Zanoah sonrió al vernos entrar al comedor. Se levantó, caminó hacia mí y me abrazó. Olía tan dulce, como a vainilla, y de repente empecé a desear un pastel de vainilla.
—¿Cómo estás, cariño? —Probablemente era la única persona normal en esa familia.
Le devolví la sonrisa.
—Estoy bien. ¿Y tú?
—Agotada. Mi hijo, Ethan, acaba de cumplir años y todo ha sido un caos desde que aprendió a caminar, incluso con todas las niñeras —colocó suavemente una mano en mi vientre—. Entenderás lo que digo cuando nazca tu bebé.
Solté una risita.
—¿Eso es algo bueno o malo?
—Bueno, supongo. Te hace sonreír verlos jugar. Es la alegría de ser madre —miró a su esposo—. Pavel y yo estamos intentando tener otro bebé.
—Eh. Podríamos vivir sin saber eso —gritó Doriav con un trozo de pollo en la boca.
—Qué pen
