ALESSIA
Quiero matar a este cabrón. No, en serio, quiero matarlo. Mi zapato quedaría perfecto incrustado en su maldito ojo. ¿Cómo se atreve a cargarme como si fuera un saco de papas? Las emociones hierven en mi pecho: la rabia, el deseo, la confusión. Esta mañana despues de que el muy hijo de puta se fuera, llegué a clases, estaba excitada, pero también herida y rabiosa. Pensé toda la mañana en lo que habíamos. No me he perdonado por haberle sugerido que lo repitiéramos. ¿Qué clase de estúpida soy? ¿Qué carajo estaba pensando?
Decidí que era mejor que me hubiera dicho que no. Tengo un novio. Amo a mi novio. Entonces, ¿Qué mierda estoy haciendo comportándome como una zorra desesperada? Ya basta, pensé. Intenté borrar cada imagen de su cuerpo del mío, del calor que sentí cuando me tocó. Lo intenté, pero fallé miserablemente.
Así que decidí dejarle de dar tantas vueltas al asunto, mientras caminaba para la cafetería choqué con alguien y cuando levanté la mirada casi me voy de culo.
El hombre frente a mí parecía salido de una maldita portada de revista. Alto, con esos ojos ámbar que prácticamente devoran, piel bronceada que resalta cada músculo perfectamente esculpido. Cabello castaño desordenado de esa forma que grita “sexo casual”, y una argolla en la oreja que le da un toque aún más seductor. Mattias. Así dijo que se llamaba. Y para rematar, resulta que está en primer año, como yo. Y, sorpresa, también en mi misma clase.
En mi misma clase.
Me emocioné, porque soy bastante sociable, así que lo invité a reunirse con nosotros, lo que jamás pensé era que el troglodita iba aparecer y hacerme una escena. ¿Qué es lo que le pasa?
—¡Lucifer! —vuelvo a gritar para que me baje— estamos haciendo un papelón.
—Me importa una mierda — gruñe, su voz cargada de ese peligro que me vuelve loca— Te pedí que habláramos como gente civilizada, pero como la principessa es una terca de mierda, ahora tendrá que ser a las malas.
Su tono bajo y amenazante envuelve mi piel como un fuego, despertando en mí algo que odio admitir. Toda esa aura de chico malo, los tatuajes, el aro en labio, esos hermosos ojos grises, Lucifer le hace honor a su nombre. Es un ángel caído, uno que ha venido a la tierra para hacer pecar a cada mujer que se ponga en su camino, las envuelve y las hace creer que las lleva al cielo, cuando en realidad, solo las está haciendo quemar en su infierno.
—No tenemos nada de que hablar —le espeto, haciendo un esfuerzo por mantenerme firme, a pesar del caos en mi interior.
Me dejó muy en claro que no quería volver acostarse conmigo, ahora no entiendo sus arranques.
Un gruñido sale de su garganta, oscuro, amenazante. Lo siguiente que siento es una quemazón en mi piel, un escozor que se extiende por mi nalga. ¿Me acaba de azotar? No puedo creerlo. Esto tiene que ser una maldita broma.
—Ya te dije que tenemos algo de qué hablar —escupe entre dientes, su tono bajo y cargado de una furia que me atraviesa. Su mano vuelve a mi trasero, esta vez apretando con fuerza. Demasiada fuerza. Me ahogo en el calor que desprende.
La furia se mezcla con una atracción tóxica, innegable. Mi cuerpo traiciona cada parte de mi cerebro que grita que lo aleje. Pero no puedo. Él es caos puro, y yo, maldita sea, me estoy hundiendo en él. Cada fibra de mi ser quiere luchar, pero otra parte, la más oscura, la más secreta, no quiere que me suelte.
Le siento el marcado acento italiano. Yo casi no lo tengo, me fui hace muchos años cuando todavía era muy pequeña.
Nos perdemos entre los jardines del campus. No sé a dónde diablos me lleva. Mientras él iba como un jodido cavernícola conmigo en su hombre, todos los demás nos miraban, y yo solo quería que la tierra me tragara y me escupiera en Timbuktú.
Mis nervios están al borde de la explosión, y el muy cabrón ni siquiera se inmuta. Quiero matarlo, quiero gritarle que me suelte, pero al mismo tiempo, siento cómo mi cuerpo, traidor, responde a su presencia dominante.
Caminamos entre los jardines del campus, alejándonos cada vez más del bullicio de la gente. Mi mente está a mil, entre la vergüenza de ser vista así y la rabia que bulle en mi pecho. Cuando finalmente me deja en el suelo, en un rincón escondido y olvidado, siento el impacto de su proximidad como una descarga eléctrica recorriendo cada fibra de mi ser. Mi respiración está desbocada, y mi entrepierna... bueno, lo que sucede allí me avergüenza.
Mis ojos se encuentran con lo él. El gris se ha perdido en el n***o de sus pupilas, realmente el color de sus ojos me mata, son hermosos, son un perfecto caos, uno en el que a cualquiera le gustaría destruirse.
—¿Qué es lo que quieres, Lucifer? —le espeto, intentando mantener la compostura mientras coloco las manos en mis caderas, tratando de ignorar el calor que empieza a acumularse en mi centro.
Lucifer camina hacia mí, como un depredador que ha atrapado a su presa y necesita acorralarla. Mis pies se mueven en automático dando un paso hacia atrás, el aire se sale de mis pulmones al ver como el deseo, la lujuria y algo mas se dibuja en esos hermosos ojos. El pecho me sube y me baja, tengo que morderme el labio para no dejar salir un gemido.
—Manos a la pared, principessa —ordena con una voz que me envuelve en un manto de lujuria.
Sacudo la cabeza, mi orgullo luchando por mantenerse erguido. Dijo que no repita mujer, y ahora soy yo la que no quiere repetir. Las cosas no son cuando a él le dé la jodida gana.
—¿No? —arquea una ceja.
—No —digo con firmeza, aunque mis piernas empiezan a traicionarme.
—Manos. A. La. Pared— —Manos. A. La. Pared. —Repite lentamente, su tono más grave y cargado de una promesa oscura. Cada palabra es un látigo que azota mi resistencia.— no me hagas repetirlo, pelirroja.
Levanto el mentón. Lucifer maldice en italiano. En un abrir y cerrar de ojos, está sobre mí, girándome bruscamente y empujando mis manos contra la fría superficie de la pared. Siento su dureza presionando mi trasero, el peso de su cuerpo aplastando el mío, dominándome por completo. Su rodilla se abre paso entre mis piernas, forzándome a separarlas. Con la mano que tiene libre me alza el culo.
—Cuando yo te doy una orden, la cumples —gruñe en mi oído, su aliento caliente rozando mi cuello, haciéndome estremecer.
—No eres nadie para darme órdenes, Lucifer —escupo con toda la indignación que puedo reunir, aunque mi voz sale más temblorosa de lo que quisiera.
Intento moverme, pero no puedo, siento su dureza en mi culo. Lucifer no es como los otros chicos con los que he estado, es mas grande, mas grueso y mas largo. Trago saliva, intentando calmar el nudo en mi garganta, pero mi cuerpo ya ha cedido. Mi humedad me delata.
—¿No soy nadie? —su risa es baja y arrogante— Eso está por verse.
—No quiero volver a follar contigo —intento alejarlo, empujarlo, pero su cuerpo se pega mas a mí.
Joder estoy demasiado mojada que me avergüenzo. Mi cuerpo es un maldito traidor porque responde a él. Con una mano, me obliga a permanecer contra la pared, mientras la otra viaja hasta mi entrepierna. En un movimiento brusco, rompe mis bragas y desliza sus dedos entre mis pliegues empapados. La sensación es tan intensa que un gemido escapa de mis labios antes de que pueda detenerlo.
—Creo que tu cuerpo no está de acuerdo con eso que acabas decir — murmura con una mezcla de burla y lujuria — joder, principessa, mira lo húmeda que estas. Me estas bañando los dedos. Mi polla entraría fácilmente en tu apretado coño.
Sus guarradas solo me excitan más. Me muerdo el labio para no gemir, sus dedos comienzan a masajear mi montículo de carne, hace círculos, masajea y pellizca. Lucifer sabe como complacer a una mujer, sabe donde tocar, como volverte loca con solo sus dedos. Mi respiración se vuelve errática mientras siento cómo el calor se acumula en mi bajo vientre. Mi cuerpo traidor se arquea hacia él, buscando más.
Con cada toque me humedezco más. La mano que tenía aprisionadas mis manos ahora toma mi mentón y me obliga a mirarlo.
—Vamos a follar cada vez que yo quiera — dice, su voz es un susurro ronco que se clava en mi alma— cada vez que a mi me dé la jodida gana voy a follar este apretado coño. Voy a hacerte gritar mi nombre mientras te follo, y no habrá nada que puedas hacer para evitarlo.
—¿Qué te da el derecho de decidir eso? —respondo entre jadeos, mi resistencia cayendo, pero todavía aferrándome a mi orgullo.
—No tengo que pedir permiso de nada — su sonrisa es cruel y confiada— nena yo siempre obtengo lo que quiero y cuando lo quiero. Es mejor que te grabes eso en esa hermosa cabecita.
Intento recordarme que tengo un novio, que esto está mal. Pero cuando introduce otro dedo en mí, profundizando, el placer me nubla la mente. Nunca, jamás, nadie me ha hecho sentir como él lo hace.
—Tengo novio —jadeo, como si eso fuera a detenerlo.
No sé que diablos me está haciendo, pero siento que cada vez me humedezco más, sabe dónde tocar, y para ser cierta nunca he tenido orgasmos tan placenteros como los que me ha dado Lucifer.
—Me importa una mierda el cornudo de tu noviecito —responde sin dudar, lamiendo el borde de mi labio inferior— él puede tenerte, darte el amor, el cariño y la atención que todas las mujeres buscan. Mientras, yo seré el que te daré la diversión, la pasión y orgasmos que todas las mujeres desean.
Sus labios se estrellan con los míos. Lucifer no es de besos tranquilos, románticos, tiernos. No, los besos de él te consumen, te hacen perder la cordura, y desear quemarte y hacerte cenizas en su infierno. Comienza a follarme con los dedos, mientras su lengua juega con la mía, el beso va cargado de pasión, de lascivia, de deseo, es salvaje, bestial. Me va a destruir y, aun así, yo estoy dispuesta a dejarlo.
Sus dedos me penetran con brusquedad, el dolor y el placer se mezclando en un coctel que te vuelve adicta. Siento como mi cuerpo se tensa, como espasmos se forman en mi vientre.
—Lucifer —gimo con la voz entre cortada.
—Eso es pelirroja —gruñe— ese es el único nombre que te brinda todo el placer que tu cuerpo desea.
—Joder —gimo mas fuerte.
Me esta destruyendo, sus dedos están acabando conmigo. Siento que no puedo más, y exploto. La vista se me nubla, no me bajo del primer orgasmo. Me gira con brusquedad, mi espalda choca contra la pared, y antes de que pueda procesarlo, se arrodilla frente a mí. Me toma de una pierna y la coloca sobre su hombro, su lengua se hunde en mi centro con una brutalidad que me arranca un gemido. Su lengua ataca mi coño, mordisquea, chupa y lame, y yo ya estoy viendo estrellas.
—¡Oh, Dios! —jadeo, incapaz de detenerme.
Siento como su lengua me penetra, como juega con mi clítoris. Como su boca lame y chupa. Luego siento como introduce un dedo, y mientras su boca juega con mi clítoris, sus dedos vuelven a follarme, no me da tregua, no me da descanso.
—¡Joder, sabes al maldito cielo! —gruñe, su voz ronca envuelta en deseo— Uno al que hace mucho me expulsaron... y no me dejarán volver.
El tono oscuro de su confesión me embriaga, pero no me da tregua. Introduce otro dedo y siento cómo me folla con una intensidad salvaje, mientras su boca no abandona mi clítoris. Estoy al borde de otro orgasmo, y el placer es tan desbordante que siento que no puedo más. Sus labios vuelven a atacar mi centro, siento como otro orgasmo se va formando en mi cuerpo.
—Eso es pelirroja —ronronea con voz baja, peligrosamente autoritaria— dame otro orgasmo.
—No puedo... —gimo, mi cuerpo retorciéndose bajo su control.
—Sí puedes, principessa. Dame uno más —ordena, y su tono no deja lugar a dudas.
Su lengua vuelve a deslizarse, sus dedos aceleran las embestidas y siento que me estoy rompiendo por dentro. Mi respiración se vuelve entrecortada, y cuando explota una vez más, es como si él tomara cada fragmento de mí para sí mismo. Me quedo jadeando, vulnerable, mientras él se levanta lentamente, su rostro empapado en mi placer. Me sonrojo al verlo así, nunca había llegado de este modo.
—Manos a la pared, otra vez —dice con una sonrisa oscura.
—¿Qué? No... no puedo... —protesto, mi cuerpo agotado por la intensidad de los orgasmos.
—Ahora, principessa —gruñe más fuerte, su paciencia desaparecida.— manos a la pared.
Como ve que no me muevo gruñe, me agarra por la cintura y me gira con brusquedad, abriendo mis piernas con su pie, mostrándome su control absoluto. Oigo el sonido de su cremallera y, sin previo aviso, me penetra de un solo empujón. Grito, el placer mezclado con un dolor profundo, desgarrador.
—Joder… —gime, su voz llena de un placer casi demente— el puto paraíso... Mi propio paraíso personal. Uno que no voy a soltar.
—¡¡Lucifer! —grito entre jadeos, mis uñas arañando la pared mientras él me folla con una ferocidad salvaje.
Me está follando como un animal, sus empellones son salvajes, fuertes, rápidos, nuestras carnes chocas.
—Eso es, nena —jadea con malicia— grita mas fuerte. Que todo el maldito mundo sepa que soy el único que te hace gritar de esa manera. Que soy yo quien te toma y te rompe.
—¡Oh! —no puedo pronunciar palabra.
Mi mente está borrosa, perdida en la espiral de placer y dolor.
—Me he robado el cielo —gruñe, acelerando sus movimientos— y no lo pienso devolver.
Acelera sus embestidas, sus manos viajan a mis caderas y las aprieta con fuerza. Me está lastimando, pero es un dolor placentero, uno que estoy disfrutando. Uno que me está haciendo ver las estrellas, no sé como justificaré los morados que sus dedos van a dejarme a mi novio, pero en eso pienso después. Ahora solo quiero disfrutar.
—Joder, principessa, tu coño está estrangulando mi polla —gime, su voz grave y llena de lujuria.
Una de sus manos se posa en mi cuello y comienza a cortarme el paso de aire, cuando siento que la vista se me nubla y eso me permite tomar aire, pero no por mucho, mientras él me folla como un poseso, su mano me corta el paso del aire y la sensación es demasiado placentera.
—No aguanto más —jadeo, sintiendo que mi cuerpo está al borde de otra explosión.
—Te vas a correr cuando yo lo digo —gruñe, y siento el poder absoluto en su voz.
—¡No seas un hijo de puta! —grito desesperada.
Lucifer solo se burla y me da mas rápido, mas fuerte. Maldición me va a partir en dos.
—Sto dissacrando il cielo e non me ne pento —gime— cazzo e non sai quanto mi sto divertendo.
Escucharlo hablar en italiano solo hace que me humedezca más, nuestras carnes chocan tan fuerte.
—No aguanto mas —gimo desesperada buscando la liberación.
—Vente para este diablo, principessa —mi cuerpo se rinde. El orgasmo me golpea con una fuerza devastadora, y él sigue empujando, llevándome aún más allá.
Y como si mi cuerpo hubiera estado esperando esa solo orden explota. Lo siento gruñir, maldecir y sé que también se ha corrido. Si cabeza cae en mi hombro. ambos necesitamos aire. Nos quedamos así un rato y cuando nuestras respiraciones están calmadas sale de mí, es estúpido, pero siento el vacío que deja.
Me giro e intento buscar mis bragas.
—¡Dámelas! —ordeno cuando no las veo.
—¿Qué te doy? —pregunta con el ceño fruncido, su tono burlón.
——¡No te hagas el imbécil! Dame mis bragas.—siento como su semen se escurre por mis piernas.
—No sé de qué me hablas —se burla— la follada te ha dejado loca.
—¡No seas un hijo de perra! —grito, mi frustración ardiendo dentro de mí.
—Nena, eso ya lo sabemos. No es nada nuevo —dice con una sonrisa arrogante, acercándose— y esas bragas ahora son mías. Son el pago de los tres orgasmos que te acabo de dar.
—¡No puedo ir por ahí sin bragas! —chillo.
Toma mi mentón con sus dedos, el azul de mis ojos choca con el gris de los suyos.
—No solo vas a ir por ahí sin bragas —susurra con una sonrisa cruel— Vas a caminar por ahí con mi corrida chorreándote por las piernas. Vas a ir por ahí, oliendo a mí, y cuando tu noviecito llegue por ti, lo vas a besar, sabiendo que he sido yo el que hace solo unos minutos atrás te ha hecho venir y que es mi corrida la que está pegada a tu coño.
—Maldito... —susurro, llena de rabia y humillación.
—Ya te dije que lo sé —me suelta con brusquedad— ahora largo. Regresa a tu vida de principessa y con tu novio el cornudo.
—No volverás a tocarme —le advierto con rabia.
Lucifer solo arquea una ceja y una sonrisa ladeada se le dibuja en esos labios carnosos.
—Eso no lo decides tu nena, voy a volver a enterrarme en ti. Cada vez que se me dé la jodida gana —dice en tono arrogante— y no solo en ti… Si no en todas las mujeres que se me dé la puta gana.
—¿Cómo…? —no puedo creer lo que estoy escuchando.
—¿Creíste que seriamos exclusivos? —dice serio— no nena, yo no me amarro a nadie, ni aun cuando ella tiene le coño más exquisito que me he follado.
Le doy una bofetada y él se queda pasmado, me mira con odio, pero yo simplemente me cansé de sus estupideces. Así que me largo.
No va a volver a follarme.