El séptimo día

610 Palabras
La cúspide de la eternidad vacua del ser humano se derrumba, aquel bello Sol bermejo significa el fin de nuestros tiempos. Habían pasado los años galopantes de las generaciones escribiendo una historia extensa y creída a su vez por la martingala del apego a la vida. Pues, somos seres anclados a la nostalgia, se entiende que la tristeza es la materia prima de dichoso vapor mental. Enlazados a una voluntad de la inmortalidad religiosa, siendo esta una quimera que opaca la inquietud de la muerte próxima, nos empeñamos por derrochar el tiempo y dejar transcurrir los meses como el agua del mar en los resquicios de nuestros dedos. Por lo tanto, viví los días anteriores oprimido por la sociedad actual, pero ¿qué es esta sociedad que llamamos actual? Carece de significado hasta el día de hoy. Tal vez para mis hijos es un concepto distinto porque desconocen el paradigma de los viajeros del tiempo. Nuestra cabeza viaja constantemente a través del tiempo, pero nunca sabremos con exactitud lo efímero de las huellas del pasado y lo duradero que serán los frutos del futuro. Menester es reconocerlo de todas formas, la muerte es el verdugo natural; el súmmum universal. El Sol sigue impasible, estamos reunidos en la plaza de la ciudad, esperando la infinita oscuridad y por consiguiente, la muerte. Se habían cansado los genios de hallar una vida sustentable en otros planetas, era imposible encontrar un sistema solar apto que pudiera estar cercano a las necesidades imperiosas por conservar la especie humana. Nos había quedado vivir las centurias sin conocer una utopía digna. Estábamos resignados al tic-tac del Sol cuando pereciera. Así pues, la naturaleza que creíamos destruir, acaba por enseñarnos su treta gloriosa; hace gala de su sonrisa macabra luego de crearnos y nosotros, como unos buenos pazguatos, semanas atrás, soñábamos que la destruíamos. Nacemos con la herencia autodestructiva de la madre tierra. Aquí no existe un Dios a quien rogar. El mismo producto del espacio exterior, nuestra única estrella originadora de los amaneceres y los ocasos, es la guillotina abyecta de una especie que en el pasado marchaba obstinada por su instinto marcado por las voliciones del raciocinio. Quisiera Schopenhauer y H. G. Wells estuvieran vivos para reírnos juntos de la ironía. Conservamos una caterva de historias y monumentos para desaparecer hoy. ¡Funesto es el hado natural del ciclo galáctico! Se acercan las horas finales para morir en el frío más completo que hayamos conocido. No hay vida después de esta y si la hay, no habrá planeta que recorrer y sentirnos a gusto, nuestro hogar oneroso es nuestro féretro conspicuo. Abrazo a mi esposa, mis hijos se aferran a las piernas maternales; rezan unos supuestos religiosos, solo oigo los espurios versículos que taponan el inmenso temor al abismo. Deberíamos aceptar que un día moriremos en lugar de rechazar la idea, es el eslabón ineludible; el amor y el dolor no duran para siempre, lo mismo para las emociones; por mucho que mañana el mundo se acabe, debemos disfrutar cada día como si fuese el último, no hace falta estar al borde del precipicio para saber que la vida es hermosa, única; valoremos los seres queridos aunque se esfumen al alba, más vale haber vivido momentos que jamás haberlos vividos. A un minuto de la muerte mundial, confieso que me arrepiento de no haber estimado el regalo de la vida y olvidé el significado por nadar en la profundidad del océano monótono del individuo. Todos feneceremos y este planeta morirá, pero nada nos detiene de haberlo amado antes de irnos. ¡Este es el séptimo día del fin del mundo, el reloj ha dado las doce!
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