Desperté con el aroma suave del café flotando en el aire. La chimenea ya se había apagado, pero el calor persistía en el ambiente, como un eco cálido de la noche anterior. Pavel dormía profundamente aún, su rostro relajado, sin la tensión habitual que endurecía su expresión. Por un instante, me pareció alguien distinto. Casi… común. Como si toda su historia de violencia pudiera haberse borrado por una noche, por una promesa. Me levanté en silencio, descalza, con una manta sobre los hombros. Fui a la cocina, serví una taza de café y me senté junto a la ventana. La ciudad comenzaba a despertar allá afuera, con sus sonidos lejanos, sus motores, sus urgencias. Pero dentro de mí, todo era pausa. Mi vientre se curvaba bajo la bata, una curva sagrada que no había pedido, pero que ahora me perte

