Era muy posible que, si seguía mirando estos documentos, me quedara ciega. Las palabras empezaban a mezclarse y bostecé tan fuerte que me crujió la mandíbula. Pero no podía estar tan molesta, ¿verdad? Había ganado el caso. Esto era solo la resaca, el papeleo necesario para asegurarme de que todo estuviera en orden.
Me recosté en la silla para estirarme, y esta crujió ruidosamente bajo mi peso. Claramente estaba tan desgastada como yo. Hice ese ejercicio absurdo de reenfocar la vista que había leído en algún lugar hace años, el que decía que debías mirar algo a seis metros de distancia cada veinte minutos durante veinte segundos.
O al menos eso creía que decía. ¿Quién sabe?
La pequeña oficina se sentía sofocante y pesada. El espacio reducido y los colores oscuros parecían presionarme. Ha
