. Saldremos de nuevo unas cinco horas antes del amanecer." El líder se bajó del carro y desapareció de la vista de Mitchell. Aguador sacó otro cucharón del barril para el cambion, como lo había llamado el líder, y lo bebió sin decir nada. Luego, tapó el agua y continuó con sus tareas. Mientras esperaban, Allora le habló al cambion. Él no entendió lo que dijo, pero parecía enfadada. El demonio respondió con un tono hosco, y Allora respondió con algo que parecía una maldición. Después de eso, guardaron silencio. Era evidente que estaba enfadada con él, pero él no podía ni imaginarse por qué. Mitchell los ignoró a ambos, sabiendo que no había nada que pudiera decir que ninguno de los dos pudiera entender. Ellos, a su vez, no intentaron decirle nada. Había algún tipo de magia que podían usar para comunicarse con él si querían. Allora debió de haberla usado con él en Filmbar, ya que obviamente no hablaba inglés. Recordó la extraña conversación con Dane, el camarero. Mitchell pensó que se había portado como un imbécil en ese momento, pero ahora pensó que le debía una disculpa. Suponiendo que alguna vez volviera a casa, claro. Mientras Mitchell reflexionaba sobre la situación, llegó a la conclusión de que su magia debía de haber sido dirigida. La había usado contra él, pero solo le afectó a él y no a otras personas. Y dejó de funcionar cuando atacaron su casa. Si de verdad era su casa, pensó Mitchell. ¡Dios mío!, esto es un desastre. Mientras esperaba a que lo dejaran salir, se tomó el tiempo de examinar de nuevo sus esposas. Eran de piedra negra, y Mitchell pudo ver que no tenían costuras. Estaban unidas por una cadena corta de apenas veinte centímetros, con los eslabones de hierro fundidos en la piedra, sin mostrar indicios de costuras ni de haber sido trabajadas. Grabada en la piedra había una especie de forma geométrica. Mitchell desenterró un recuerdo de los libros de fantasía que leía en el instituto y pensó que tal vez eran runas. Había diseños similares en las puertas de la casa de Allora y otros muy complejos en el suelo del dormitorio principal que ella había usado para traerlo allí.
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