Después de abrir los ojos, deseé no haberlo hecho. No importaba que yaciera sobre suaves y familiares sábanas negras o que mirara un techo tan alto. Sabía que no me había despertado de un sueño. Un segundo, bromeábamos sobre apuntar directamente al inodoro y cómo papá estaría súper orgulloso de ellos, y al siguiente, escuchamos los disparos. El miedo en sus rostros fue instantáneo. Intenté mantenerlos lo más callados posible, los llevé a uno de los cubículos y lo cerré con llave. Lo que pasó era real. Los hombres altos, los trajes oscuros, los rifles. Todo era real, y también los gritos —los suyos y los míos. —¡Mamá! —Las lágrimas corrían por sus caras, y se agitaban entre los brazos del hombre, luchando por liberarse y llegar hasta mí. Pero los dejé caer—. ¡Mamá! —¡Chris! —¡No dejes q

