13- No puedo dejar que crucemos la linea.

1448 Palabras
Libby Me dirijo al ascensor, encajada entre un hombre con un traje de tres piezas que huele como si le hubieran vaciado un mostrador entero de colonia en la cabeza, y una mujer con pantalones de vestir, una camisa abotonada y un maletín. —¿Top Secreet? — le pregunto señalando el maletín con la cabeza. Me devuelve la mirada, sin rastro de humor en sus ojos. —No— De acuerdo. Me giro hacia el panel de botones e intento ignorar el aliento del tipo. Huele a cebolla y… ¿Whisky? Entrecierro los ojos ante su reflejo en las puertas, intentando determinar si está borracho a las diez de la mañana en un día laborable. Difícil de decir. Tiene los ojos rojos, pero solo mira con furia el panel del ascensor, cambiando de peso impacientemente de un lado a otro. Cuando finalmente llegamos al último piso, me da un codazo y la otra mujer en su prisa por bajarse. Frunzo el ceño mirando su trasero. Ves, por eso odio los trajes. Este es un buen plan. Veré a Emmett como un imbécil igual que él, y listo. Crisis de libido curada. Sigo a la mujer fuera del ascensor y me detengo en un escritorio de recepción vacío situado justo enfrente de los ascensores. Unos bolígrafos esparcidos por el escritorio, junto con una taza de algo, pero no hay recepcionista a la vista. El pobre hombre probablemente se escabulló para ir al baño justo en el momento en que la esposa del jefe entró. Debería esperar, sin duda. Pero un paseo por la oficina sin anunciar será mas informativo ¿verdad? Me abro paso entre pasillos de escritorios. Dondequiera que voy, más trajes. Hombres y mujeres, todos ellos afanándose o charlando en pequeños grupos con ceños fruncidos y rostros serios. Aburrido. Al pasar por la sala de descanso, veo la mayor cantidad de señales de vida. un puñado de personas charlando e incluso sonriendo, mientras esperan que se prepare el café. Pero incluso allí, todos parecen tensos y se apresuran a sus cubículos en poco tiempo. Algunos me lanzan miradas curiosas. Pero si alguien se pregunta que hace una mujer que nunca antes han visto, mientras deambula con un traje de falda nuevo tremendamente sexy, nadie me pregunta nada. Nadie se presentó ni me saludó. Es suficiente para hacerme preguntarme si alguien se conoce aquí. Me acerco al otro extremo de la oficina. En lugar de cubículos, aquí hay oficinas, y cada una con solidas puertas de madera y ruidos de actividad al otro lado. Me dirijo directamente a la gran oficina de la esquina; seguramente Emmett tiene la esquina. Pero cuando llego allí, veo el nombre de otra Sterling grabado en la placa. Sofia Sterling. Y su gran puerta de madera, a diferencia del resto, está entreabierta. A través de ella, alcanzo a ver un rápido destello de cabello gris recogido en un moño de acero, unos ojos penetrantes tras unas gafas de ojo de gato. Está en una reunión, hablando con alguien en voz baja. Pero su mirada se desvía y me pilla mirándola. Me doy la vuelta rápidamente, con el corazón latiendo a mil. La abuela. Es a ella a quién tenemos que engañar. Pero no estoy ni mucho menos preparada, no estoy preparada para esta batalla en absoluto, y si me ven a qui afuera… Prácticamente corre de vuelta por la habitación, mirando por encima del hombro para comprobar si me persiguen. Estoy en medio de eso cuando choco contra algo alto y sólido. Alguien alto y sólido, que me agarra de los hombros con un agarre familiar y firme. —Libby— Me giro para mirar a Emmett y…mierda. Se me revuelve el estómago. Todos los demás que he visto en este piso parecen ocupados, importantes, antipáticos. Incluso sin alma. Pero Emmett Sterling en su territorio es una visión para la que no estaba preparada. Si pensaba que la camisa y los pantalones de vestir que llevaba a casa de sus padres eran elegantes, no tenía ni idea. Ahora lleva un traje n***o azabache, planchado a la perfección, la camisa abotonada hasta la base de la nuez, ceñida con una corbata de un color verde esmeralda intenso que resalta pequeñas motas doradas en sus ojos, motas que nunca había notado. Es más que la ropa. Hay una presencia en él, que emana de él. —¿Qué haces aquí? — pregunta, soltándome. Giro la mejilla solo para apartar la mirada de él, solo para evitar hacer algo increíblemente estupido, como sugerir que entremos a una de las oficinas vacías cercanas y hablemos de esto en un escritorio despejado. Preferiblemente uno sobre el que me acaba de inclinar. Todos los demás parecen sentir la misma energía que yo. Observo a los subordinados zigzaguear a nuestro alrededor o detenerse a mitad de paso, embelesados por Emmett o por mí, o simplemente preguntándose quien soy, tal vez. —¿A caso una esposa no puede pasar a traerle a su marido su almuerzo favorito? — pregunto. Meto la mano en mi bolso y saco la bolsa por la que hice que Norm se detuviera en el camino. Comida para llevar de un lugar de comida chatarra barato. Dedos de pollo con mostaza y miel. Había planeado hacerlo reír. Tal vez molestarlo tambien, en el proceso. Pero ahora… siento un pequeño vuelco complicado en el estómago cuando acepta la bolsa sin mirar adentro, sus dedos rozando los míos. —No tenías que venir hasta aquí— dice, con una voz que sugiere algo diferente. Curiosidad tal vez. ¿O…esperanza? —Pero gracias— Enderezo los hombros. —Tonterías. Además, ¡Estaba de camino! — El arquea una ceja. Después de todo, ya casi vivimos al otro extremo de manhattan. —¿De camino a dónde? — A… ¡Brooklyn! Quede con unos amigos— Me aclaro la garganta y me alejo un paso de él. El aire fresco llena mis pulmones, como si hubiera estado conteniendo la respiración todo este tiempo sin darme cuenta. mierda, mierda, mierda. Esto está saliendo completamente mal. Busco algo que lo haga enojar ya. —Por cierto, ¿Cuál de estas trampas mortales es la tuya? Me perdí tratando de encontrarla— Paso el pulgar por la pared de oficinas. Pero entonces…Emmett señala hacia los ascensores. Hacia una fila de cubículos en la parte más ruidosa y menos deseable del piso. —En realidad, me siento allí. Me gusta estar en medio de las cosas. Me hace sentir más conectado con todos y hace que mis empleados se sientas menos incomodos al acercarse a pedirme cosas que puedan necesitar— Por supuesto, es un jefe igualitario. No podría ser el típico imbécil que hace llorar a sus secretarias. —Eso es…igualitario, de tu parte— Se ríe. —Lo intento— Luego da un paso más cerca. Baja su voz, solo para mí. —Podría encontrar una oficina libre, si tienes algo más en mente…— El calor sube por el cuello, hasta las mejillas. Ahora sí que hemos atraído a una multitud. La gente se queda cerca de las puertas de las oficinas y las sillas de los cubículos de otros compañeros, solo con la excusa de mirarnos a los dos. Mas de uno mira mi mano izquierda, y aprieto los dedos, cohibida por el anillo por primera vez desde que me lo puse. No, yo…— Piensa en una respuesta ingeniosa. Descártalo>>. Pero no puedo. Porque lo que dijo se parece demasiado a lo que estoy pensando. Yo, Emmett y una puerta cerrada. Nuestra fantasía de ambos, trajes tirados por el suelo. El separando mis muslos y deslizando esos dedos gruesos y fuertes por el interior de mis muslos, hasta que me arranca las bragas, acariciando la mancha húmeda que ya siento formarse entre mis labios… —Debería irme— logro decir. Mi respiración tiembla al exhalar. —Si eso es lo que quieres— El bastardo sabe que no. Emmett se pasa la mano por el pelo. Hace que su camisa se tense sobre su estómago y pectorales, y su brazo derecho se tensa por el movimiento. Oh, Dios. Pero no lo hará. No puedo dejar que crucemos la línea. —Solo llego tarde, eso es todo. ¡Nos vemos a casa, cariño! — Extiende la mano, tal vez para abrazarme, no lo sé. Esquivo el movimiento y le doy una palmadita en el hombro, como se le da a un amigo, a un conocido. Una señal para él y para mí de que esto termina aquí. Luego regreso al ascensor, con la cabeza en alto, y trato de fingir que esto no fue un completo fracaso.
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