• CAPÍTULO IX •

2679 Palabras
Dolía, dolía tan intensamente y me sentía patética al sentir aquel dolor. — Sabía que algo malo había en esa historia — murmuró viéndome como si atara los cabos sueltos, y completamente destrozada mis piernas flaquearon arrodillándose y buscando refugio en el cuerpo de mi abuela, la cuál me rodeó aún cando mi posición hacía difícil que ella sentada se inclinara a abrazarme. Me sentía como una niña pequeña, sentada en el piso apoyando mi cabeza en su regazo y sus frías y suaves manos acariciando mi cabeza en busca de calmar mi llanto silencioso. — Nadie me cree..— logré decir entre jadeos. — todos creyeron que deliraba. — Lo sé — afirmó confundiendome un poco. Ni siquiera sabía que mi abuela estaba conciente de lo ocurrido conmigo pero aparentemente hablaba como si ésta supiera cada aspecto de mi vida. — llamo a tu madre para preguntar por ti siempre — respondió a mi mirada confundida — creo que tú eres la única razón por la que aún nos hablamos. Pedí tu número pero, nunca quiso. — recordó — Cuando llamó diciendo que estabas internada y exigí que me contara, la historia no me convencía de el todo. — porque no pasó como ellos creen que sucedió — negué y ella pareció entender. — En tí no veo a una chica loca — negó y sus manos delicadamente limpiaron mis lágrimas. — Solo veo a una chica deprimida por lo sucedido y eso es normal — murmuró— también pasé por eso. — ¿Cómo? — me atreví a preguntar — ¿Cómo lo hiciste sola?. — Tom Wilson — pronunció — ése hombre sabe dar mejores consejos y alientos de los que cualquiera pudiera. — murmuró pensativa — Puedo llamarle — soltó de repente levantándose de la silla y tendiendome su mano para igualmente levantarme y llegarme a la salida de el guarda ropas topandome con una de las cuatro chicas que antes había visto, parada cansada enfrente de la puerta y al ver que salíamos un destello de alivio corrió su rostro. — ¡oh!, ya estás aquí, ¿Por qué tardaste tanto? — Mi señora, no quería interrumpir su conversación con la señorita Luci.. La sonrisa de Adelaida se hizo presente al escuchar aquello e interrumpiendo a la chica asustada murmuró — recuérdame aumentarte el sueldo, Mirta — fue lo único que dijo para echarme una última mirada e irse de la habitación dejándome sola con aquella chica. A pesar de que mi abuela había salido, aún podía versele a la castaña, tensa. Me veía con sus ojos negros completamente inquietos y al detenerse en mi rostro algo rojo la preocupación la inundó pero no dijo nada solo se limitó a acercarse a las maletas que estaban a un lado de la cama para subir una de ésta encima y abrirla. Mis manos rápidamente acomodaron mis rostro lo más que pude y me acerqué a ella para imitar su acción y ayudarle a desempacar la segunda maleta pero ésta al verme abrió los ojos enormemente y negó asustada. — no, no señorita — negó — yo debo de desempacar. — puedo ayudarte. Negó — por favor, es mi primera semana trabajando aquí, no quiero perder mi trabajo. — Mi abuela no va a despedirte porque te ayude — negó. — prefiero no arriesgarme — pidió interfiriendo entre mi ayuda. La chica no se veía tan mayor, sinceramente, parecía incluso ser menor que yo y lo asustada que era hacía que se viese adorable. Me sentía incómoda viendo cómo desempacaba mis cosas y mis ojos lentamente viajaron a la única maleta pequeña que no estaba en sus manos y, pasando de alto a sus peticiones me senté en el pequeño sofá y a un lado de mí apoyé ésta. — ésta es importante — logré decir cuando ésta iba nuevamente a acercase para tomarla y mis ojos suplicantes hicieron que se detuviera. — No le diré nada a Adelaida, descuida — traté de tranquilizarle y ésta no muy convencida asintió apenada y volvió a las otras maletas sacado la ropa y llevándola a él guardarropas al igual que los zapatos y accesorios. Mis ojos nuevamente volvieron a fijarse en la pequeña maleta y rápidamente le abrí recordado el contenido. Había olvidado por completo que aquél extraño sobre con mi nombre aún estaba adentro. La pequeña maleta fue dejada en el piso mientras toda mi prioridad se enfocaba en el sobre algo relleno. Ése sobre me daba mala espina, era como si extrañamente supiera su contenido y éste gritaba que no lo abriera, incluso, la idea de que quizás una amenaza o algo parecido estaba escrito adentro, hacía que mis nervios se pusieran de punta. Rápidamente había aprovechado el largo de mis uñas para romper un estreno de el sobre, el cual habían sellado fuertemente y mi confusión aumento al ver una hoja blanca perfectamente doblada con la misma letra con la que habían escrito fuera de el sobre, y, como si aquella situación no fuese lo suficientemente alertante para hacerme palidecer, en el fondo de el sobre, como si hubiese sido dejado a último momento y sin descuida alguno, un pequeño metal en forma de bala reposaba allí haciendo que mis ojos se abrieran asustados y ni siquiera me atreviera a tocarle. ¿Que diablos era ésto? Mi corazón latía con fuerza al igual que mi respiración sofocante. Mi mirada viajó nuevamente al frente y Mirta, la chica asustadiza estaba más tranquila sentada en la silla de el cuarto de ropas acomodando ésta sin prestarme ninguna atención y yo aproveché su distracción para desdoblar la pulcra hoja y temblando comenzar a leer. “Pequeña, Si estás leyendo ésto es porque probablemente ya haz salido de el psiquiátrico, y realmente no sabes cuánto lamento que estés allí por mi culpa. No sé cuánto tiempo tendré que esperar para volver a verte, ni siquiera estoy seguro de que pueda hacerlo o si quiera considere la idea de seguir arruinando tu vida. De verdad lo lamento. Lamento haberte abandonado, lamento haberte dejado sola en ésto y hacerte creer que había desaparecido. Pero por sobre todo lamento que la culpa de algo que no sucedió recayera en tí. Sé que en éstos momentos creerás que he muerto y de no ser así, al leer ésto estoy seguro que lo desearás, y creeme que también hubiese deseado lo mismo. Luci, si estás leyendo ésto, por favor, llámame. Prometo explicarte todo pero por favor.. necesito verte a solas.” Terminé de leer la hoja y, con el desespero, la confusión y el dolor en mi rostro, mis ojos viajaron rápidamente al final de la hora donde un número telefónico estaba marcado, y mi rostro palidecio completamente cuando en una esquina de la hoja su nombre estaba escrito mucho más pequeño que el resto de la carta. “Hugo” No se había molestado en colocar ningún otro detalle, ni siquiera había llegado a colocar su apellido, pero de todos los Hugo's que podían existir, mis ojos ardieron conmocionados. Ésto es una mentira, ésto es una cruel broma o algún plan para que yo cayera. Hugo había muerto, Hugo estaba muerto, yo lo asesiné. Mis manos temblaban tanto que al instante la hoja comenzó a arrugarse y lágrimas empezaron a mojar ésta misma. La rabia, el miedo, todo me sucedía en un segundo, y como si aquella hoja quemara con el simple tacto, temblorosa la apreté junto con el sobre y me aproxime a la puerta de el baño para encerrarme y tirar todo en la papelera con el desprecio en ésta misma. Daniel, estaba segura que era él, estaba segura que había sido obra suya para que yo cayera y nuevamente fuese llevada al psiquiátrico, estaba segura que aquella carta había sido algún plan malvado para acabar conmigo y que yo no interfiriese y revelara sus cochinos secretos. Estaba tan asustada viendo fijamente a la hoja y sobre doblado, e incluso la repulsión aumentó al ver que aún podía verse claramente su nombre. — señorita, ¿Se encuentra bien? — preguntó a través de la puerta cerrada la voz de Mirta y un sollozo fue ahogado al instante. — Señorita Luci. — volvió a llamar dando dos toques a la puerta en vista de que no respondí. — Estoy bien — afirmé y mi voz rápidamente se quebró al intentar hablar. — por favor, necesito un momento a solas. — pedí y aunque la sombra de sus pies parecía que nunca se movería detrás de la puerta, solo bastaron unos castos segundo para que ésta se marchara junto con el sonido de la puerta de mi habitación siendo cerrada. La ansiedad cada vez se hacía mas presente en mi cuerpo y además de temblar mis dedos se veían atacados por mis dientes mientras eran mordidos. Mi cuerpo rápidamente se inclinó a la pequeña papelera completamente limpia y arrepentida nuevamente tomé todo su contenido. Mis manos desdoblaron aquella hoja tratando de volverla a dejar en su estado sin éxito puesto a que las arrugas no se iban. — ¿Luci? — se escuchó llamar a lo lejos la voz de Adelaida mientras entraba a la habitación. Mis ojos al instante se abrieron asustados y luego de ver la carta en mis manos, eché un vistazo a mi alrededor y el único sitio para ocultarle eran unas gavetas debajo de el lavamanos, por lo que a una gran velocidad guardé éste allí y abrí el grifo de el agua mojando mi rostro. — Adelante — avisé y sus pasos se escucharon aproximándose hasta el baño, y una vez que estuvo cerca, fui yo la que abrió la puerta con una ligera sonrisa. Ésta miró mi rostro empapado por el agua y rápidamente frunció el ceño extrañada. — ¿Qué sucede? — pregunté saliendo y cerrando la puerta a mi espalda evitando que ésta entrase. Estaba completamente aturdida, Hugo no era el de la carta y si no era él, era muy probable que fuese Daniel el responsable y sabía que si Adelaida se enteraba, al igual que mi madre me prohibiría meterme en más problemas. Quería devolverme y tirar nuevamente la carta pero, aquel tonto sentimiento de esperanza y ligera venganza era lo único que se alojaba en mis pensamientos ahora. Si Daniel quería jugar a seguir haciéndose pasar por Hugo, yo le daría una cucharada de su propia medicina. — Toma — indicó mostrando ante mis ojos una gran caja de teléfono la cual por los nervios no había visto — ya le han puesto la línea telefónica. — Iba a negarme a tenerlo pero ni siquiera había logrado abrir la boca cuando ella se precipitó a mis palabras. — Tómalo, no quiero tener que prestarte mi teléfono para que hables con.. Margareth. — escupió su nombre con desagrado, y mis manos dudosas lo tomaron y briendo la caja delicadamente se reveló el reluciente teléfono con vidrio templado completamente nuevo. — Gracias — murmuré y aunque realmente estaba agradecida, mi sonrisa no fue la esperada. Pero ésta sin llegar a reclamar o quejarse, solo asintió con una ligera sonrisa tranquilizadora. — dejaré que te arregles y te vistas algo lindo, más tarde vendrá una persona que quiero que conozcas — indicó y éstas vez yo asentí. No hizo falta decir otra palabra para que ella se fuese dejándome igual de sola que antes. Ni siquiera me había visto en la necesidad de preguntar quién vendría, si ya con el revuelo que había causado leer esa carta era lo suficientemente grande como para querer acostarme y no despertar hasta mañana, aún cuando recién era la una de la tarde. Quería ignorar por completo el pequeño sobre, pero aún cuando mis cuerpo estaba completamente desnudo ante ese espejo enorme, mis ojos solo se fijaban en la pequeña marca que había dejado la bala en mi abdomen. Una herida de bala era muy poco dolor comparado a lo que mi pecho sentía. Ni siquiera el agua frían cayendo en mi cuerpo logró despejarme. Y una vez que estuve completamente vestida con un ligero vestido gris y mi cabello envuelto en una toalla, mis ojos al fin se fijaron en la cama con el celular en ésta. Mis manos rápidamente tomaron éste y lo encendieron revelando una brillante pantalla con un desbloqueo automático. Curiosamente en los contactos, ya estaba registrado el número de mi abuela y en sugerencias de el mismo estaban marcados los números de emergencia. No sé cuánto tiempo había pasado configurando el móvil mientras guardaba y colocaba mi huella de seguridad, y cuando aquellos números de mis amigos anotados en una pequeña libreta fueron registrado en el contacto de mi celular, mis ojos viajaron a la puerta de el baño dudando si también anotar aquél número y ver qué sucedía pero aunque la curiosidad me inundaba, me resigné a intentarlo y solo me metí en internet colocando las primeras músicas que encontré para poder arreglar mi cabello. Las músicas sonaban una tras otra y la gran mayoría de ellas, nunca las había escuchado, ha excepción de otras que había colocado Elisa en la pequeña reunión de despedida. Era una lista de recomendados y mientras mis ojos se conectaban en el espejo de el baño mientras cepillaba mi casi seco cabello, mis manos se detuvieron enfocando mi atención en la letra de aquella melancólica música que comenzaba a sonar. Mi corazón latía con cada palabra que era pronunciada y por un instante al escuchar la letra de la canción llegué incluso a creer que alguien me la había colocado ahí a propósito. “favorite crime-Olivia Rodrigo” leí con molestia la descripción de la canción mientras ésta sonaba. — Sé que te quería muchísimo, dejé que me tratases así, yo era tu voluntariosa cómplice. Y te vi cuando volabas de la escena del crimen, con ojos de corderito mientras me enterrabas. Un corazón roto, cuatro manos ensangrentadas. Las cosas que hice, solo para poder decir que eras mío. Las cosas que tú hiciste... Bueno, espero haber sido tu crimen favorito. Cantaba la chica y mis ojos al instante se cristalizaron. Quería quitar aquella música, quería presionar aquél botón y apagar el móvil pero mi mano solo había quedado en lo alto sin moverse frente al teléfono. — Es agridulce pensar en el daño que causamos, porque yo iba cayendo, pero lo hacía contigo. Sí, todo lo que arruinamos, y todos los problemas que causamos, pero digo que te odio, con una sonrisa en la cara. Oh, mira en lo que nos hemos convertido. Oh, las cosas que hice, solo para poder decir que eras mío. Oh, las cosas que tú hiciste... Bueno, espero haber sido tu crimen favorito. — Cantó con desespero y como si la canción reflejara mi vida, la imagen de Hugo nuevamente apareció en mi cabeza tal y como solía torturarme. Hugo estaba muerto. — estás muerto — sollocé en un susurro sin poder borrar su imagen. Mis ojos nuevamente ardían pero ya me había acostumbrado a ello. De tanto llorar mis párpados eran rojos con pequeños rosetones que demostraban en todo éste tiempo cuantas veces había limpiado mis lágrimas hasta quemar mi piel. Odiaba todo, odiaba tener que recordarlo en cada segundo, y aunque la música se había cambiado, mi dolor y lágrimas aún estaban. No podía revertir aquello que había pasado, y aunque gran parte de mí quería convencerse de que aquella carta era realidad y que cabía una posibilidad de que él estuviese vivo. Más que las esperanzas, el odio inmenso que crecía dentro de mí solo subía y subía hasta el punto de querer volver a hacer cada cosa que hice solo que ésta vez apuntar, apuntar a Daniel. El número no estaba registrado, pero como si imaginara una escena de acción en mi cabeza de todo lo que ocurriría, solo me limité a salir del baño con el teléfono en manos maquinando cada aspecto de mi retorcido plan. Y como si apenas iniciara éste, perdiendo toda lo que tenía de cordura, registré el número en mi celular.
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