CAPÍTULO DIEZ Al salir hacia la sala de llegadas del aeropuerto de Londres, Jack Grant fue recibido por un ejército de rostros y cuerpos que empujaban buscando una posición para ser el primero en ver a un ser querido, familiares, o colegas de negocios. Todo se veía borroso y, a través del agotamiento de sucesos recientes, eso sin mencionar las excursiones a una variedad de países europeos a lo largo de las últimas semanas, estaba consciente de que sus niveles de concentración estaban decayendo. Además reconocía que estaba comenzando a apagarse, lo que para un hombre en su profesión podría representar una debilidad peligrosa. Comenzó a quedarse detrás del resto de los demás pasajeros, con la esperanza de ganar algo de tiempo, por si encontraba a alguien conocido. Nada, al menos de manera

