Laura insiste y yo lo pienso

1269 Palabras
Laura insiste y yo lo pienso. Alguien debió advertirme que la insistencia de las mujeres colombianas cuando un hombre le atrae se convierte en obsesión si el objetivo se torna difícil. Así sucedió con Laura… A pesar de haber ignorado sus mensajes, pronto encontró la manera de acercarse. No podía tener aliadas más perfectas que las mellizas. A la hora de salida ellas sabían que tenían que estar puntuales a las once y cuarenta y cinco en el lugar donde las recogía, el trancón que se organizaba diez minutos después era fatal. Empecé a acercarme hasta el lugar de encuentro repitiendo mi mantra para el dinero —“Om Vasudhare svaja” —Debía contabilizar mentalmente las veces que lo pronunciaba, que debían ser exactamente ciento cuatro veces. Vi a mis chicas, pero estaban acompañadas de la Maestra Laura. Ellas sabían que los días jueves repetía ese mantra, así que era el único día que se subían al auto y no hablaban hasta que yo terminara con mi objetivo. Detuve el auto y Leah abrió la puerta, su hermana se subió y enseguida la maestra. Entonces interrogué a Ava con la mirada a través del retrovisor y ella encogió los hombros. Leah cerró la puerta y se ubicó en el puesto del copiloto, puso su cinturón de seguridad y me enseñó su pulgar. Inicié la marcha, pero entonces tuve una confusión mental y dudé si había hecho el mantra sesenta y ocho o setenta y ocho. —¡Maldición! —dije y le di un golpe en seco al volante. Recordé que llevaba a la maestra y me disculpé —Lo siento, ¿Cómo está maestra? Intentaba repetir mi lema sagrado, pero tuve una confusión. Tendré que volver a empezar de nuevo el conteo. ¿Cuénteme para donde te llevo? —Era de suponerse que quería un aventón hasta su casa. —Muchas gracias, las niñas se ofrecieron a llevarme hasta mi casa, hoy mi auto tiene pico y placa, así que tuve que recurrir al transporte público. —mencionó y era entendible. El transporte público justo en horas pico era desesperante. —No tengo ningún problema en llevarte. ¿Cómo les fue niñas? ¿Qué tal la evaluación de sociales? Me saludaron y empezaron a contar sus anécdotas. —Tío, podrías darte prisa, me tomé una malta, una banana y un yogur, estoy a punto de explotar. —dijo Leah y me causó pánico. —¿Qué hacemos nos detenemos en algún local para pedir un baño? —Las conocía y por eso me gustaba pedir su opinión. —No puedo hacer nada en lugares extraños. ¡Por favor, tío! —Sobaba su pancita y tenía la frente húmeda. De verdad se estaba sintiendo mal. —Pero dejamos a la maestra primero y luego a casa. —propuso, pero ambas respondieron a coro —¡No! —Las interrogué con la mirada. —Tío no va a aguantar… —se quejó Ava. —¿No hay problema con usted, maestra? —De pronto ella también llevaba afán. —Ninguno, primero el bienestar de mis pequeñas. —Un olor terrible se dispersó en el auto y hasta yo me sonrojé. —¡Tío la ventana! Salve el alma muchacha porque el cuerpo ya lo tienes perdido. —dijo Ava sonriendo. Me apresuré porque no quería semejante desgracia en mi auto. Apenas estuve en la entrada de nuestro hogar, ellas se bajaron y corrieron en dirección a la casa. —¡Qué valientes son mis pequeñas! Espero que llegue a tiempo. —susurré y volteé mi rostro buscando el rostro de ella. —¿Quieres ponerte de copiloto? —Me daba vergüenza llevarla atrás sola y sin atención. —Bueno, me parece bien. Así le veo el rostro cuando le pregunté ¿Por qué no me respondió los mensajes? —Me incomodo su sinceridad, pero debía responder. —Bueno, terminé cansado ese día y me dormí pensando que responderte, ya después me dio vergüenza. —No era del todo cierto, pero era lo más educado que se me ocurría. —Bueno, es entendible. ¿Hoy estás ocupado? —Lo reflexioné por unos minutos y me imaginé que quería ir a almorzar, pues la verdad debía devolverle el detalle que había tenido conmigo. —Puedo sacar un tiempito. ¿Almorzamos juntos? —La miré y elevó uno de sus hombros hasta su mejilla. —Pues no era eso lo que quería pedirte, pero ya es hora de almorzar y me parece rico. —Bueno, si eso no era lo que necesitaba, ¿Qué sería? —Ya me están pidiendo el apartamento donde estoy viviendo y debo mudarme, quería que me acompañaras a ver dos opciones si tenías tiempo. ¡Claro, solo si no se te complica! —Me conmovió y pues mis actividades podían esperar un poco. Si me estaba pidiendo ayuda era porque no tenía en quien más confiar. —Si, te acompaño. Igual y tampoco es que nos tardemos una eternidad viendo dos apartamentos. Vamos a un restaurante Italianísimo, que es mi preferido. ¡Sirven unas pastas de otros mundos! —Aflojé un poco mi corbata, saqué mis gafas de sol y me dispuse a disfrutar el momento. La maestra tenía unos bonitos ojos que resaltaba con su delineado. Aunque su trabajo debía ser agotador, tenía el rostro sudado. Saqué un clínex de la cajita y se lo entregué para que secara las gotas de sudor. Se apenó un poco, pero le dije que le restara importancia. Estacioné el auto y me apresuré para abrirle la puerta y ayudarla a bajar. La caballerosidad siempre estaba presente conmigo. Ella se adelantó mientras yo dejaba asegurado el auto. Cuando ingresé ya la habían ubicado en un lugar bastante fresco. Solía frecuentar el sitio y me atendían con preferencia. —¡De verdad es una belleza este lugar! Gracias por la invitación. —Sonreí por su gratitud, pagué la cuenta y nos marchamos a la dirección que le habían proporcionado para rentar. La primera opción no estaba mal, pero le quedaba muy lejos para trasladarse a su trabajo. Pero de la segunda opción me enamoré de las escaleras. Bueno de las vistas que dejaban más escaleras. Ella subió delante de mí y a medida que avanzaba las piernas se hacían más largas, eran delgadas pero bien bronceadas. Y si seguía subiendo la mirada, ese trasero firme desde esa posición se veía perfecto. Una grada más y me enseñó su ropa interior. Me di la vuelta e intenté disimular que la había escaneado completita. Al final ella se decidió por el primero por cuestiones de economía. Una vez que firmó unos documentos, estuvo lista para llevarla a su casa. —¡Gracias por la ayuda! Me facilitaste el trabajo. No sé con qué pagarte, aunque si tengo como. —Se miró sus senos descaradamente y soltó un leve gemido. «Tamany contrólate que es la maestra de tus niñas» —Lo hice con mucho gusto. —Me bajé para abrirle la puerta, pero ella me cogió de la corbata y me acercó a sus labios. Pensé que me besaría en la boca, pero lo hizo en la mejilla. Salió del auto y yo me quedé allí trabado. Entró a su apartamento y las ganas de perseguirla, quitarle esa ropa para hacerla mía eran enormes. Pero respiré varias veces, me monté rápido en el auto y salí de allí a toda velocidad. Cuando bajé del auto en casa, note el envoltorio de algo extraño. Lo revisé y era una ampolla de un pedo quimico. —¡De nuevo las mellizas se salieron con la suya!
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